Gálatas 3:24-29

3:24 De manera que la ley ha sido nuestro ayo, para llevarnos a Cristo, a fin de que fuésemos justificados por la fe.
3:25 Pero venida la fe, ya no estamos bajo ayo,
3:26 pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús;
3:27 porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos.
3:28 Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús.
3:29 Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa.

HIJOS DE DIOS POR LA FE


Buenos días. En el pasaje bíblico de hoy, el apóstol Pablo nos enseña cuál es la función de la Ley dentro del Plan de Redención de Dios. Aunque la semana pasada hablamos de que la Ley fue añadida a causa de las transgresiones para revelar nuestro pecado y el carácter santo de Dios, esa no era su función principal. El propósito último de la Ley es llevarnos a Cristo. Al revelarnos el carácter santo de Dios y nuestra pecaminosidad, nos muestra nuestra necesidad de redención y nos lleva a Cristo como la solución a nuestro problema de pecado. 

Además, el apóstol Pablo utiliza una analogía de la vida diaria para explicar por qué, al aceptar a Jesús como nuestro Señor y Salvador, ya no estaríamos más bajo la Ley. La Ley era un ayo, pero ya no necesitamos ayo porque somos hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús. A través de este mensaje aprenderemos el significado de esto y cómo llegamos a ser hijos de Dios por la fe. 

Yo oro para que cada uno de nosotros pueda confesar a Jesús como Su Señor y Salvador, y recibamos el Espíritu de adopción que nos convierte en hijos de Dios por la fe. Y que podamos ir y llevar a otros esta buena noticia de salvación por la fe en Jesucristo, de modo que el Señor adopte muchos nuevos hijos suyos en Panamá, y convierta a Panamá en un Reino de Sacerdotes y una Nación Santa para Su gloria. Amén.

I.- La Ley ha sido nuestro ayo (24-25) 

Leamos juntos los vv. 24-25, por favor. En estos versículos se encuentra una palabra que seguramente no nos es familiar: “ayo”. Muchos estarán pensando: “Estoy tratando de encontrar en mi cabeza el significado de ayo, pero no lo hallo”. Y esto es porque en nuestra sociedad actual no existe esa figura y la palabra está desuso. De hecho, en las traducciones modernas de la Biblia utilizan otras palabras como: “guía” (NVI), “acompañante” (BLPH), “guardián” (PDT) y “maestro” (TLA), pero ninguna de ellas traduce el significado completo de la palabra griega paidagogós que Pablo utiliza aquí, sino solamente “ayo” como traduce la RVR60. Según el DLE, un ayo es una “Persona encargada en las casas principales de custodiar niños o jóvenes y de cuidar de su crianza y educación.” No es simplemente un maestro, un guardián, un tutor, o una nodriza, sino que abarca todos esos roles, y un poco más.

El paidagogós era generalmente un esclavo o, en algunos casos, un liberto (esclavo liberado) que se encargaba de supervisar y acompañar a los niños de la familia, particularmente a los varones, desde una edad temprana hasta la adultez. Su función principal no era impartir una educación académica formal, sino guiar, proteger y disciplinar al niño en su vida cotidiana. El ayo seguía al niño a todas partes, especialmente cuando salía de casa, como al ir a la escuela. Era una especie de custodio que aseguraba su seguridad. Pero el ayo también era un educador, inculcaba modales, comportamiento adecuado y disciplina, y en muchos casos, también idiomas y cultura. Podía reprender o castigar al niño si se portaba mal. Su función, entonces, era actuar como una figura de autoridad secundaria, bajo el padre de familia, asegurándose de que el niño cumpliera con sus responsabilidades y se mantuviera en el camino correcto. Así, enseñaba, cuidaba, protegía y guiaba al niño hasta su adultez.

