Gálatas 6:1-5
6:1 Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado.6:2 Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo.
6:3 Porque el que se cree ser algo, no siendo nada, a sí mismo se engaña.
6:4 Así que, cada uno someta a prueba su propia obra, y entonces tendrá motivo de gloriarse sólo respecto de sí mismo, y no en otro;
6:5 porque cada uno llevará su propia carga.
SOBRELLEVAD LAS CARGAS DE LOS OTROS
Buenos días. Una hormiga puede cargar hasta cien veces su peso. Sin embargo, en ocasiones se encuentra con objetos que superan su capacidad. ¿Qué hace en ese momento? Va y le dice a otra hormiga. Y si entre las dos hormigas no pueden, van y le dicen a otra. Así sucesivamente hasta que entre muchas se coordinan para levantar objetos que parecen imposibles para tan minúsculos animales. Sin embargo, aquello se hace posible cuando trabajan en comunidad, compartiendo el peso y apoyándose unas a otras. Ellas sobrellevan las cargas unas de las otras.
Es lo mismo que deberíamos hacer como creyentes. Todos enfrentamos desafíos que a veces superan nuestras fuerzas: dolor, tristeza, dificultades, pruebas o tentaciones que nos abruman. Pero Dios no nos diseñó para enfrentarlas solos. Como las hormigas, estamos llamados a buscar ayuda en nuestra comunidad, a apoyarnos mutuamente y a compartir las cargas de los otros. Al hacerlo, no solo aligeramos el peso, sino que también cumplimos la ley de Cristo, que es el amor. Porque cuando nos unimos en amor y solidaridad, incluso las cargas más pesadas se vuelven llevaderas, y lo que parecía imposible se transforma en un testimonio de victoria en el nombre de Jesús.
En el cap.6 de Gálatas, el apóstol Pablo básicamente está contestando la pregunta: ¿Cómo se manifiesta el fruto del Espíritu en la vida cristiana? Es una continuación de lo que viene enseñando en el capítulo 5. Nos va a mostrar de forma práctica cómo viven los que andan en el Espíritu, o, como los llama en el v.1, lo que son “espirituales”. En los primeros diez versículos nos muestra cómo es una congregación en cuyos creyentes se manifiesta el fruto del Espíritu. Es una congregación de amor, de servicio, de ayuda mutua, de comprensión, de paciencia, con gente mansa y humilde de corazón, que tiene dominio propio. ¿No les gustaría una iglesia así?
En el pasaje bíblico de hoy, veremos cómo luce una congregación cuyos creyentes manifiestan el fruto del Espíritu, centrándose en la restauración compasiva, el servicio mutuo y la responsabilidad personal del creyente delante de Dios. Nuestro versículo clave nos llama a “sobrellevar los unos las cargas de los otros, y cumplir así la ley de Cristo.” Este mandato nos invita a vivir el amor de Cristo de manera práctica, ayudando a nuestros hermanos en sus luchas y necesidades. Es fácil pensar que la vida cristiana se trata solo de nuestra relación personal con Dios, pero Pablo nos recuerda que también se trata de comunidad: de restaurar con amor, de compartir las cargas y de examinarnos con humildad. Esta es la razón por la cual la iglesia es necesaria.
Cuando ayudamos a un hermano que está cayendo bajos sus cargas o que ha caído, no solo lo levantamos a él, sino que nos fortalecemos como Cuerpo de Cristo y cumplimos el mandato de amor que Jesús nos dejó: “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros.” (Jua. 13:34-35). Demostrando, entonces, que somos verdaderos discípulos de Jesús.
Yo oro para que podamos sobrellevar nuestras cargas entre todos, ayudándonos y sirviéndonos mutuamente en amor, restaurando con mansedumbre al que haya caído. Que vivamos en humildad cada día, confesando nuestros pecados y debilidades con sinceridad, buscando la ayuda mutua. Viviendo delante de los ojos de Dios. Y que, al vivir y servir de esta manera, el Señor pueda usarnos para convertir a Panamá en un Reino de Sacerdotes y una Nación Santa. Amén.
