Mateo 26:47 - 27:10

26:47 Mientras todavía hablaba, vino Judas, uno de los doce, y con él mucha gente con espadas y palos, de parte de los principales sacerdotes y de los ancianos del pueblo.
26:48 Y el que le entregaba les había dado señal, diciendo: Al que yo besare, ése es; prendedle.
26:49 Y en seguida se acercó a Jesús y dijo: ¡Salve, Maestro! Y le besó.
26:50 Y Jesús le dijo: Amigo, ¿a qué vienes? Entonces se acercaron y echaron mano a Jesús, y le prendieron.
26:51 Pero uno de los que estaban con Jesús, extendiendo la mano, sacó su espada, e hiriendo a un siervo del sumo sacerdote, le quitó la oreja.
26:52 Entonces Jesús le dijo: Vuelve tu espada a su lugar; porque todos los que tomen espada, a espada perecerán.
26:53 ¿Acaso piensas que no puedo ahora orar a mi Padre, y que él no me daría más de doce legiones de ángeles?
26:54 ¿Pero cómo entonces se cumplirían las Escrituras, de que es necesario que así se haga?
26:55 En aquella hora dijo Jesús a la gente: ¿Como contra un ladrón habéis salido con espadas y con palos para prenderme? Cada día me sentaba con vosotros enseñando en el templo, y no me prendisteis.
26:56 Mas todo esto sucede, para que se cumplan las Escrituras de los profetas. Entonces todos los discípulos, dejándole, huyeron.
26:57 Los que prendieron a Jesús le llevaron al sumo sacerdote Caifás, adonde estaban reunidos los escribas y los ancianos.
26:58 Mas Pedro le seguía de lejos hasta el patio del sumo sacerdote; y entrando, se sentó con los alguaciles, para ver el fin.
26:59 Y los principales sacerdotes y los ancianos y todo el concilio, buscaban falso testimonio contra Jesús, para entregarle a la muerte,
26:60 y no lo hallaron, aunque muchos testigos falsos se presentaban. Pero al fin vinieron dos testigos falsos,
26:61 que dijeron: Este dijo: Puedo derribar el templo de Dios, y en tres días reedificarlo.
26:62 Y levantándose el sumo sacerdote, le dijo: ¿No respondes nada? ¿Qué testifican éstos contra ti?
26:63 Mas Jesús callaba. Entonces el sumo sacerdote le dijo: Te conjuro por el Dios viviente, que nos digas si eres tú el Cristo, el Hijo de Dios.
26:64 Jesús le dijo: Tú lo has dicho; y además os digo, que desde ahora veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios, y viniendo en las nubes del cielo.
26:65 Entonces el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras, diciendo: ¡Ha blasfemado! ¿Qué más necesidad tenemos de testigos? He aquí, ahora mismo habéis oído su blasfemia.
26:66 ¿Qué os parece? Y respondiendo ellos, dijeron: ¡Es reo de muerte!
26:67 Entonces le escupieron en el rostro, y le dieron de puñetazos, y otros le abofeteaban,
26:68 diciendo: Profetízanos, Cristo, quién es el que te golpeó.
26:69 Pedro estaba sentado fuera en el patio; y se le acercó una criada, diciendo: Tú también estabas con Jesús el galileo.
26:70 Mas él negó delante de todos, diciendo: No sé lo que dices.
26:71 Saliendo él a la puerta, le vio otra, y dijo a los que estaban allí: También éste estaba con Jesús el nazareno.
26:72 Pero él negó otra vez con juramento: No conozco al hombre.
26:73 Un poco después, acercándose los que por allí estaban, dijeron a Pedro: Verdaderamente también tú eres de ellos, porque aun tu manera de hablar te descubre.
26:74 Entonces él comenzó a maldecir, y a jurar: No conozco al hombre. Y en seguida cantó el gallo.
26:75 Entonces Pedro se acordó de las palabras de Jesús, que le había dicho: Antes que cante el gallo, me negarás tres veces. Y saliendo fuera, lloró amargamente.
27:1 Venida la mañana, todos los principales sacerdotes y los ancianos del pueblo entraron en consejo contra Jesús, para entregarle a muerte.
27:2 Y le llevaron atado, y le entregaron a Poncio Pilato, el gobernador.
27:3 Entonces Judas, el que le había entregado, viendo que era condenado, devolvió arrepentido las treinta piezas de plata a los principales sacerdotes y a los ancianos,
27:4 diciendo: Yo he pecado entregando sangre inocente. Mas ellos dijeron: ¿Qué nos importa a nosotros? ¡Allá tú!
27:5 Y arrojando las piezas de plata en el templo, salió, y fue y se ahorcó.
27:6 Los principales sacerdotes, tomando las piezas de plata, dijeron: No es lícito echarlas en el tesoro de las ofrendas, porque es precio de sangre.
27:7 Y después de consultar, compraron con ellas el campo del alfarero, para sepultura de los extranjeros.
27:8 Por lo cual aquel campo se llama hasta el día de hoy: Campo de sangre.
27:9 Así se cumplió lo dicho por el profeta Jeremías, cuando dijo: Y tomaron las treinta piezas de plata, precio del apreciado, según precio puesto por los hijos de Israel;
27:10 y las dieron para el campo del alfarero, como me ordenó el Señor.

