Éxodo 30:1-10

30:1 Harás asimismo un altar para quemar el incienso; de madera de acacia lo harás.
30:2 Su longitud será de un codo, y su anchura de un codo; será cuadrado, y su altura de dos codos; y sus cuernos serán parte del mismo.
30:3 Y lo cubrirás de oro puro, su cubierta, sus paredes en derredor y sus cuernos; y le harás en derredor una cornisa de oro.
30:4 Le harás también dos anillos de oro debajo de su cornisa, a sus dos esquinas a ambos lados suyos, para meter las varas con que será llevado.
30:5 Harás las varas de madera de acacia, y las cubrirás de oro.
30:6 Y lo pondrás delante del velo que está junto al arca del testimonio, delante del propiciatorio que está sobre el testimonio, donde me encontraré contigo.
30:7 Y Aarón quemará incienso aromático sobre él; cada mañana cuando aliste las lámparas lo quemará.
30:8 Y cuando Aarón encienda las lámparas al anochecer, quemará el incienso; rito perpetuo delante de Jehová por vuestras generaciones.
30:9 No ofreceréis sobre él incienso extraño, ni holocausto, ni ofrenda; ni tampoco derramaréis sobre él libación.
30:10 Y sobre sus cuernos hará Aarón expiación una vez en el año con la sangre del sacrificio por el pecado para expiación; una vez en el año hará expiación sobre él por vuestras generaciones; será muy santo a Jehová.

EL TABERNÁCULO (X): EL ALTAR DEL INCIENSO


Buenos días. La semana pasada aprendimos acerca del holocausto de adoración continua. Jehová ordenó a Moisés que se ofreciesen cada día sobre el altar dos corderos de un año, uno en la mañana y el otro en la tarde. Esta era la adoración continua a Dios. El pueblo de Israel debía adorar a Jehová continuamente como su Dios. Ellos debían vivir de manera santa delante de Él cada día recordando que Dios es santo y habitaba en medio de ellos. Allí aprendimos que Jehová quiere nuestra adoración continua también. Ya no con sacrificios animales sino con nuestra obediencia. Él quiere que nosotros obedezcamos cada día Su Palabra y vivamos de forma santa delante de Él, amándole por encima de todas las cosas y amando a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Yo oro para que cada uno de nosotros podamos vivir en adoración continua a Jehová, cada día, todo el día, y que el Señor sea glorificado a través de nuestras vidas. Amén. 

La semana pasada también aprendimos que a la hora del holocausto se le llama en la Biblia: “la hora de la oración”. Esto es porque junto con el holocausto continuo se quemaba incienso delante de Dios, y tanto los sacerdotes como el pueblo oraban a Jehová en estas horas. Hoy aprenderemos acerca de ese incienso que era quemado y qué significado tiene para nosotros. Yo oro para que nosotros podamos quemar nuestro incienso santo de oración delante de Jehová en todo tiempo y que pueda ser un perfume de olor grato delante de nuestros Dios. Que oremos sin cesar delante de Dios, haciendo rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias, e intercediendo por todos los que nos rodean a fin de que sean salvos. Y que Panamá se convierta en un Reino de Sacerdotes y una Nación Santa. Amén. 

I.- El altar del incienso (1-10)

Miren el v.1a. Ahora Jehová le ordena a Moisés hacer un altar para quemar el incienso. Se le llama altar porque el incienso era un tipo de ofrenda a Dios en aquella época. Sin embargo, este altar era diferente al altar de bronce o altar del holocausto que aprendimos hace algunas semanas atrás, pues tendría características muy diferentes y como dice aquí su función sería exclusivamente la quema de incienso. Resulta interesante que Jehová ordenase que hubiese dos altares dentro del Tabernáculo, pero cada uno cumplía un rol diferente en la adoración a Dios como aprenderemos hoy.