I.- Si alguno fuere sorprendido en alguna falta, restauradle (1-2)
Leamos juntos el v.1, por favor. Pablo conocía muy bien los problemas que podían surgir en cualquier comunidad cristiana. Aun los cristianos firmes pueden llegar a caer. Por esta razón, decide comenzar sus exhortaciones prácticas mostrando cómo actúa una iglesia espiritual con un miembro que es “sorprendido en alguna falta”. La palabra griega que usa Pablo aquí no se refiere a un pecado en el que la persona vive constantemente, sino un desliz, un tropiezo, un resbalón como el que podría dar una persona que camina en suelo jabonoso. Los cristianos caminamos sobre un suelo resbaladizo y, si no estamos atentos, en cualquier momento podríamos resbalar y caer.
Según Pablo, los cristianos “espirituales”, es decir, los que andan en el Espíritu, deben restaurar con espíritu de mansedumbre al hermano que cometiese algún pecado. ¿Qué quiere decir esto? El hermano debe ser ayudado con amor y deseo de restauración. La idea es que se arrepienta y se ponga de pie nuevamente, no terminarlo de hundir. Interesantemente, la palabra griega que se usa aquí para “restaurar” conlleva la idea del trabajo de un cirujano que extirpa un tumor del cuerpo de alguien, o pone en su sitio un miembro roto. Esta palabra hace hincapié, no en el castigo, sino en la cura. La corrección y disciplina en la iglesia no es un castigo, sino un remedio. Esto no quiere decir que por amor se vaya a tolerar el pecado, no hay que tolerarlo, hay que extirparlo; pero sin acabar con la vida de la persona, sino, más bien, con el genuino deseo de que se salve.
En algunos casos, esta corrección podría ser como una quimioterapia. Este tratamiento es muy duro y tiene graves efectos secundarios en la persona, pero le ayuda a erradicar por completo el cáncer de su cuerpo. De la misma manera, la disciplina del pastor o de la iglesia podría sentirse dura algunas veces, pero la idea es erradicar completamente el pecado del corazón. Solamente que hay que asegurarse que se haga realmente con amor y con el deseo de restauración.
De hecho, Pablo dice que hay que hacerlo “con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado.” Esto quiere decir que hay que ayudar al hermano con humildad, teniendo en mente que cualquiera de nosotros podría caer en el mismo pecado, o en algún otro, igual o peor. Así que debemos ayudarnos los unos a los otros como nos gustaría que nos ayudasen a nosotros cuando estemos en la misma situación. Amados hermanos, no tengamos en nuestra iglesia un sentido de superioridad, pensando que nosotros jamás cometeríamos el pecado que aquel hermano está cometiendo, porque esta arrogancia espiritual nos puede llevar a cometer el mismo pecado o peores. Y esto lo va a tratar el apóstol Pablo en el v.3.
Pero, antes de llegar ahí, leamos juntos el v.2, por favor. Este versículo resume lo que el apóstol Pablo acaba de expresar en el v.1. ¿Por qué una persona cae en pecado? Porque es débil ante esa tentación. Esa tentación es una carga muy pesada para él llevarla solo. Por supuesto, que ninguno de nosotros debería llevar solo sus cargas, el Espíritu Santo puede ayudarnos con todas ellas. Sin embargo, sucede que hay cargas que no manejamos correctamente, ni las traemos a Cristo, y esas son las que nos hacen caer. Entonces, ¿qué podemos hacer?
Imaginen que un hermano viene cargando dos garrafones de agua por las escaleras y parece que se va a caer, ¿qué haría usted? ¡Correr a ayudarlo con sus cargas! Ese hermano pudo haber usado el ascensor y una carretilla para traer los garrafones, pero decidió montárselos al hombro y subir por las escaleras. Usted que lo ama, quiere servirlo y no quiere que se lastime, correrá a ayudarlo. No se va a quedar sentado mirando y gritarle: “¿Por qué no usaste el ascensor y una carretilla? Eso te pasa por necio”, mientras el hermano rueda escaleras abajo lastimándose. Para, entonces, usted levantarse a recoger los garrafones y subirlos porque los necesitamos, pero dejando al hermano lastimado en el suelo. ¿No lo haría, verdad?
Pues, es lo mismo que sucede en la vida espiritual. A veces vemos a los hermanos cargados en su lucha espiritual, a punto de caer, y ni siquiera oramos por ellos, mucho menos con ellos. O, los vemos ya caídos, y los dejamos en el suelo, recriminándoles por haber caído, en lugar de ayudarlos a ponerse de pie nuevamente y a restaurar su comunión con el Señor. Debemos sobrellevar las cargas de los otros. Cargarlas entre todos. Hay quienes son débiles en un área de sus vidas, debemos ayudarles. Y en las áreas donde nosotros somos débiles, buscar la ayuda de otros.
