Gálatas 3:15-23

3:15 Hermanos, hablo en términos humanos: Un pacto, aunque sea de hombre, una vez ratificado, nadie lo invalida, ni le añade.
3:16 Ahora bien, a Abraham fueron hechas las promesas, y a su simiente. No dice: Y a las simientes, como si hablase de muchos, sino como de uno: Y a tu simiente, la cual es Cristo.
3:17 Esto, pues, digo: El pacto previamente ratificado por Dios para con Cristo, la ley que vino cuatrocientos treinta años después, no lo abroga, para invalidar la promesa.
3:18 Porque si la herencia es por la ley, ya no es por la promesa; pero Dios la concedió a Abraham mediante la promesa.
3:19 Entonces, ¿para qué sirve la ley? Fue añadida a causa de las transgresiones, hasta que viniese la simiente a quien fue hecha la promesa; y fue ordenada por medio de ángeles en mano de un mediador.
3:20 Y el mediador no lo es de uno solo; pero Dios es uno.
3:21 ¿Luego la ley es contraria a las promesas de Dios? En ninguna manera; porque si la ley dada pudiera vivificar, la justicia fuera verdaderamente por la ley.
3:22 Mas la Escritura lo encerró todo bajo pecado, para que la promesa que es por la fe en Jesucristo fuese dada a los creyentes.
3:23 Pero antes que viniese la fe, estábamos confinados bajo la ley, encerrados para aquella fe que iba a ser revelada.

¿PARA QUÉ SIRVE LA LEY?


Buenos días. En su defensa de la salvación solo por fe en Jesucristo, el apóstol Pablo ha minimizado tanto el papel de la Ley, que puede llevar a los judaizantes a preguntarle: “Entonces, ¿para qué sirve la ley? Si la salvación fue prometida a Abraham y su simiente solamente por la fe, ¿por qué Dios añadió después la Ley a través de Moisés?” Así que el apóstol Pablo anticipando estas preguntas, pasa a explicar estas cuestiones: ¿Por qué la Ley no reemplaza ni invalida la promesa a Abraham? ¿Para qué sirve entonces la Ley? Estas son las preguntas que responderemos hoy a través de este pasaje bíblico. 

De hecho, Pablo va a dedicar lo que resta del capítulo 3 y el capítulo 4 a responder la pregunta que le da título a este mensaje: “¿para qué sirve la ley?” y también, “¿cuál es la relación entre la Ley de Moisés y la promesa hecha a Abraham?” Antes de pasar a aplicaciones prácticas de estas enseñanzas en los capítulos 5 y 6. Hoy solo abarcaremos la primera parte de la respuesta de Pablo a estas preguntas y veremos cómo introduce la relación entre la Ley de Moisés y las promesas de Dios en los vv. 15-23. 

Yo oro para que podamos entender bien el propósito de la Ley en el plan de salvación de Dios y su relación con la promesa hecha a Abraham. Oro para que cada uno de nosotros pueda poner su fe en Jesucristo como Señor y Salvador para que podamos salir de la prisión del pecado. Y que podamos ir y dar a otros esta buena noticia de salvación por la fe en Jesucristo, y así Dios nos use para convertir a Panamá en un Reino de Sacerdotes y una Nación Santa. Amén.

I.- ¿Por qué la Ley no reemplaza ni invalida la promesa? (15-18) 

Leamos juntos el v.15 por favor. Pablo comienza esta sección de la carta llamando a los gálatas: “Hermanos”. Hasta ahora él les ha hablado en un tono muy fuerte y los ha regañado diciéndoles: “¡Oh gálatas insensatos!” (3:1), y, “¿Tan necios sois?” (3:3), como un padre que regaña a sus hijos. Pero ahora con mucho amor les llama: “hermanos”. Aquí vemos el corazón pastoral y paternal de Pablo para con los hermanos gálatas. A veces los pastores también tenemos que regañar a las ovejas fuertemente porque están siendo necios y corren hacia el peligro. Algunos reaccionan con más rebeldía, e incluso se marchan de la iglesia. Pero esa no debería ser su reacción. Estos regaños vienen del corazón de amor del pastor que se desespera al verles sin arrepentimiento y camino al infierno. Hermanos míos amados, si yo veo que no están andando conforme a la verdad del evangelio, y no los regaño ni los llamo al arrepentimiento, entonces no los amo realmente. Pero tengan la certeza de que los amo mucho a cada uno de ustedes y doy gracias a Dios que me permite servirles. Solamente les pido encarecidamente que escuchen la Palabra de Dios, se arrepientan de su pecado, y obedezcan al Señor. 