 Miren ahora los vv. 1b-3a. El altar del incienso debía ser hecho de madera de acacia con cuernos que fuesen parte del mismo. En este sentido se asemeja al altar del holocausto. Sin embargo, su diseño y dimensiones serían muy diferentes. El altar del holocausto era hueco, pero el altar del incienso era de un trozo de madera sólido. El altar del holocausto estaba recubierto de bronce, pero el altar del incienso estaría recubierto de oro. No tendría trabajo de rejilla alguno, pues el incienso se quemaría en la parte superior del mismo. Sería mucho más pequeño que el altar del holocausto, teniendo la forma de un paralelepípedo, cuadrado en la parte superior de unos 45 cm de lado y de unos 90 cm de alto.

Miren los vv. 3b-5. Se le colocaría una cornisa o reborde de oro en la parte superior para que no se cayere el incienso ni las brasas que se pondrían sobre él. Debajo de la cornisa se le colocarían dos anillos de oro como parte del mismo, para meter entre ellos las varas con que se transportaría, ya que era santo, al igual que todos los muebles del Tabernáculo, por lo que no podía ser tocado. Las varas serían iguales a las del resto de los muebles, de madera de acacia, recubierta de oro.

Miren el v.6. El altar del incienso estaría ubicado dentro del Lugar Santo en el Tabernáculo, donde se encontrarían también el candelero de oro y la mesa de los panes de la proposición. El altar del incienso se colocaría delante del velo que separaba el Lugar Santo del Lugar Santísimo, en el medio, como bloqueando la entrada hacia el Lugar Santísimo. De esta forma, estaría delante del Arca del Testimonio. Debemos recordar que sobre el Arca del Testimonio estaba el Propiciatorio que era el Trono de Dios en la Tierra. Así que este altar de oro estaría delante del trono de Dios como se describe que está en el cielo en Ap. 8:3: “sobre el altar de oro que estaba delante del trono.” El propósito de este altar de oro era perfumar el trono de Dios con el incienso, así que se colocó lo más cerca posible del Lugar Santísimo para que cuando se quemase el incienso éste penetrara el velo y perfumase el Propiciatorio, además del santuario completo, por supuesto.

Miren ahora los vv. 7-8. El Sumo Sacerdote, en este caso Aarón, tenía la responsabilidad de quemar el incienso delante de Jehová. Debía hacerlo a la misma hora del holocausto continuo, es decir, dos veces al día, a las 9 am y a las 3 pm. El olor del incienso era dulce y uno de sus objetivos era mejorar el aroma del santuario, considerando que constantemente se estaba quemando un animal entero sobre el altar del holocausto. Si bien el holocausto era de olor grato a Jehová, para los sacerdotes y el pueblo el constante olor a carne y huesos quemados no debía ser muy agradable, pero el incienso, y el aceite de la unción que usaban los sacerdotes, ayudaban mucho a mejorar el aroma para las personas en aquel lugar. 

El Sumo Sacerdote entraba, pues, al santuario a la hora del holocausto y aprovechaba para hacerle mantenimiento al candelero de oro para que su luz alumbrase continuamente. La traducción de los vv. 7-8  de la Biblia Reina-Valera puede generar alguna confusión con respecto al candelero de oro, pensando que en algún momento las luces se apagaban y en la tarde se volvían a encender. Pero en realidad, la palabra hebrea que se usa allí puede traducirse como avivar. Ya para la tarde la llama de las lamparillas estaría baja porque se había consumido el aceite, así que al recargar el aceite y acomodar los pabilos, la llama se avivaba o encendía nuevamente.

Una vez que hubiese hecho mantenimiento a las lamparillas, el Sumo Sacerdote vendría ante el altar del incienso con algunas brasas que había tomado del altar del holocausto en su incensario de oro y las colocaría allí. Luego, tomaría una media libra de incienso y la colocaría sobre las brasas en el altar del incienso. Este incienso estaría quemándose continuamente allí como el holocausto afuera. Mientras quema el incienso, el Sumo Sacerdote oraría delante de Jehová por sí mismo y por el pueblo, intercediendo para que Dios perdone y bendiga a su pueblo. De igual manera el pueblo mismo estaría orando afuera como podemos ver en Lc. 1:10: “Y toda la multitud del pueblo estaba fuera orando a la hora del incienso.”

