Gálatas 4:1-11
4:1 Pero también digo: Entre tanto que el heredero es niño, en nada difiere del esclavo, aunque es señor de todo;4:2 sino que está bajo tutores y curadores hasta el tiempo señalado por el padre.
4:3 Así también nosotros, cuando éramos niños, estábamos en esclavitud bajo los rudimentos del mundo.
4:4 Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley,
4:5 para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos.
4:6 Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre!
4:7 Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero de Dios por medio de Cristo.
4:8 Ciertamente, en otro tiempo, no conociendo a Dios, servíais a los que por naturaleza no son dioses;
4:9 mas ahora, conociendo a Dios, o más bien, siendo conocidos por Dios, ¿cómo es que os volvéis de nuevo a los débiles y pobres rudimentos, a los cuales os queréis volver a esclavizar?
4:10 Guardáis los días, los meses, los tiempos y los años.
4:11 Me temo de vosotros, que haya trabajado en vano con vosotros.
¡ABBA, PADRE!
Buenos días. La semana pasada aprendimos cuál era la función de la Ley dentro del Plan de Redención de Dios: era un ayo, un guía y guardián, puesto por Dios para llevarnos a Cristo. Al revelarnos el carácter santo de Dios y nuestra pecaminosidad, nos muestra nuestra necesidad de redención y nos lleva a Cristo como la solución a nuestro problema de pecado. No obstante, su función era temporal, pues al aceptar a Jesús como nuestro Señor y Salvador, dejamos de ser niños bajo tutela y pasamos a ser hijos maduros, de pleno derecho delante de Dios. Ahora, nuestra relación con Él es directa, llena de amor y confianza, y sin necesidad de intermediarios. Ya no necesitamos de un ayo.
En el pasaje bíblico de hoy, el apóstol Pablo va a continuar con esta analogía: antes de conocer a Cristo, éramos como niños pequeños bajo tutores, esclavizados bajo los rudimentos del mundo. Sin embargo, con la venida de Jesús y Su sacrificio, fuimos redimidos de esa esclavitud y recibimos una posición gloriosa como hijos adoptivos de Dios. Este privilegio no solo nos ofrece libertad, sino que nos introduce en una relación íntima con el Padre, que nos permite clamar “Abba, Padre”.
Yo oro para que, a través de este mensaje, podamos meditar profundamente en el gran privilegio que hemos recibido al ser adoptados como hijos de Dios. Que podamos cultivar una relación personal e íntima con nuestro Padre Celestial, tan cercana que podamos clamar con confianza: “¡Abba, Padre!”. Que no regresemos a la esclavitud del pecado ni a las prácticas vacías de una religión muerta, sino que vivamos de forma santa y agradable para Dios como hijos amados. Y que, al vivir así, Dios pueda usarnos para convertir a Panamá en un Reino de Sacerdotes y una Nación Santa para Su gloria.
I.- El cumplimiento del tiempo señalado por el Padre (1-5a)
Leamos juntos los vv. 1-2, por favor. El v.1 comienza con un conector que enlaza la idea que Pablo venía desarrollando desde el capítulo anterior. Me gusta más como lo traduce la BLPH: “Digo, pues, que”. Aquí se muestra mejor que Pablo va a ampliar su idea de que ya no estamos bajo ayo, sino que ahora somos hijos de Dios. Para esto usa una situación cotidiana del hogar de su época: Mientras el heredero es menor de edad, en nada se distingue de un esclavo. No puede tomar ninguna decisión sobre los bienes de la familia, ni sobre sí mismo, lo mismo que un esclavo.
Imaginen una antigua casa rica con un joven que está destinado a heredar todo lo que su padre tiene. Cuando el heredero es todavía niño no puede decidir sobre nada, ni siquiera sobre su propia vida. De hecho, está bajo el estricto cuidado del ayo que tiene autoridad sobre él, y es alimentado por el administrador del padre de familia, que solía ser un esclavo también. Así que, aunque es heredero de todo, en realidad, tiene menos libertad y autoridad que un esclavo de alto rango en el hogar. Pero, heredará todo cuando llegue “el tiempo señalado por el padre”, que solía ser a la mayoría de edad, cuando el padre decidiese dejar de trabajar, o cuando falleciese, lo que el padre decidiese.
Leamos ahora juntos el v.3, por favor. Esta es la analogía que Pablo quiere hacer. Así como los niños son prácticamente esclavos hasta que alcanzan la mayoría de edad y se liberan de su ayo, de la misma manera cuando el mundo estaba en su infancia, Dios lo colocó al cuidado de “los rudimentos del mundo” que lo esclavizaba. La palabra griega que la RVR60 traduce como “rudimentos” es stoikeía. Según el Dr. William Barclay: “Un stoijeion (singular) […] llegó a significar el abecedario, y por tanto cualquier conocimiento elemental.” Era algo básico o elemental. Sin embargo, “los rudimentos del mundo” también podría traducirse como “los elementos básicos del Universo”, o “los espíritus elementales” (así traducen algunas versiones en inglés como la RSV y la NIV).