Nunca olvido a un hermano que trabajaba conmigo y se sentía tentado por una compañera de trabajo. Él sabía que era débil y podía caer. Así que vino y me pidió que cada vez que lo viera hablando con ella, me acercara y me involucrara en la conversación. Así lo ayudé a sobrellevar su carga y él pudo permanecer en pie ante el Señor, a pesar de la tentación. Amados hermanos, hagamos lo mismo. Si siente alguna debilidad en este momento. Si siente que puede caer en una tentación, o si ya ha caído en alguna, hable con su pastor, o un hermano, para que oren juntos por esa debilidad, y para que sobrellevemos nuestras cargas juntos. Este es el propósito de los estudios bíblicos 1:1, de los testimonios bíblicos y de las oraciones de dos en dos los domingos. La idea es que con sinceridad podamos confesarnos nuestras debilidades o pecados los unos a los otros, y podamos sobrellevar nuestras cargar mutuamente.
Pero sucede que tenemos vergüenza de hablar de nuestras debilidades y pecados porque pensamos que nuestros hermanos nos van a juzgar. Hermano, si tu confiesas tu debilidad con sinceridad y un hermano te juzga, el pecado es de él, no tuyo. Tú estás haciendo lo correcto al buscar ayuda. Y si confiesas un pecado con sinceridad y arrepentimiento, y el hermano te juzga, entonces él también está pecando, y necesita arrepentimiento. Amados hermanos, no nos convirtamos en jueces de nuestros hermanos, no hemos sido llamados a juzgar, sino a restaurar con mansedumbre. Dejemos todo juicio en las manos de Dios y seamos instrumentos de Su amor. Amén.
II.- El impedimento para llevar las cargas de otros (3-5)
Leamos juntos el v.3, por favor. Esto es precisamente lo que nos impide restaurar a otros con mansedumbre, y en lugar de eso, juzgarlos con dureza: Pensamos que somos mejores que ellos. Este era el pecado de los fariseos. Ellos no podían ver sus propios pecados, y juzgaban fácilmente a otros, porque se creían superiores a todos por su celo en el cumplimiento de la Ley según su interpretación. Sin embargo, en más de una ocasión Jesús reveló su hipocresía, mostrando que ellos mismos también eran pecadores y que necesitaban arrepentirse, lo mismo que los demás.
Amados hermanos, no nos creamos superiores a los demás por pecar diferente. No pienses que porque tú no cometes adulterio, eres mejor que un hermano que adulteró y se arrepintió. De repente no has adulterado, pero te la pasas juzgando a los otros, o chismeando, o diciendo groserías, o en contiendas, o en envidias, y no te arrepientes de nada de eso, porque no ves la viga que hay en tu ojo por andar viendo la paja en el ojo de tu hermano. Esto te hace pecador lo mismo que el adúltero. Según Apo. 21:8: “los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda.” ¡Qué lista tan disímil! ¿Cómo un mentiroso y un cobarde pueden estar en el infierno con un homicida y un fornicario? Pues, no importa cuál sea nuestro pecado, si no nos arrepentimos y aceptamos a Jesús como nuestro Señor y Salvador, que es el nuevo nacimiento, no podremos entrar en el reino de Dios.
Así que no pienses que eres mejor que otro por pecar diferente. Ni tampoco creas que ya no eres pecador ni necesitas arrepentirte porque eres cristiano. Somos pecadores redimidos, pero pecadores al fin. No te engañes a ti mismo. Como leímos en el v.1 tienes que considerarte a ti mismo, no sea que tú también seas tentado. Puede que tú mismo caigas en el pecado que juzgas duramente. Así que, en lugar de juzgar, restaura a tu hermano con amor.
Leamos juntos el v.4. En lugar de compararnos con nuestros hermanos y sentirnos superiores a ellos por pecar diferente, deberíamos compararnos cada día con Jesucristo. ¿Cómo estoy viviendo al comparar mi vida con la de Jesús? ¿Qué tanto amo a mi prójimo en comparación con el amor de Jesús? ¿Cómo es mi vida de oración al compararla con la de Él? ¿Qué tanto sirvo al prójimo al compararme con Su servicio? ¿Qué tan dedicado estoy a la obra de Dios al compararme con Su dedicación? ¿Qué tanto me parezco a Jesús? Cuando hacemos esta comparación nos mantenemos humildes. Estoy seguro que nadie va a decir que ya alcanzó el nivel de amor de Jesús en su vida, o que alcanzó Su vida de oración o de servicio. Así que, al compararnos con Él, encontramos tópicos de arrepentimiento y decisiones de fe por tomar para ser más como Jesús. Pues, ¿cuál es el propósito de nuestra vida? “Que Cristo sea formado en nosotros” (Gál. 4:19).