Cuando Pablo dice: “hablo en términos humanos”, significa que les va dar un ejemplo de la vida cotidiana para que puedan entender su punto. ¿Cuál es ese ejemplo? “Un pacto, aunque sea de hombre, una vez ratificado, nadie lo invalida, ni le añade.” La palabra griega que se usa aquí para “pacto” puede significar “contrato” o “testamento”. Y en cualquiera de sus dos significados, esto nos suena raro porque sabemos que tanto los contratos como los testamentos se pueden modificar en nuestra legislación. Uno puede hacer enmiendas para modificar o eliminar cláusulas, o hacer adendas para añadir nuevas cláusulas o condiciones. Sin embargo, en las legislaciones griega y judía, los documentos legales (sean contratos o testamentos) eran sellados para que no se los pudiese alterar. En la ley griega, los testamentos eran irrevocables; no se podían poner nuevas condiciones o remover a un heredero, aun cuando se añadiera un testamento suplementario. Esto luego cambiaría en el Derecho Romano que es la base de nuestra legislación, y por eso nos suena raro.

Entonces, aunque Pablo está usando aquí la palabra ‘pacto’ en el sentido veterotestamentario, refiriéndose al pacto de Dios con Abraham y el pacto con Moisés, muy probablemente está haciendo un juego de palabras con las implicaciones legales de un testamento. Así que su punto es que un testamento humano no se podía modificar al ser ratificado por el testador, por tanto, el pacto de Dios con Abraham tampoco podía ser modificado ni anulado por el pacto de Dios con Moisés. Y va a explicar esto en los versículos siguientes.

Leamos juntos el v.16, por favor. Aquí Pablo hace un pequeño paréntesis en su argumento para recordar quiénes eran los beneficiarios de las promesas de Dios: Abraham y su simiente. Generalmente se entendía que la simiente de Abraham eran los israelitas, los hijos de Jacob, quien fue heredero de la promesa a Abraham y a Isaac. Sin embargo, Pablo presenta una curiosa argumentación, afirmando que la promesa no fue hecha a “las simientes, como si hablase de muchos, sino como de uno: Y a tu simiente, la cual es Cristo.” Tanto en griego como en hebreo, así como en español, la palabra “simiente” o “descendencia” aunque es singular en número, puede ser plural en significado, porque podría referirse a un colectivo de personas. 

No obstante, Pablo argumenta su criterio en la misma forma que lo hacían a menudo los rabinos: prestando atención a una peculiaridad gramatical que de hecho no era peculiar. Pablo sabía bien que la palabra “simiente” en el contexto de la promesa podría tener tanto un sentido singular como plural, pero usa el método de los rabinos para destacar el sentido singular sobre el plural. Los rabinos argumentaban, por ejemplo, que “hijos de Israel” significaba tanto “hijos e hijas”, o solo los hombres, dependiendo de lo que necesitaban expresar en un texto determinado. Sin duda, los opositores de Pablo leían la Escritura de esa manera y Pablo responde igualmente. Usa “simiente” como singular, sentido que el término puede tener, pero que no parece adecuarse a ninguno de los pasajes del Génesis a los que pudiese referirse, porque desde otro punto de vista, él ya sabía que Cristo es el cumplimiento de la promesa a Abraham. Entonces, Pablo quiere decir que Cristo es la simiente de Abraham a quien fue hecha la promesa, en quien se cumplen las promesas y por quien son benditas todas las familias de la Tierra.