Pero el niño ya no necesitaba más de ayo una vez que transicionaba hacia la vida adulta. En la cultura judía esto ocurría a los 13 años, cuando se celebraba el Bar Mitzvá; en la cultura romana, alrededor de los 14 años, cuando se celebraba la ceremonia de la liberalia; y en la cultura griega, alrededor de los 18 años, como en nuestra época. Allí el muchacho se liberaba de su ayo y respondían solo al padre de familia. Muchas veces los niños anhelaban el día en que eso ocurriese porque les molestaba la constante disciplina y vigilancia del ayo. Sin embargo, en muchos casos el niño se encariñaba con el esclavo por el amor y la compañía que le daba y, al hacerse adulto, le otorgaba la libertad.

Así que el apóstol Pablo está diciendo aquí que la Ley era un ayo, un guardián que nos disciplinaba para no pecar, nos corregía cuando pecábamos, y nos guiaba para tener la correcta relación con Dios. Pero, como constantemente fallamos en cumplir la Ley, constantemente nos disciplina por nuestra pecaminosidad y nos hace anhelar un redentor. La Ley guardaba a los humanos en esta doble forma: restringía al hombre de los excesos del pecado, y le revelaba que la fe era su única fuente verdadera de salvación. Así, su propósito último era prepararnos y llevarnos a Cristo, a fin de que fuésemos justificados por la fe. 

Además, al hacer esta analogía con un ayo, Pablo está describiendo cómo la ley pone a un hombre bajo una esclavitud como la de un niño pequeño bajo la supervisión de un esclavo que lo cuidaba. No hay manera de liberarse de su constante disciplina y castigo, sino hasta que venimos a Cristo. También, nos dice que la Ley tuvo la función de guiar al pueblo de Dios en sus primeros pasos del Plan de Redención, hasta que llegase Cristo, el cumplimiento del Plan de Redención Divino.

Podríamos hacer también una analogía de nuestra época. Como padres nuestro papel es educar y disciplinar a nuestros hijos. Ya no tenemos ayos en nuestras casas, así que nosotros mismos cumplimos esta función. Cuando están pequeños debemos enseñarles límites. Debemos decirles “no” cuando quieren hacer algo incorrecto. Debemos disciplinarlos cuando hacen lo indebido. No podemos dejar que el niño haga lo que quiera. La Biblia misma nos dice: “Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él.” (Pro. 22:6). Y, “El que detiene el castigo, a su hijo aborrece; mas el que lo ama, desde temprano lo corrige.” (Pro. 13:24). Los padres inculcan principios éticos, enseñan disciplina y modelan comportamientos que preparan a los niños para interactuar de manera responsable con los demás. Debemos instruirlos, disciplinarlos y corregirlos para que puedan andar en el camino de Dios y sean buenos ciudadanos. Si no hacemos esto, podríamos estar criando antisociales. 

Al igual que la Ley, nuestro rol como padres es temporal, con un enfoque en guiar hacia una etapa de mayor madurez. Así como la Ley de Moisés llevaba hacia Cristo, los padres educamos a nuestros hijos para que sean independientes, responsables y capaces de vivir en el mundo con valores sólidos. También, para que puedan tener una relación personal con Cristo. El objetivo de los padres es preparar a los hijos para que, eventualmente, puedan tomar decisiones independientes y madurar emocional, social y espiritualmente. Y para esto es necesaria la disciplina. 

Yo oro para que el Señor nos dé sabiduría para ser buenos padres para nuestros hijos, para instruirlos y disciplinarlos con amor en el Camino del Señor. Y que cada uno de nuestros niños crezcan como hombres y mujeres que aman a Dios y le sirven, y puedan ser los pastores de la próxima generación. Amén.