VERÉIS AL HIJO DEL HOMBRE


VERÉIS AL HIJO DEL HOMBRE


San Mateo 26:47-27:10

V, Clave 26:64 “Jesús le dijo: —Tú lo has dicho. Y además os digo que desde ahora veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del poder de Dios y viniendo en las nubes del cielo


Jesús ya había hecho una lucha de oración tan intensiva en Getsemaní. Una vez acabada su oración, Jesús estaba fortalecido y despuesto para confrontar su cruz. La palabra de hoy se trata del arresto de Jesús. En el proceso de su arresto, Jesús se manifiesta de su valor divino del Cristo. De él, aprenderemos cuándo y cómo usar la espada dada por Dios.   

Somos creyentes suyos. Viviendo en este mundo hostil al evangelio, somos tentados a usar nuestra espada emocionalmente o solo callar. Sin valentía verdadera vivimos. A través de palabra de hoy Jesús nos enseña como debemos hablar y actuar en este mundo incrédulo y en el ambiente hostil. Oro que esta palabra nos aliente en gran manera para vivir con valor tal como lo vivió el Cristo.   


Primero, volver la espada a su lugar (47-56). En Getsemaní Jesús hizo su lucha de oración tan intensiva frente su copa. En esta oración el corazón de Jesús fue derramado, pero fortalecido y dirigido hacia la cruz de muy cercana. Acabada la oración, Jesús les dijo a sus discípulos en sueños.  “Levantaos vamos; ved, se acerca el que me entrega” (46). Mientras todavía hablaba, llegó Judas y mucha gente con espadas y palos de parte de los principales sacerdotes y de los ancianos del pueblo a la vista de todos. Judas ya les había dado señal para prender al que él besara. Judas saludó a Jesús “¡Salve, maestro!” Y lo besó. Jesús le dijo. “Amigo, ¿a qué vienes?” Es impresionante que Jesús no le llamó a Judas ‘enemigo’, sino ‘amigo’. Jesús todavía tuvo misericordia de él y manifestó su amor. Pero los que llegaron junto con Judá se acercaron y echaron mano a Jesús y lo prendieron. Jesús no huyó, sino se dejó prender voluntariamente.  

 ¿Qué hicieron los discípulos de Jesús en este momento? Cuando prendieron a Jesús, uno de sus discípulos sacó su espada e hirió a un siervo del sumo sacerdote y le quitó la oreja. Él era Simón Pedro (Jn 18:10). Pedro intentó a proteger a su Maestro con su espada. Humanamente su acción se vio muy valiente. Pero ¿Qué le dijo Jesús a Pedro? “Vuelve tu espada a su lugar, porque todos los que tomen espada, a espada perecerán” (v52). Jesús detuvo la acción emocional de Pedro. Jesús vio su actuar no como una acción valiente, sino dañina para sí mismo. Y le ordenó volver su espada a su lugar. Y dice “todos los que tomen espada, a espada perecerán”. Esta palabra no quiere decir que la espada para nada sirve, sino la espada debe estar a su lugar y se saca solo cuando Dios lo permite según su voluntad. De otra manera, esa espada vuelve hacia quien lo usa.  