Leamos ahora juntos el v.17. Ahora Pablo regresa a su punto después del paréntesis y afirma que el pacto que Dios ya había ratificado a Abraham no podía ser abrogado por la Ley de Moisés que vino cuatrocientos treinta años después. En realidad, la Ley de Moisés vino unos seiscientos cuarenta y cinco años después de la promesa inicial a Abraham, pero la promesa fue reiterada a Isaac (Gén. 26:24), y a Jacob (Gén. 28:15). Y la última ratificación que se conoce del pacto de Dios con Abraham fue concedida a Jacob en Gén. 46:2-4 (ca. 1875 a.C.) justo antes de su descenso a Egipto, y cuatrocientos treinta años antes de que fuera dada la ley mosaica. Así que la última ratificación de la promesa a Abraham fue cuatrocientos treinta años antes de que fuera dada la Ley. Y esta Ley posterior no podía abrogar el pacto ni invalidar la promesa.

Este es precisamente uno de los puntos débiles del marco de interpretación dispensacional. Según el dispensacionalismo, Dios fue haciendo pactos con los hombres que daban inicio a nuevas dispensaciones de la relación de Dios con los hombres y reemplazaban el fallido pacto anterior. La primera dispensación, Inocencia, se inició con la creación del hombre y el pacto de Dios con Adán. Después de que Adán y Eva pecaron, ese pacto quedó anulado y comenzó la Dispensación de la Conciencia que finaliza con el Diluvio. Luego, viene la Dispensación del Gobierno Humano que comenzó con el pacto noéico y terminó con la Torre de Babel. Posteriormente, viene la Dispensación de la Promesa que inicia con el pacto abrahámico y finaliza con la esclavitud en Egipto. Más tarde, viene la Dispensación de la Ley que comienza con el pacto mosaico y finaliza con la venida de Cristo al mundo, quien cumple perfectamente la Ley e inaugura la Dispensación de la Gracia. El problema es que cada dispensación y cada pacto reemplaza al anterior, y esto no coincide con lo que afirma Pablo.

En cambio, en el marco de interpretación de la Teología de Pactos, cada pacto que Dios hizo con el hombre reveló progresivamente el Pacto de Redención, un acuerdo eterno entre las personas de la Trinidad antes de la fundación del mundo. Así, el pacto con Adán estableció la soberanía de Dios sobre el hombre y la necesidad de obediencia del hombre a Su Creador. Este pacto introdujo también el principio de la promesa de redención tras la caída, como se ve en Gén. 3:15. Luego, el pacto con Noé reveló más la gracia de Dios para el hombre, al preservar por gracia a la humanidad y la creación después del diluvio. Este pacto aseguró la continuidad de la historia redentora y el cumplimiento de las promesas divinas a través de las generaciones. El pacto abrahámico marcó un avance significativo en la revelación del Pacto de Gracia, apuntando a Cristo, la simiente de Abraham, y sirve como un vínculo entre la promesa y su cumplimiento final. Y en el pacto mosaico, Dios revela su estándar perfecto para el hombre en la Ley, y la imposibilidad de éste para cumplirlo, mostrando, entonces, la necesidad del Salvador prometido. Así, la Teología de Pactos subraya la continuidad y unidad de los pactos bíblicos, mostrando cómo cada uno revela aspectos del plan redentor de Dios que culmina en la obra de Cristo.

Leamos juntos el v.18. Pablo finaliza su argumento afirmando que, si la herencia del reino de Dios fuese dada por la Ley, entonces ya no podría ser por la promesa hecha a Abraham, pues la Ley reemplazaría a la promesa. No existe un punto medio entre la Ley (obras) y la promesa (gracia). Los dos principios son caminos de salvación que se excluyen entre sí por completo. Y por los argumentos anteriores de Pablo en este capítulo 3, sabemos que Dios concedió la herencia a Abraham por medio de la promesa y no por medio de la Ley, así que la promesa hecha a Abraham en Cristo prima sobre la Ley, por lo que no es necesario guardar la Ley para ser salvos, sino que la salvación es por medio de la fe en Cristo Jesús, la simiente de Abraham. Amén.