Leamos nuevamente el v.25, por favor. “Venida la fe” no quiere decir que en el Antiguo Testamento no había fe. Ya aprendimos que Abraham fue justificado por la fe (v.6) y que “El justo por la fe vivirá” (v.11; Hab. 2:4). Lo que quiere decir Pablo aquí es que una vez que hemos entendido que la justificación es por la fe, y que ponemos nuestra fe en Jesús como nuestro Señor y Salvador, entonces ya no estamos bajo ayo, ya no estamos bajo esclavitud, sino que hemos alcanzado la madurez en la fe para estar directamente bajo la tutela del padre de familia, de Dios, quien nos había puesto bajo el ayo de la Ley. Esto tampoco quiere decir que nos vamos a olvidar completamente de lo que hemos aprendido de la Ley. Cuando el niño alcanzaba la edad adulta no se olvidaba de lo que su ayo le había enseñado, pero ya no estaba más bajo el ayo. No tenía la obligación de obedecerle como en el pasado.

Con respecto a esto comenta Lutero: “Cuando el niño ha crecido, no acaba con la disciplina y la experiencia que obtuvo del ayo, pero tampoco vive bajo el ayo por más tiempo. Esta es nuestra relación con la ley de Dios. Aprendemos de ella, recordamos nuestras lecciones de ella, pero no vivimos bajo la ley.” Aunque no estamos más bajo el ayo de la Ley, sus preceptos morales siguen siendo la base de nuestra vida cristiana. Ya no tenemos la obligación de guardar la Ley de Dios con todos sus mandamientos y ceremonias, pero la Ley moral de Dios ha sido escrita en nuestros corazones y el Espíritu de Cristo nos impulsa a obedecerla. Así como el hombre vivía de acuerdo a los principios que su ayo le enseñó, nosotros vivimos en santidad obedeciendo la Palabra de Dios por el Espíritu de Cristo que está en nosotros. Amén.

Veamos a continuación cómo ha cambiado nuestra relación con Dios. 

II.- Todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús (26-29)

Leamos juntos el v.26. La razón por la cual no estamos bajo ayo es porque todos somos hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús. Con respecto a esto comenta el Dr. John MacArthur: “Los creyentes, a través de su fe en Jesucristo, han alcanzado la mayoría de edad como hijos de Dios. Por eso no están bajo la tutela de la ley (Rom. 6:14), aunque todavía tienen la obligación de obedecer los parámetros santos e inmutables de Dios que en el nuevo pacto tienen toda la autoridad moral.” Así como el niño judío comenzaba la vida adulta a los 13 años, muy lejos de ser un adulto maduro todavía, cuando aceptamos a Jesús como nuestro Señor y Salvador, comenzamos la etapa de madurez en la vida de fe, aunque todavía nos queda mucho por madurar. Es apenas el principio, pero ya no estamos más bajo el ayo de la Ley. 

Ahora nuestra relación con Dios ha cambiado, como lo expresa aquí Pablo, y como lo expresa el apóstol Juan en su evangelio: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Jua. 1:12). Cuando recibimos a Jesús como nuestro Señor y Salvador, se nos da el derecho de ser llamados hijos de Dios. Entonces, ¿qué éramos antes? Criaturas de Dios. Todos fuimos creados por Dios y puestos en este mundo. Pero como leímos en Jua. 1:12 solo los que reciben a Jesús como su Señor y Salvador tienen el derecho de ser llamados hijos de Dios. ¿Por qué? Rom. 8:15-16: “Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios.” Solamente los que tenemos el Espíritu Santo en nuestro interior tenemos el testimonio de haber sido adoptados como hijos de Dios.

Pueden notar entonces que somos hijos adoptados por Dios. ¿Por qué adoptados? ¿Por qué no hijos engendrados de Dios? Porque solamente hay un hijo engendrado de Dios: Jesucristo. Él es el “Hijo Unigénito” (Jua. 3:16), el único hijo engendrado de Dios que tiene Su misma naturaleza. Nosotros no tenemos la misma naturaleza de Dios, ni siquiera después de haber sido redimidos. Solo Jesús es “el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder” (Heb. 1:3). “Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación. Porque en él fueron creadas todas las cosas [­…] todo fue creado por medio de él y para él.” (Col. 1:15-16). En cambio, nosotros fuimos predestinados “para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad” (Efe. 1:5).