Con respecto a la traducción: “elementos básicos del Universo” comenta el Dr. Barclay: “Tiene otro significado que algunos sostienen que es el de aquí: los elementos de los que está formado el universo, y especialmente los cuerpos celestes. El mundo antiguo estaba asediado por la fe en la astrología. Si una persona nacía bajo una cierta estrella, su destino —creían— estaba decidido. Todo el mundo vivía bajo la tiranía de las estrellas y anhelaba liberarse. Algunos investigadores creen que Pablo está diciendo que hubo un tiempo en que los gálatas habían vivido bajo la tiranía de esa fe en la inevitable influencia de las estrellas.”
Con respecto a la traducción: “espíritus elementales”, el Dr. John Piper plantea que es posible, considerando en el v.8 “a los que por naturaleza no son dioses” y su conexión con el v.9. Sin embargo, reconoce que el v.9 está conectado también con el v.10, y eso sugeriría que los gálatas no están regresando a los espíritus elementales malvados que no son por naturaleza dioses, sino a la Ley judía. Así concluye que en realidad Pablo está usando esta palabra en los dos sentidos. Los rudimentos del mundo se refieren a toda religión humana que busque alcanzar la justificación por obras, pues esto viene de escuchar “a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios” (1Ti. 4:1). Así que, tanto el paganismo como el legalismo son los rudimentos del mundo bajo los cuales era esclava la humanidad.
Aunque el punto del Dr. Piper es muy bueno y me parece bastante lógico, yo me inclino a pensar que los rudimentos del mundo se refieren, principalmente, a la Ley judía, y con esto en mente interpretaré todo el pasaje bíblico. No descarto que Pablo pueda estar aprovechando todos los significados de estas palabras griegas para abarcar tanto a judíos como a gentiles. Sin embargo, considerando que la carta a los Gálatas fue escrita para tratar el problema de los judaizantes, y que el ayo que Dios había puesto sobre el mundo era la Ley que nos tenía esclavizados cuando estábamos en nuestra infancia espiritual, entonces continuaré con la misma línea de interpretación en este mensaje.
Leamos juntos los vv. 4-5a, por favor. Entonces, en su infancia espiritual, la humanidad estuvo esclavizada bajo la Ley, tratando de ser justificados por la obediencia a ella; pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley, para que redimiese a los que estaban bajo la ley. En estos versículos hay muchas cosas a destacar. Comencemos con la frase: “cuando vino el cumplimiento del tiempo”. Pablo está relacionando esto con “el tiempo señalado por el padre” del v.2. Cuando llegó el tiempo señalado por nuestro Padre Celestial para que la humanidad alcanzase la madurez espiritual, Él envió a Su Hijo a nacer en este mundo. El Dios Omnipotente, Omnipresente y Eterno, se encarnó en el cuerpo de un pequeño bebé para poner en marcha la etapa culminante del Plan de Redención y liberar a Sus hijos del ayo de la Ley.
Fíjense cuándo se alcanzó el cumplimiento del tiempo. Casi todo el mundo conocido estaba bajo el gobierno del Imperio Romano. El mundo caía en desesperanza al ver la sucesión de imperios levantarse y caer. Los judíos esperaban con ansías la promesa del Mesías después de haber sido conquistados y puestos por tributarios por varios imperios diferentes. Se cumplían una a una las profecías, incluyendo el cronograma profético que aprendimos en el libro de Daniel. Había un idioma prácticamente universal: el griego.
Gracias a todas estas condiciones, el mensaje del evangelio pudo expandirse mucho más rápidamente que en cualquier tiempo anterior. Los cristianos podían recorrer los muchos caminos del imperio que conectaban ciudades y pueblos. El evangelio se predicaba en griego de manera que muchos entendían, y los que no, podían tener traductores, o el Espíritu Santo le daba el don de lenguas al predicador para hablar en el idioma local, como sucedió en Pentecostés. La gente abrazaba con esperanza el mensaje del evangelio al ver la condición del mundo alrededor. Este fue el tiempo que Dios escogió para venir a este mundo y traer las buenas noticias de salvación por la fe en Cristo Jesús.
Leamos nuevamente el v.4b, por favor. Jesús nació sin intervención de varón, para cumplir con la promesa de Gén. 3:15: “Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar.” Él es la simiente de la mujer que aplastó la cabeza de la serpiente al morir en nuestro lugar en la cruz. Y, nació bajo la Ley, como judío, cumpliendo la promesa a Abraham: “En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra” (Gén. 22:18). Jesús es la simiente de Abraham en quien todas las familias de la tierra hemos sido bendecidas. El Mesías vino a salvar no solo a los judíos, sino también a los gentiles; a todo aquel que cree en Él.