Así que la quema del incienso era parte de la adoración del pueblo a la hora del holocausto continuo y presentaba las oraciones del pueblo delante de Dios. El incienso aromático representa entonces las oraciones como podemos leer en Sal. 141:2: “Suba mi oración delante de ti como el incienso”, y más claramente en Ap. 5:8: “Y cuando hubo tomado el libro, los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos se postraron delante del Cordero; todos tenían arpas, y copas de oro llenas de incienso, que son las oraciones de los santos”.

Pero, como el pueblo de Israel era pecador, necesitaban un mediador que intercediera por ellos ante Jehová. Así que el Sumo Sacerdote venía siempre delante de Jehová, al altar del incienso, a interceder en oración por el pueblo para que Jehová aceptase la adoración de ellos a través del holocausto. Pero el mismo Sumo Sacerdote tampoco podía acceder delante del Trono de Dios en el Propiciatorio, sino que quemaba el incienso delante de él en el altar, en el Lugar Santo, pero impedido por el velo que lo separaba de la presencia de Dios. El Sumo Sacerdote como mediador e intercesor en favor del pueblo es una representación de Jesucristo quien es el único mediador entre Dios y los hombres tal como nos dice el apóstol Pablo en 1Ti. 2:5: “Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre”. Jesús está sentado a la diestra del Padre intercediendo siempre por nosotros (Ro. 8:34; He. 7:25).

Y aunque Aarón, el Sumo Sacerdote, no podía entrar delante de la presencia de Dios a interceder por el pueblo, la función del altar del incienso era llevar ese incienso y esas oraciones delante del trono de Dios atravesando la cortina y perfumando el Trono de Dios con las oraciones del pueblo. Por lo que el altar del incienso representa también a nuestro Señor Jesucristo. Ya vimos que estaba hecho de madera y recubierto de oro, lo que representa a Jesucristo en su humanidad y en su divinidad como aprendimos en mensajes anteriores. Y en su función también nos habla de Jesucristo quien lleva nuestras oraciones delante de Dios cuando oramos en su nombre, como Él mismo afirmó a sus discípulos: “Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo.” (Jn. 14:13). Entonces, Jesús lleva nuestras oraciones delante de Dios, intercediendo siempre por nosotros, por eso siempre debemos orar siempre en el nombre de Jesús. Sin Jesús no tenemos forma de acercarnos al Padre ni siquiera para que escuche nuestras oraciones.

También podemos aprender una lección en cómo se presentaba el incienso. Ya hemos visto que se quemaba a las 9 am y a las 3 pm junto con el holocausto continuo. Y la semana pasada les hablé acerca de los dos tiempos devocionales que deberíamos tener en el día, la oración matutina con el Pan Diario, y un devocional nocturno también. Pero también vimos ya que el incienso se quemaba continuamente sobre el altar de oro, así como el holocausto ardía todo el día sobre el altar de bronce. Por lo tanto, no es suficiente tener un tiempo devocional con Dios en la mañana y en la noche, sino que debemos 
“orar sin cesar” (1Ts. 5:17). Obviamente no podemos pasar todo el día de rodillas, pues tenemos que estudiar, trabajar y hacer otras cosas; pero sí podemos tener todo el día una actitud de oración, aunque no estemos orando como tal.   

Existen varios tipos de oración. El apóstol Pablo las menciona en 1Ti. 2:1: “Exhorto ante todo, a que se hagan rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias, por todos los hombres”. Vamos a examinarlas con detalle para que veamos cómo pueden ayudarnos a orar sin cesar durante nuestro día a día.