Jesús se dejó prender no por falta de fuerza. Jesús dijo así. “¿Acaso piensas que no puedo ahora orar a mi Padre, y que él no me daría más de doce legiones de ángeles?” (v53). Jesús tiene más que una espada. Esa espada no es la de hierro, sino la encendida del fuego de tremendo poder. Jesús pudo ordenar a más de doce legiones de ángeles para protegerse (una legión romana – 6000 soldados aprox). Muchos ángeles estaban a la disposición de Jesús ese momento. Para poder entender un poco de este poder, sería bueno reflexionar de la historia del antiguo testamento. En 2 reyes 19:35, un ángel de Jehová salió y mató a 185.000 de los asirios una noche a la vez. Si un ángel podía herir a tantos, cuanto más un grupo de ángeles? Pero Jesús no usó su espada. Jesús guardaba su espada en su vaina. ¿Por qué? 

Jesús mismo respondió. Leamos el verso 54. “¿Pero cómo entonces se cumplirían las Escrituras, de que es necesario que así se haga?” Jesús no usó su espada para que se cumplieran las Escrituras. Jesús se sujetó a las Escrituras. Jesús puso su espada al control de la palabra de Dios. Todo anhelo de Jesús, su pensar, orar, hablar y actuar estaban bajo la palabra de Dios y su voluntad. Los valientes no son quienes usan su espada según su emocionalidad, sino lo deja a su lugar y la usa cuando Dios lo permite usarla.   

Solo quienes oran para sujetarse a la voluntad de Dios, saben controlar su espada según la voluntad de Dios. Si oramos como Jesús, poco a poco crecemos con dominio propio y llegamos a hacer todas las cosas para cumplir la palabra de Dios; edificar y dar la vida. Aun este momento tan hostil y emocional, Jesús sanó la oreja herida del siervo del sumo sacerdote por la espada de Pedro (Lc 22:51). En su amor constante y poder de sanar Jesús manifestaba plenamente que él es el Cristo. 

¿Están sujetos su hablar y actuar bajo las Escrituras? ¿La palabra de Dios le controla la lengua y fuerza? Si dejamos que nuestra emocionalidad nos domine, pereceremos por nuestra propia espada. Yo por mi emocionalidad, había dañado a muchos hermanos con mi espada verbal, finalmente dañando a mí mismo. Cuando miro atrás y recuerdo mis pasados, mi inmadurez espiritual pasada me hace sentir la gran lástima. Mi espada había dañado a mí mismo. Debemos aprender cuándo y cómo hablar como Jesús. Dios quiere que pensemos, hablemos y actuemos para cumplirse las palabras de Dios. Oro que Dios nos dé ese valor verdadero que Jesús tenía en su corazón. Amén.  


Segundo, testimonio de Jesús (57-68). Cuando Jesús dijo, los discípulos de Jesús huyeron, dejándolo. Los que prendieron a Jesús lo llevaron al sumo sacerdote Caifás. Allí estaban reunidos los escribas y los ancianos. Pedro lo siguió de lejos hasta el patio del sumo sacerdote. Los principales sacerdotes y los ancianos y el todo Concilio buscaban falso testimonio contra Jesús. El propósito de ellos era solo dar la muerte a Jesús. Dos testigos falsos acusaron a Jesús, diciendo “Éste dijo: Puedo derribar el templo de Dios, y en tres días reedificarlo”. Pero Jesús no respondió nada. Jesús no hizo su defensa a pesar de que él pudo hacer. 

Jesús no respondió porque no sintió la necesidad de defenderse. Todos testimonios no tenían valor de ser respondidos. Aún ellos mismos no encontraron el motivo justo para condenar a Jesús. También Jesús callaba porque ya había tomado decisión de entregar su vida en la cruz. Jesús no defendió para salvarse, sino quedó en silencio para salvar a los pecadores. Jesús no sacaba su espada según su emocionalidad. Entonces, el sumo sacerdote le dijo “Te conjuro por el Dios viviente que nos digas si eres tú el Cristo, el Hijo de Dios”. ¿Cómo le respondió Jesús?