Leamos ahora juntos el v.5. La palabra griega que se usa para carga aquí es diferente a la que se usa en el v.2. Lamentablemente, en español solo existe la palabra “carga” para expresar el sentido de ambas, y por eso se usa la misma palabra en los dos versículos en la RVR60. Sin embargo, en el v.2 se hace referencia a una carga muy pesada que prácticamente no se puede llevar, y en el v.5 a una carga normal que una persona podría llevar. El énfasis aquí en el v.5 es la responsabilidad individual del creyente frente a Dios.
Amados hermanos, cuando estemos frente a Dios el Día del Juicio no podemos decirle: “Señor, yo lo hice mejor que fulano o mengano”. Al cielo no se entra por ser mejor que otro hermano. Al cielo se entra por los méritos de Cristo. Y la efectividad de los méritos de Cristo en nosotros se hacen visibles por el fruto del Espíritu en nosotros. Si nosotros vivimos comparándonos con otros y juzgando a otros, entonces no andamos en el Espíritu y el fruto del Espíritu no se manifiesta en nuestras vidas. Al contrario, andamos en las obras de la carne, y mostramos que en realidad no hemos nacido de nuevo. Así que, lamentablemente, no podríamos entrar en el reino de Dios.
Pero, si en lugar de estar comparándome con otros y juzgándolos, estoy sirviendo y restaurando con amor, ayudando a otros a sobrellevar sus cargas, orando por ellos y con ellos, estudiando la Biblia con ellos, invitando a la gente que no conoce a Jesús a estudiar la Biblia y a venir a la iglesia para que puedan tener una relación personal con Jesús, entonces estoy cumpliendo con la ley de Cristo y Él está siendo formado en mí. Por tanto, mi vida está glorificando a Dios. Así vive el que anda en el Espíritu.
Amados hermanos, para mí sería muy fácil compararme con ustedes y decir que estoy bien con Dios porque sirvo más, porque soy fiel al Culto Dominical, porque como Pan Diario, porque cada semana escribo el Mensaje Dominical, o porque doy estudios bíblicos cada semana. También porque no estoy pecando con los mismos pecados de ustedes. Sin embargo, al compararme con Cristo, entiendo que todavía me falta mucho para ser un verdadero discípulo de Jesús. Todavía me falta amar más, servir más, orar más. Todavía peleo con mi esposa, le grito a mis hijas, y me lleno de ira en el hermoso tráfico panameño. ¿Cómo puede ser posible que el pastor haga estas cosas? Porque soy un débil pecador, al igual que ustedes; porque todavía me falta rendirme más al Espíritu Santo para que tome control de mi vida; porque todavía me falta mucho arrepentimiento y me falta crecer más espiritualmente.
Sería muy hipócrita de mi parte, juzgarlos a ustedes por sus pecados. Por esta razón intento ayudarles con mansedumbre para sobrellevar sus cargas, y que juntos podamos ser restaurados y crecer en amor y santidad. Yo oro para que cada uno de nosotros tenga esta actitud. Que ninguno de nosotros se crea superior a otro por pecar diferente, sino que cada uno de nosotros con humildad y sinceridad confiese sus pecados y debilidades, y entre todos podamos crecer como una comunidad santa y de amor por los pecadores. Como el hospital de pecadores que Dios quiere que la iglesia sea para que el médico celestial pueda sanarnos a todos.
Yo oro que nuestra iglesia sea una comunidad de amor y restauración espiritual, donde cada uno de los que venga pueda experimentar el poder sanador del Espíritu Santo en sus vidas. Que todos podamos ser sal y luz para nuestra sociedad, y el Señor nos use para convertir a Panamá en un Reino de Sacerdotes y una Nación Santa para Su gloria. Amén.
ARCHIVOS PARA DESCARGAR
|
[8.Jun.2025]_Dominical-UBF-Panamá_(GAL_6..1-5)-Mensaje.pdf
|
|
[2.Jun.2025]_Dominical-UBF-Panamá_(GAL_6..1-5)-Cuestionario.pdf
|
Hasta ahora se han realizado 0 comentarios...