Primero, rogativas. Se refiere a presentar nuestras peticiones de oración delante de Dios. Puede ser cuando sucede algo o recordamos algo y elevamos un ruego al cielo. Como cuando el apóstol Pedro le pidió a Jesús caminar sobre el agua, pero se hundió por quitar su mirada de Jesús, entonces él le rogó: “¡Señor, Sálvame!” (Mt. 14:30). Si Pedro hubiese empezado: “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea Tu nombre…”, se hubiese ahogado. Él elevó una rogativa: “¡Señor, Sálvame!”. De la misma manera nosotros necesitaremos hacer lo mismo a lo largo del día pidiendo protección, socorro o bendición: “Señor, ayúdame a controlarme”, “Dios mío, ayúdame a terminar esto”, “Padre, llévame con bien”, etc.

Segundo, oraciones. Estas son las que conocemos y las que deberíamos practicar en nuestros tiempos devocionales. Es la oración integral porque podemos integrar todos los otros tipos de oraciones en ella. Jesús nos dio el ejemplo en la Oración del Señor: 
“Y les dijo: Cuando oréis, decid: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. [Reconocimiento y exaltación de Dios] Venga tu reino. [Petición para que el reino de Dios sea establecido en la Tierra pronto] Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. [Reconocer la soberanía de Dios en nuestras vidas y pedir que sea hecha su voluntad y no la nuestra] El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. [Peticiones] Y perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todos los que nos deben. [Arrepentimiento y perdón a otros] Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal.” [Protección] (Lucas 11:2-4).

Tercero, peticiones. En realidad esta palabra debería traducirse como intercesiones. Estas son las oraciones que hacemos por otros. Cuando oramos por las necesidades de otros, bien sea por nuestra propia iniciativa, o con los tópicos de oración que ellos nos hayan compartido. Esto debería estar incluido en nuestros tiempos devocionales, pero también podemos hacerlo a lo largo del día. Si nos acordamos de alguien en algún momento, podemos pedirle a Dios por él o ella, sin necesidad de hacer una oración completa. O si vemos una situación en la calle podríamos interceder por ello ante Dios: Vamos en el tráfico y vemos un indigente, entonces le pedimos a Dios que le ayude y le provea.

Dios nos ha hecho reyes y sacerdotes (Ap. 1:6). Su voluntad es que nosotros estemos intercediendo como verdaderos sacerdotes por otros. Así como lo expresa el apóstol Pablo a los corintios: “Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios.” (2Co. 5:20).  Somos llamados por Dios a rogar por aquellos que no le conocen para que se reconcilien con Dios. Primeramente, por nuestra familia, pero también por todos los que nos rodean. Y en el caso de nuestro ministerio, muy especialmente por los jóvenes universitarios que es la misión a la que Dios nos ha llamado.

Cuarto, acciones de gracias. Oraciones de agradecimiento. Deberían estar incluidas en nuestros tiempos devocionales, pero también deberían aparecer a lo largo de nuestro día. Por ejemplo, antes de comer debemos dar gracias a Dios por los alimentos. O cuando recibimos algo o vemos la naturaleza podemos decir: “Gracias Dios”. Y eso ya es una acción de gracias y una oración delante de Dios.

Perfumemos el trono de Dios continuamente con nuestras oraciones en el nombre de Jesús, especialmente con nuestros tiempos devocionales, pero también a lo largo del día con rogativas o súplicas, con intercesiones y con acciones de gracias.

Miren ahora los vv.9-10. El altar de oro era para ofrecer exclusivamente incienso, pero no cualquier clase de incienso sino la mezcla que Dios mismo les va a ordenar un poco más adelante. Cualquier otro es un incienso extraño y no debía ser ofrecido sobre este altar. Tampoco se ofrecería ningún otro tipo de ofrenda, ni animal (holocausto), ni oblación, ni libación. Nada más. Solamente el incienso sagrado que Jehová les ordenaría más adelante. Solamente una vez al año podía traerse sangre a este altar, el Día de la Expiación, y se untaría sobre los cuernos del altar para hacer expiación por él, por causa de los muchos pecados del pueblo.