II.- ¿Cuál es la relación entre la Ley y las promesas de Dios? (19-23)

Leamos juntos el v.19a. El argumento de que la promesa es superior a la ley lleva la pregunta: “Entonces, ¿para qué sirve la ley?” La respuesta de Pablo es que la ley fue añadida a causa de las transgresiones. Ya vimos en el v.15 que a un pacto no se le puede añadir. La palabra griega que se utiliza aquí en el v.19 es diferente. La Ley no vino a modificar o añadir algo más al pacto con Abraham, sino que Dios la adicionó a la promesa para mostrar Su estándar perfecto para la vida del hombre y la pecaminosidad de éste. Para dar a los israelitas un camino temporal para acercarse a Dios en medio de su pecaminosidad. Pero la Ley no altera el pacto con Abraham, sino que revela la pecaminosidad irremediable del hombre y su incapacidad para salvarse a sí mismo. 

La Ley nunca tuvo el propósito de ser un camino a la salvación, sino que fue dada como el camino para acercarse a Dios y tener comunión con Él hasta que viniese Cristo “la simiente a quien fue hecha la promesa”. Así que tenía un propósito temporal de permitir una vía al hombre para acercarse a Dios y adorarle hasta la llegada del Mesías. Cuando vino Jesús, cumplió perfectamente la Ley y los profetas, y murió en nuestro lugar en la cruz para darnos la salvación. En Jesús se cumplen todas las promesas y las profecías del Antiguo Testamento, de modo que ahora podemos acudir a Él para nuestra Salvación. Ahora tenemos “libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo, por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, esto es, de su carne” (Heb. 10:19-20). Amén.

Leamos ahora juntos los vv. 19b-20, por favor. Pablo continúa demostrando la superioridad del pacto con Abraham sobre la Ley. La Ley “fue ordenada por medio de ángeles en mano de un mediador”. Aunque en Éxodo no vemos mención de ángeles durante la entrega de la Ley, según la tradición de los judíos, Moisés no recibió la Ley directamente de Dios sino por medio de ángeles. Esteban menciona esto antes de su martirio en Hch. 7:53: “vosotros que recibisteis la ley por disposición de ángeles, y no la guardasteis.” Y también el autor de Hebreos: “Porque si la palabra dicha por medio de los ángeles fue firme…” (Heb. 2:2). Esta tradición puede venir de Deu. 33:2: “Dijo: Jehová vino de Sinaí, y de Seir les esclareció; resplandeció desde el monte de Parán, y vino de entre diez millares de santos, con la ley de fuego a su mano derecha”, donde los diez millares de santos son los ángeles que entregaron la Ley a Moisés. Lo cierto es que Pablo está diciendo que la Ley fue entregada por medio de ángeles a Moisés quien fue mediador entre Dios y el pueblo. Así, la Ley fue dada por medio de ángeles en mano de un mediador. 

El v.20 es de los más difíciles de interpretar. Según Robertson en su Comentario al Texto Griego del Nuevo Testamento: “¡Se han hecho más de 400 interpretaciones diferentes de este versículo!” Sin embargo, la interpretación que él presenta coincide con MacArthur, la Biblia del Diario Vivir, y la Nueva Traducción Viviente: “Ahora bien, un mediador es de ayuda si dos o más partes tienen que llegar a un acuerdo. Pero Dios —quien es uno solo —no usó ningún mediador cuando le dio la promesa a Abraham.” El punto de Pablo es que se requiere de un “mediador” si hay más de una parte contractual, pero Dios mismo, por sí solo, ratificó el pacto con Abraham. Así muestra la superioridad de la salvación por la fe por encima del intento de salvación por guardar la Ley judía: La Ley depende de que las dos partes lo cumplan; pero la promesa depende solo Dios.

Leamos juntos el v.21. El argumento devastador de Pablo puede suscitar otra importantísima pregunta: “¿Luego la ley es contraria a las promesas de Dios?” Definitivamente esta es la pregunta que sus contrincantes harían. Y Pablo vuelve a responder de la manera más enfática posible: “En ninguna manera”. La Ley no se opone a las promesas, sino que nos da una nueva luz para entenderlas. Nos revela más acerca de nuestra pecaminosidad, la gracia de Dios, muestra a Cristo simbólicamente en muchos de sus preceptos y rituales, y nos muestra la necesidad de la simiente prometida. La Ley debería hacer que anheláramos la venida de la simiente. 