Entonces, ¿somos menos hijos de Dios por ser adoptados? De ninguna manera. En la sociedad romana, la adopción no se centraba tanto en el bienestar del niño (como en la actualidad), sino en los intereses de la familia adoptante. Era una herramienta legal para asegurar la continuidad de una familia, su nombre, su patrimonio y sus deberes religiosos. En el derecho romano, los hijos adoptados tenían exactamente los mismos derechos que los hijos biológicos. Una vez adoptados, se integraban plenamente a la familia adoptiva como si hubieran nacido en ella. Tomaban el nombre de la familia y heredaban la misma porción que los hijos biológicos. Incluso, en algunas ocasiones, podían llegar a tener más privilegios que los hijos naturales. Por ejemplo, el emperador Nerón fue adoptado por Claudio César, prefiriéndolo sobre su hijo biológico, Británico, para que fuese su sucesor en el trono del imperio. Así se puede ver que los hijos adoptados no eran menos que los hijos biológicos.

En nuestro caso, hemos sido adoptados gracias a la obra redentora de Cristo en la cruz, y ahora somos “herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados.” (Rom. 8:17). ¿Se dan cuenta del gran privilegio que hemos recibido? ¡Ahora somos hijos de Dios y coherederos con Cristo de las riquezas de gloria que aguardan en el reino de los Cielos? ¡Deberíamos estar aquí cada domingo brincando de alegría por esta gran gracia recibida! ¡Deberíamos estar anunciando a los cuatro vientos que ahora somos hijos de Dios! Deberíamos vivir en este mundo como verdaderos hijos de Dios.

Y, ¿cómo viven los hijos de Dios? Jesús dijo: “Si vuestro padre fuese Dios, ciertamente me amaríais; porque yo de Dios he salido, y he venido; pues no he venido de mí mismo, sino que él me envió. ¿Por qué no entendéis mi lenguaje? Porque no podéis escuchar mi palabra. Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. Él ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira.” (Jua. 8:42-44). Los hijos de Dios aman a Jesús y escuchan y ponen en práctica la Palabra de Dios. En cambio, los mentirosos, y todos los que viven en el pecado, dice Jesús que son hijos de su padre el diablo. “Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados. Y andad en amor, como también Cristo nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros.” (Efe. 5:1-2). Vivir como hijos de Dios implica caminar en santidad, en amor y en obediencia a Su Palabra, sabiendo que somos apartados para Su gloria. Es un recordatorio constante de que, al ser amados por Él, también debemos amar a otros, mostrando el fruto del Espíritu en nuestras vidas (Gál. 5:22-23). Amén. 

Leamos juntos el v.27, por favor. Al ser bautizados en Cristo fuimos adoptados como hijos de Dios. Esto no se refiere al bautismo en agua. Recuerden que el bautismo en agua es un símbolo de lo que ocurre dentro de nosotros al aceptar a Jesús como nuestro Señor y Salvador. El apóstol Pablo lo describe así en Rom. 6:3-4: “¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva.” Cuando recibimos a Jesús como nuestro Señor y Salvador, somos crucificados y sepultados juntamente con Él, para luego ser también resucitados a una nueva vida. Al participar de la muerte de Cristo por la fe, somos adoptados como hijos de Dios por haber recibido el Espíritu Santo. 

Leamos nuevamente el v.27, por favor. Estar revestidos de Cristo implica un cambio de ropas. Al aceptar a Jesús como su Señor y Salvador, el creyente se despoja “del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos” (Efe. 4:22) y se viste “del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad.” (Efe. 4:24). En otras palabras, se despoja de su túnica de pecado y se viste de la túnica de justicia y santidad de Cristo, adoptando un estilo de vida completamente nuevo. 