Vamos a leer el verso 64. “Jesús le dijo: —Tú lo has dicho. Y además os digo que desde ahora veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del poder de Dios y viniendo en las nubes del cielo” Jesús dio este único testimonio a todos los que estaban en ese lugar. De este testimonio de Jesús, ¿Qué cosa rescatamos? 

Uno, el momento de hablar. “Tú lo has dicho”. Jesús abrió su boca y habló cuando tenía que dar su testimonio. Jesús sacó su espada de palabra. El mundo fue creado por la palabra de Dios. La palabra es una espada más poderosa de Dios. La gente que daban falsos testimonios hablaba para dañar, atacar y destruir. Pero Jesús sacó su espada para dar testimonio y dar la vida. Cuando Jesús tenía que dar testimonio de sí mismo, habló. 

“Tú lo has dicho” quiere decir “Yo soy el Cristo, el Hijo de Dios”. Dar testimonio así de verdad significaba dar un motivo de su condena a la crucifixión como una blasfemia. Pero Jesús habló de si mismo para que ellos conocieran al Cristo, lo creyeran y se salvaran. Jesús callaba con valor y hablaba para dar testimonio y salvación. 

‘¿Cuándo hablamos y usamos nuestra espada?’ Aprendamos aquí de Jesús. Primero que nada al momento de dar testimonio de Jesús y de su virtud, hay que hablar y sacar nuestra espada. Al momento de edificar y salvar, está permitido sacar esa espada de Dios de su lugar. Hablar así va contra nuestra emocionalidad. Y hablar así puede ser un sufrimiento para nuestra naturaleza. Pero hablar del Cristo, hablar de su obra y hablar lo que edifica en el momento oportuno podrán glorificar a Dios. Si aprendemos de hablar de Jesús y en el momento oportuno, seremos bienaventurados delante de Dios y los hombres.    

Dos, Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios. Vamos a leer el verso 64 otra vez. “Jesús le dijo: —Tú lo has dicho. Y además os digo que desde ahora veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del poder de Dios y viniendo en las nubes del cielo” Jesús dio testimonio de sí mismo con toda claridad. “veréis al Hijo del hombre”. Por este testimonio Jesús fue condenado y crucificado. Sabiendo esto, ¿Por qué Jesús abrió su boca y lo habló? Porque es la verdad eterna e inmutable por todas las generaciones. El conocer esta verdad es la salvación o la muerte eterna. Como pedro uno puede haber negado a su Maestro, como un ladrón crucificado uno puede haber pecado con gravedad, como uno de los burladores uno puede haberse injuriado de Jesús de alguna manera. Pero ‘conocer y creer que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios’ conduce a cualquier pecador a la salvación. Aunque uno logre un gran éxito en esta vida y no acepta esta verdad, él pierde todo logrado y va a la miseria eterna. 

Los cielos y la tierra fueron creados una vez. Y en el Cristo se hace perfectamente nuevo para la eternidad. “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.” (2Co 5:17) Conocer y creer en que Jesús es el Hijo de Dios, el Cristo es más importante que cualquier cosa que existe. Jesús es el Hijo de Dios encarnado. Jesús para esta verdad vino a esta tierra y por esta verdad murió, dándoles la salvación a todos los pecadores que le creen.  

Tres, veréis al Hijo de hombre en gloria. En el verso 64, encontramos dónde estaba puesta la mirada de Jesús. Jesús estaba condenado, maltratado e intimidado. Estaba en una condición miserable e injusta en extrema. Es fácil caerse en mal humor y enojo. Pero la mirada de Jesús no estaba en el sufrimiento actual, sino en su gloria a la diestra del poder de Dios y en su retorno. Jesús les testificó lo por venir como juez de todos. Cuando Jesús puso su mirada en tal gloria, pudo dar el testimonio de verdad en valor sobrenatural. 