Luego, el apóstol Pablo procede a observar que su depreciación de la ley como método para obtener justicia, se deriva del hecho de que por sus propias obras el hombre es incapaz de ser verdaderamente justo. Si la Ley pudiera dar vida, la justicia fuera verdaderamente por la Ley. Pero el camino de la Ley no podía dar vida. A través de los sacrificios diarios y la expiación anual, se mostraba que la Ley no podía dar vida a nadie, y por tanto no podía justificar a nadie delante de Dios. Los efectos de dichos sacrificios eran temporales. La Ley solo se limita a mostrarnos cómo sería una vida piadosa y las consecuencias del incumplimiento de la misma, pero no podía dar vida, ni a llevar una vida piadosa delante de Dios que pudiese justificarnos. 

No obstante, en vez de que su argumento ponga como opuestos a la Ley y a las promesas, revela la verdadera función de las obras. La fe y las obras no están intrínsecamente en conflicto entre sí; más bien, cuando son entendidas correctamente, están en esferas diferentes. Las obras muestran nuestra fe en acción. El conflicto emana cuando la Ley es usada para un propósito contrario a la intención de Dios. La función que Dios intentó que la Ley tuviese se halla precisamente en los siguientes versículos.

Leamos juntos los vv. 22-23. La Escritura, el Antiguo Testamento, lo encerró todo bajo pecado. La Ley nos mostró nuestra pecaminosidad, y el pecado nos encerró en una prisión de la que no podemos salir por nosotros mismos. Leon Morris lo describe así: “El pecado es personificado como un carcelero, manteniendo los pecadores bajo su control para que no puedan liberarse”. Quizás alguno podría protestar: “Yo no soy un prisionero del pecado.” Hay una forma sencilla de demostrarlo: deje de pecar. Pero si usted no puede dejar de pecar, aunque quisiera, entonces usted está encarcelado por el pecado y no hay nada que usted pueda hacer para liberarse a sí mismo. Las barras de nuestro pecado son fuertes, no podemos ni siquiera ver a través de ellas. Muchas veces ni siquiera somos capaces de darnos cuenta de que estamos encerrados en tal prisión y que no hay posibilidad alguna de fuga.

Pero ese confinamiento tiene un propósito. Estábamos encerrados hasta que la fe salvadora fuese revelada. Usted debe reconocer que está encarcelado por su pecado y que no tiene ninguna posibilidad de fuga. Debe reconocer que merece estar en esa celda y merece su condena. Entonces, debe tener fe en que Jesús ya pagó por su condena y le librará, justificándole por la fe. Cuando hace esto, Jesús abre la puerta de su prisión y le hace completamente libre. Ya no volverá a estar confinado entre semejantes barrotes. Ahora usted puede ir con libertad a otros prisioneros del pecado y mostrarles que están encerrados en una cárcel y que necesitan a Jesús para salir de ella.

¿Ha sido liberado de su prisión de pecado? ¿O todavía está encerrado y no ha podido salir? Si es así, reconozca su indefensión y clame a Cristo por salvación. Pero si ya ha sido liberado, vaya y hable a otros la buena noticia de la salvación por la fe en Cristo Jesús. Cuente a otros cómo el Señor lo ha liberado y cómo puede liberarlos a ellos también. ¡Colaboremos con el Espíritu Santo para liberar a Panamá de la cárcel de pecado en la que se encuentra y que pueda ser verdaderamente libre en Jesús! 

Yo oro para que cada uno de nosotros vea su pecaminosidad en la Palabra de Dios y se arrepienta genuinamente de sus pecados. Que entendamos que por nuestras obras no seremos salvos, sino solo a través de la fe. Que pongamos nuestra fe en Jesús y Él nos libre del pecado que nos tiene encarcelados. Y que al ser librados vayamos a dar la buena noticia a los otros prisioneros del pecado para que sus cárceles sean abiertas también. Y que, al hacer esto, el Señor nos use para convertir a Panamá en un Reino de Sacerdotes y una Nación Santa para Su gloria. Amén.

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