Por otro lado, también podría continuar la idea de dejar el ayo y entrar en la adultez. En la ceremonia de la Liberalia de la sociedad romana, el muchacho se despojaba de la toga praetexta, la túnica de su niñez, dejándola tras sí; y se vestía con la toga virilis, una toga blanca que simbolizaba la adultez y la ciudadanía romana. Esto representaba su paso a la ciudadanía adulta con todos sus derechos y responsabilidades. Al aceptar a Jesús como su Señor y Salvador, Pablo podría estar diciendo que ellos habían dejado atrás las vestimentas viejas e infantiles de la Ley, y ahora estaban vistiendo el ropaje nuevo de adultez de la santidad en Cristo. 

¿Cuáles son las consecuencias de haber sido bautizados en Cristo y estar revestidos de Él? Leamos juntos el v.28. ¡Todos somos uno en Jesús! Resulta interesante los tres contrastes que hace Pablo aquí, y parecieran estar relacionados con una oración matutina. Algunos varones judíos saludaban al nuevo día con la oración: “Señor, te doy gracias porque no soy un gentil, un esclavo o una mujer”. Pablo subraya que las divisiones étnicas, sociales y de género que estructuraban el mundo antiguo pierden su relevancia en el ámbito de la salvación y la identidad cristiana. Esto no significa que esas diferencias desaparezcan en la vida terrenal, sino que no determinan el valor de una persona o su acceso a Dios. En Cristo, todos son igualmente hijos de Dios (v.26).

Así que nosotros en la iglesia no debemos hacer distinciones de cultura, de raza, de género o de estatus social. ¡Todos son bienvenidos! No importa si eres panameño, colombiano, venezolano, nicaragüense, coreano, o de cualquier otra nacionalidad, si has aceptado a Jesús como tu Señor y Salvador, eres hijo de Dios y, por tanto, hermano en la fe. Lo mismo si eres hombre o mujer, si eres de alta clase social o del gueto, si eres universitario o no, eres bienvenido para adorar a Dios junto con nosotros.

Algunos a veces piensan que UBF es discriminatorio porque nos enfocamos en la misión universitaria. Pero la iglesia no rechaza a nadie por no ser universitario. Solamente que Dios le dio la visión al Dr. Samuel Lee de predicar el evangelio empezando por las universidades. Ese era un campo de misión abandonado. Pocas iglesias pueden ir a predicar y tener fruto entre los intelectuales universitarios. Pero Dios nos ha dado la misión y las herramientas para predicar entre ellos, y alcanzar a ese sector de la sociedad. Así como hay iglesias militares, iglesias en las cárceles, o iglesias como Alcance Victoria que van a un sector muy difícil como los drogadictos y las personas en situación de calle. Dios tiene sus siervos para cada misión, y a nosotros nos ha dado la misión en la Universidad de Panamá.

Lamentablemente hoy no tenemos jóvenes universitarios aquí. Debemos ir y cumplir con nuestra misión. Debemos predicar a los jóvenes de la Universidad de Panamá que se pierden en sus pecados. Sí, estamos gozosos de tenerlos aquí, y de que hayamos compartido el evangelio con ustedes. Pero Dios nos dio una misión que deberíamos cumplir con toda prioridad. Vayamos a la Universidad de Panamá y tratemos de establecer, aunque sea, un estudio bíblico con un estudiante. Dios bendecirá eso como una semilla que pueda crecer y avivar la misión universitaria en medio de nosotros. El Señor nos ayude a apartar el tiempo y a visitar la Universidad de Panamá, y tener algún fruto allí. Amén.

Pablo concluye en el v.29 que, si realmente somos de Cristo, si hemos sido bautizados en Él y revestidos de Él, entonces ciertamente somos linaje de Abraham y herederos según la promesa. Mi oración es que cada uno de nosotros aceptemos verdaderamente a Jesús como nuestro Señor y Salvador, y vivamos como hijos de Dios amados y santos, que escuchan y obedecen la Palabra de Dios, y que muestran el fruto del Espíritu en sus vidas. Que vayamos a la Universidad de Panamá a predicar el evangelio entre los estudiantes y que Dios pueda adoptar muchos hijos Suyos allí, y Panamá se convierta en un Reino de Sacerdotes y una Nación Santa para Su gloria. Amén.

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