Al nacer bajo la Ley, redimió a los que estaban bajo la Ley, es decir, pagó la deuda para liberarlos de su esclavitud. Ya hemos hablado que no solamente los judíos estaban bajo la Ley de Dios, sino también los gentiles. Así que vino a librarnos a todos del ayo, para relacionarnos con Él ya no como Señor-esclavo, sino como Padre-hijo. Y eso es precisamente lo que va a continuar desarrollando el apóstol Pablo.
II.- Ya no eres esclavo, sino hijo (5b-11)
Leamos juntos el v.5b. ¿Para qué redimió Jesús a los que estábamos bajo la Ley? “A fin de que recibiésemos la adopción de hijos.” Ya hemos hablado suficientemente acerca de la adopción como hijos de Dios en el mensaje anterior. Así que solo me voy a limitar a decir que Dios nos quitó de debajo de la tutela de la Ley, y nos puso bajo Su propia tutela. Piénsenlo bien. ¿No hubiese sido más que suficiente que Dios nos hubiese rescatado de la esclavitud del pecado y nos hubiese hecho esclavos suyos? ¿No sería ya eso un gran honor? Pero, ¡Él hizo mucho más que eso! ¡Nos adoptó como hijos Suyos! ¡Nos hizo parte de Su familia! Esto no era necesario. Es una demostración del gran amor de Dios. Por eso dice el apóstol Juan con gran asombro: “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios” (1Jn. 3:1).
Leamos ahora juntos el v.6, por favor. La evidencia de que somos hijos de Dios es que Él envió a nuestros corazones el Espíritu de Su Hijo. Esto, obviamente, se refiere al Espíritu Santo, la tercera persona de la Trinidad. En la Biblia se le describe indistintamente como el Espíritu de Dios y el Espíritu de Cristo, dependiendo del aspecto de Su naturaleza o de la función en el plan redentor que se quiera destacar. En este caso se le menciona como el Espíritu del Hijo con la intención de conectarlo con la obra redentora de Cristo. Esta conexión entre el Espíritu Santo y Cristo resalta la unidad perfecta en el plan redentor de la Trinidad, en la que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo actúan con un propósito común: la salvación y adopción de los creyentes.
El Espíritu Santo es el Consolador (Jua. 14:26), quien nos ayuda en nuestra debilidad, intercediendo por nosotros ante el Padre con gemidos indecibles (Rom. 8:26). Y aquí el apóstol Pablo nos revela uno de esos gemidos con que nos ayuda a clamar:
“¡Abba, Padre!” Esta expresión aparece solamente en otros dos versículos de la Biblia; en Rom. 8:15, donde se presenta a los hermanos de Roma la misma idea que Pablo está presentando aquí a los gálatas; y en Mar. 14:36, donde el propio Jesús está orando con un grande y doloroso clamor en su agonía en el Monte de los Olivos.
Abba es una palabra aramea informal que un niño empleaba con su padre solamente en el círculo familiar. Comunica un sentido de intimidad y cercanía. Se podría traducir al español como “papá”, “papi” o “papito”, connotando la ternura y dependencia de un niño que llama a su papá. Tanto Marcos como Pablo sienten la necesidad de traducir la palabra aramea, agregando Pater en griego, que se traduce “Padre”, al español. En realidad, en griego no existía una palabra con el mismo significado de abba, así que simplemente optaron por pater, que sería la más cercana. Por su uso en la Biblia, parece haber sido empleada así tal cual: “¡Abba, Padre!”, en la liturgia de la iglesia.
Antes de Jesús, nadie se refería a Dios como Padre, sino como Señor (Adonai) u otro nombre de autoridad. La relación con Dios era más distante y con intermediarios. Pero Jesús introdujo la relación de Padre-hijo con la humanidad, y los podemos ver en la oración que enseñó a Sus discípulos: “Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre.” (Mat. 6:9). En Cristo se acabó la relación Señor-siervo, y comenzó la relación Padre-hijo porque hemos recibido el Espíritu del Hijo, el Espíritu de adopción. Y, “a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Jua. 1:12).
Todavía hoy en día es muy común ver en las iglesias que algunos hermanos se dirigen a Dios con formalidad: “Señor, Usted es un padre bueno que ama a Sus hijos, y Le doy gracias…”. Pero el Espíritu de Cristo nos impulsa a acercarnos a Dios con mayor intimidad: “Papá, te doy gracias por ser bueno conmigo, y ayudarme hasta ahora…” (Así ora el M. Juan Carlos de La Plata, Argentina). Yo utilizo más el término “Padre” que “papá” o “papi”, probablemente porque crecí sin papá y no me acostumbro a llamar a alguien así. Quizás esa sea la razón por la que algunos son más formales con Dios y lo ustedean. Pero en Cristo tenemos la libertad de acercarnos al trono de Dios, sentarnos en su regazo y decirle: “Papi, yo te amo”. Hace unos veinte años me imaginaba haciendo esto en mis oraciones matutinas.