II.- El incienso sagrado (34-38)

Miren los vv.34-36a. Jehová les da la fórmula divina para el incienso sagrado. Debían tomar especias aromáticas para el incienso. En aquella época las especias aromáticas eran importadas desde Oriente, siendo la India uno de los principales exportadores. Estas especias eran combinadas de diferentes formas para perfumes, ungüentos e inciensos. En este caso Jehová pide que se tomen cuatro especias en particular para preparar su incienso sagrado: estacte, uña aromática, gálbano aromático e incienso puro. Todas estas eran resinas de plantas, es decir, el líquido que brota de ellas.

La estacte es una clase de resina aromática que proviene de plantas semejantes a las que producen la mirra. La uña aromática tiene este nombre por la palabra griega que se utilizó en la LXX para traducir el hebreo shekjélet. Debido a esa traducción se creía que provenía de la concha de un molusco, sin embargo sería sorprendente que Dios incluyese en la fórmula de su incienso sagrado restos de un animal inmundo. Existe evidencia de que se trataba de una planta comestible que crece en el suelo. El gálbano aromático es una resina gomosa proveniente de Persia que hacía más penetrante el aroma de las otras esencias. Y el incienso puro u olíbano es una resina aromática obtenida de la Boswellia sacra. Su nombre en hebreo significa “blanco” quizás por el color del humo que se produce cuando se quema. Estas cuatro resinas en igual peso y molidas en polvo muy fino constituían el santísimo incienso que se quemaría sobre el altar de oro.

Como les mencioné antes, este incienso representaba la oración. Así que algunos creen que cada uno de los ingredientes representa un elemento de la oración. La estacte se asocia con el arrepentimiento porque su nombre en hebreo significa gota, como una gota de lágrima de arrepentimiento o como las gotas de sangre que Jesús derramó para perdonarnos. La uña aromática se asocia con la fe en su Palabra o con su protección. El gálbano aromático se asocia con la alabanza y el incienso puro con un corazón limpio. En este sentido, nuestra oración debe venir de un corazón limpio, con arrepentimiento, alabando a Dios y con fe en su Palabra y en su protección.

Miren los vv. 36b-38. Jehová consideraba esta receta como santísima. Nadie debía reproducirla, ni en ingredientes ni en cantidades. Y si alguien lo hacía moriría. Esto está relacionado con la obediencia. Dios está ordenando no reproducir la fórmula en ninguna manera, ni siquiera para olerlo. Así que, ¿por qué alguien lo intentaría sino por franca rebeldía a Dios? Debemos ser obedientes a la Palabra de Dios aunque no entendamos. Si Dios lo ordenó, ¿quiénes somos nosotros para cuestionarlo? Seamos, pues, obedientes a la Palabra de Dios. 

En conclusión, Dios ordenó a Moisés que construyera un altar para el incienso y lo pusiera en el Lugar Santo, enfrente de su trono en el propiciatorio. En él, el Sumo Sacerdote debía venir cada día, dos veces al día, a orar intercediendo por el pueblo de Israel para que Jehová recibiera su adoración en el holocausto continuo. Jesús murió por nuestros pecados, resucitó y está sentado a la diestra del Padre intercediendo por nosotros siempre. Gracias a Él nuestras oraciones pueden llegar hasta el trono de Dios. Él nos ha constituido como sus sacerdotes para que intercedamos los unos por los otros, y por aquellos que no le conocen. Él quiere que estemos continuamente delante del Padre, en el nombre de Jesús, orando en el Espíritu Santo para que podamos vivir de forma santa para Él y para que Panamá se convierta en un Reino de Sacerdotes y Gente Santa. Amén.

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