Viviendo en este mundo incrédulo y hostil, muchas veces nos avergonzamos de testificar del Cristo. Sentimos rechazados y atacados. Desgastes y agotamientos nos persiguen. Somos tan propensos de callar para no pasar tales cosas o sacar nuestro carácter según nuestra emocionalidad. Esto ocurre en nuestro corazón porque miramos solo el problema presente, no la gloria que Dios promete. Los que ponen su mirada en la gloria del Cristo pueden superar todo sufrimiento físico, emocional y espiritual que atraviesan. Los que ponen su mirada en la gloria que el Cristo da, se vuelven valientes y dan testimonio del evangelio sin reservas y también no temen nada de este mundo.  

Jesús nos dio salvación y fe, para que seamos instrumentos de hablar del Cristo. Dios quiere que hablemos del Cristo sin temor. Si su gloria mora en nuestro corazón, haremos lo mismo que Jesús. Pedro, antes de tener esa fe, era un hombre débil. Sacaba su espada emocionalmente, y seguía a Jesús de lejos y le negaba tres veces ante una criada. Pero cuando puso su mirada en el Cristo resucitado, hizo lo mismo que Jesús. Hechos 4:18-20 dicen “18 Entonces los llamaron y les ordenaron que en ninguna manera hablaran ni enseñaran en el nombre de Jesús. 19 Pero Pedro y Juan respondieron diciéndoles:  —Juzgad si es justo delante de Dios obedecer a vosotros antes que a Dios, 20 porque no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído.” Pongamos nuestra mirada en la gloria del Cristo. Y seremos testigos valientes del Cristo. Y seremos fuertes para sacar la espada de palabra para edificar y salvar. Oro que Dios nos ayude a hablar como Jesús y hablar del Cristo y del evangelio, y hablar lo que glorifica a Dios en todo momento. Amén.


Tercero, negación de Pedro y muerte de Judas (69-27:10).  Ahora veamos qué sucedió con Pedro que siguió a Jesús de lejos. Pedro estaba sentado fuera en el patio se le acercó una criada y le dijo “tú también estabas con Jesús el Galileo” Pedro tenía que contestar que sí. Pero en miedo Pedro negó que lo era. Saliendo él a la puerta lo vio otra y también sucedió lo mismo. Pedro negó otra vez con juramento “no conozco al hombre” Un poco después acercándose los que por ahí estaban dijeron a Pedro “verdaderamente también tú eres de ellos porque aún tu manera de hablar te descubre” Entonces Pedro comenzó a maldecir y a jurar “no conozco al hombre” Entonces enseguida cantó el gallo. Pedro lloró amargamente por su negación. Lloró amargamente por su debilidad. Lloró amargamente porque negó a su amado Maestro hasta tres veces. Cuando él confió en su propia fuerza más que la palabra de Jesús, él tropezó y se cayó en la ruina tan dolorosa.  

Y ¿Qué pasó con Judas iscariote? Judas viendo que era condenado Jesús, les devolvió arrepentido las 30 piezas de plata a los sumos sacerdotes y a los ancianos. Pero ellos se burlaron de Judas y su mala decisión. Entonces, arrojado el dinero en el Templo, salió Judas y fue y se ahorcó. Él tomó una decisión trágica. Su arrepentimiento no era genuino, porque no pidió el perdón a Jesús y tomó una decisión que Jesús no quería que hiciera. Los principales sacerdotes, tomando el dinero de Judas, compraron el campo del alfarero para sepultura de los extranjeros. De esta manera se cumplió la profecía del profeta Zacarías 11:12-13. El profeta Zacarías recibió rechazo de su propio pueble a pesar de tanto sacrificio y recibió solo 30 piezas de plata un precio de un esclavo. Zacarías simboliza al Mesías quien dio su vida y fue rechazado y vendido solo en el precio de un esclavo.  Así se cumplió la profecía con el Cristo. 


En conclusión, Jesús nos dice volver nuestra espada a su lugar y usarla por y para el Cristo. Jesús sacó su espada de palabra para testificar de que él es el Cristo, el Hijo de Dios. Esta verdad es la verdad eterna e inmutable para todas edades. Los valientes verdaderos son quienes ponen su mirara en la gloria del Cristo y dan testimonio del Cristo sin temor alguno y hablan lo que se debe. Oro que nuestro hablar y actuar sean como Jesús quien cumplió las Escrituras en todo. Amén.   

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