Con esto no quiero decir que esté mal ser formal con Dios o llamarlo Señor. Yo también Le llamo Señor. Solo quiero mostrarles el gran privilegio que tenemos por haber recibido el Espíritu de adopción. Cuando caigamos en pecado y seamos llamados al arrepentimiento, podemos llorar a moco suelto y gritar: “Papá, ayúdame. Perdóname”. Si una de mis hijas se cae y grita así, tengan la seguridad de que iré corriendo a ayudarla y a consolarla. ¿Cuánto más no hará por nosotros nuestro amoroso Padre Celestial? Si nosotros, siendo malos, sabemos dar buenas dádivas a nuestros hijos, ¿cuánto más nuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan? (Mat. 7:11). Vengamos, pues, con confianza, y clamemos: “¡Abba, Padre!” Amén.
Leamos juntos el v7, por favor. Gracias a la redención de Cristo, ya no eres más esclavo, sino hijo de Dios, si en verdad has aceptado a Jesús como tu Señor y Salvador. Y si eres hijo de Dios, entonces eres Su heredero por medio de Cristo. Habiendo sido sellado con el Espíritu Santo de la promesa, que es la garantía de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria. (Efe. 1:13-14). Amén.
En los vv. 8-11, Pablo les recuerda a los gálatas la esclavitud de la que habían sido rescatados. En otro tiempo, los gálatas gentiles, no conociendo a Jehová Dios, servían a otros “dioses” que en realidad no eran dioses. Vivían conforme a los principios elementales, los rudimentos, de las religiones paganas. Pero ahora, conociendo a Dios, o más bien, siendo conocidos por Dios, ¿cómo se iban dejar esclavizar otra vez por los rudimentos de la religión? ¿Cómo iban a tratar nuevamente de buscar la aceptación de Dios por medio de obras? Al seguir las enseñanzas de los judaizantes: circuncidándose, guardando las leyes dietéticas y las festividades judías, para tratar de ser aceptos delante de Dios, estaban volviendo a la esclavitud de las obras religiosas vacías. Y si hacían esto, lamentablemente, todo lo que Pablo había trabajado con ellos habría sido en vano. Pues, no alcanzarían el reino de Dios.
Amados hermanos, si Dios nos ha amado de esta manera, entregando a Su Hijo por nosotros para adoptarnos como hijos Suyos, ¿cómo podemos volver a los mismos pecados en que vivíamos antes de conocerle? Si hemos sido salvados por la fe en Cristo, ¿cómo podemos pretender ser aceptos delante de Dios por lo que hagamos? Nuestra obediencia a la Palabra de Dios no es para ser aceptos por Dios, ni para serle más agradable, ni para que nos ame más; es la obra del Espíritu Santo en nuestros corazones que va santificando nuestras vidas. Es la muestra de agradecimiento de nuestro corazón. Es la evidencia de nuestro amor a Dios, como dijo Jesús: “Si me amáis, guardad mis mandamientos.” (Jua. 14:15).
Si ustedes han sido adoptados como hijos de Dios, ¿por qué no vienen a Su Casa, la iglesia que Él nos ha dado? ¿Por qué no están trabajando en los negocios de Su padre como el joven Jesús en Luc. 2? ¿Por qué no están estudiando la Biblia, y escribiendo y compartiendo testimonio bíblico como hijos santos que quieren aprender más de su Padre? ¿Por qué siguen enredados en los negocios del mundo? Clama: “¡Abba, papá, ayúdame!” y Él te ayudará a corregir tu vida para glorificarle.
Yo oro para que cada uno de nosotros reciba verdaderamente a Jesús como su Señor y Salvador, siendo sellados con el Espíritu de adopción. Que clamemos a toda voz: “¡Abba, Padre!” “Ayúdame, Papá, a vivir como tú quieres que viva, haciendo Tu voluntad en la Tierra.” Que el Señor nos muestre Su voluntad para nuestras vidas y nos ayude a obedecer verdaderamente Su Palabra. Que no volvamos a la esclavitud del pecado ni a los rudimentos de este mundo, sino que crezcamos cada día de gloria en gloria en Cristo Jesús, hasta ser hombres y mujeres perfectos que agradan a Dios. Y que al vivir de esta manera, el Señor nos use para convertir a Panamá en un Reino de Sacerdotes y una Nación Santa para Su gloria, formando una gran familia de hijos de Dios que mantengan una relación personal e íntima con Él. Amén.
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P. Hugo Hurtado (VE)
( 20 de noviembre de 2020 )
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