Daniel 9:1-19

9:1 En el año primero de Darío hijo de Asuero, de la nación de los medos, que vino a ser rey sobre el reino de los caldeos,
9:2 en el año primero de su reinado, yo Daniel miré atentamente en los libros el número de los años de que habló Jehová al profeta Jeremías, que habían de cumplirse las desolaciones de Jerusalén en setenta años.
9:3 Y volví mi rostro a Dios el Señor, buscándole en oración y ruego, en ayuno, cilicio y ceniza.
9:4 Y oré a Jehová mi Dios e hice confesión diciendo: Ahora, Señor, Dios grande, digno de ser temido, que guardas el pacto y la misericordia con los que te aman y guardan tus mandamientos;
9:5 hemos pecado, hemos cometido iniquidad, hemos hecho impíamente, y hemos sido rebeldes, y nos hemos apartado de tus mandamientos y de tus ordenanzas.
9:6 No hemos obedecido a tus siervos los profetas, que en tu nombre hablaron a nuestros reyes, a nuestros príncipes, a nuestros padres y a todo el pueblo de la tierra.
9:7 Tuya es, Señor, la justicia, y nuestra la confusión de rostro, como en el día de hoy lleva todo hombre de Judá, los moradores de Jerusalén, y todo Israel, los de cerca y los de lejos, en todas las tierras adonde los has echado a causa de su rebelión con que se rebelaron contra ti.
9:8 Oh Jehová, nuestra es la confusión de rostro, de nuestros reyes, de nuestros príncipes y de nuestros padres; porque contra ti pecamos.
9:9 De Jehová nuestro Dios es el tener misericordia y el perdonar, aunque contra él nos hemos rebelado,
9:10 y no obedecimos a la voz de Jehová nuestro Dios, para andar en sus leyes que él puso delante de nosotros por medio de sus siervos los profetas.
9:11 Todo Israel traspasó tu ley apartándose para no obedecer tu voz; por lo cual ha caído sobre nosotros la maldición y el juramento que está escrito en la ley de Moisés, siervo de Dios; porque contra él pecamos.
9:12 Y él ha cumplido la palabra que habló contra nosotros y contra nuestros jefes que nos gobernaron, trayendo sobre nosotros tan grande mal; pues nunca fue hecho debajo del cielo nada semejante a lo que se ha hecho contra Jerusalén.
9:13 Conforme está escrito en la ley de Moisés, todo este mal vino sobre nosotros; y no hemos implorado el favor de Jehová nuestro Dios, para convertirnos de nuestras maldades y entender tu verdad.
9:14 Por tanto, Jehová veló sobre el mal y lo trajo sobre nosotros; porque justo es Jehová nuestro Dios en todas sus obras que ha hecho, porque no obedecimos a su voz.
9:15 Ahora pues, Señor Dios nuestro, que sacaste tu pueblo de la tierra de Egipto con mano poderosa, y te hiciste renombre cual lo tienes hoy; hemos pecado, hemos hecho impíamente.
9:16 Oh Señor, conforme a todos tus actos de justicia, apártese ahora tu ira y tu furor de sobre tu ciudad Jerusalén, tu santo monte; porque a causa de nuestros pecados, y por la maldad de nuestros padres, Jerusalén y tu pueblo son el oprobio de todos en derredor nuestro.
9:17 Ahora pues, Dios nuestro, oye la oración de tu siervo, y sus ruegos; y haz que tu rostro resplandezca sobre tu santuario asolado, por amor del Señor.
9:18 Inclina, oh Dios mío, tu oído, y oye; abre tus ojos, y mira nuestras desolaciones, y la ciudad sobre la cual es invocado tu nombre; porque no elevamos nuestros ruegos ante ti confiados en nuestras justicias, sino en tus muchas misericordias.
9:19 Oye, Señor; oh Señor, perdona; presta oído, Señor, y hazlo; no tardes, por amor de ti mismo, Dios mío; porque tu nombre es invocado sobre tu ciudad y sobre tu pueblo.

LA ORACIÓN DE DANIEL POR SU PUEBLO


Buenos días. En las pasadas semanas hemos visto la revelación de Dios a Daniel acerca del porvenir y del final de los tiempos en los caps. 7 y 8. Aprendimos las tribulaciones que atravesaría el mundo y el pueblo de Dios en estos tiempos tan oscuros. Algunos, al prever este tipo de escenarios, se desesperan y se quejan con Dios porque no saben qué hacer y todo aquello les parece muy injusto. Algunos se rebelan y se manifiestan con violencia tratando de recibir lo que ellos piensan que sería justo. Pero, ¿qué hace Daniel al saber todo lo que va a acontecer? Él ora con gran arrepentimiento por su pueblo. Especialmente al aprender que el tiempo de la restauración estaba cerca. Daniel confiesa la justicia de Dios y ora por Su misericordia.

Charles Spurgeon acostumbraba decir que él leía el periódico para ver cómo estaba Dios gobernando al mundo. Esta es, en verdad, la mejor manera de ver las noticias, sabiendo que Dios está en control de todas las cosas. De otra manera, nos sentiríamos desesperados al ver lo que está ocurriendo en el mundo. Si seguimos el método de Spurgeon, todavía podríamos alabar a Dios al leer acerca de todos los desastres, los crímenes de la guerra y los desatinos gubernamentales, pues nosotros sabemos que la mano de Dios está guiando todos estos eventos y todo esto nos ayuda a bien y cumple un propósito en el plan redentor de Dios. 

Las noticias que nos llegan cada día confirman algo que la Biblia nos enseñó hace mucho: el mundo va de mal en peor, pero es necesario que todo esto acontezca antes del fin (Mat. 24:6-8; 2Ti. 3:13). Dios le mostró a Daniel, de manera general, todas las atrocidades que los imperios venideros harían y cómo afectarían al pueblo de Dios. Además, le mostró cómo sería el tiempo del fin. Así que, viviendo nosotros estas cosas que Daniel vio en visión, lo que debemos hacer es lo que Daniel hace en el pasaje bíblico de hoy, orar con arrepentimiento buscando la misericordia de Dios.

Yo oro para que cada uno de nosotros pueda tener un corazón pastoral como el de Daniel. Que podamos orar con genuino arrepentimiento por nuestra nación, Panamá, y por cada una de nuestras naciones de origen. Que Dios pueda recibir nuestras oraciones y lágrimas por nuestro pueblo, y le permita un arrepentimiento genuino a cada uno de sus habitantes, y que convierta a Panamá en un Reino de Sacerdotes y una Nación Santa para Su gloria. Amén.

Leamos juntos los vv. 1-2 por favor. Ya aprendimos que las visiones de los caps. 7 y 8 ocurrieron durante el reinado de Belsasar, último rey de Babilonia. Belsasar muere en la conquista medopersa en el año 539 a.C., y Darío el medo se constituye rey de Babilonia (Dan. 5:31-32). En el primer año del reinado de Darío el medo, Daniel estaba estudiando profundamente el libro de Jeremías. El profeta Jeremías fue contemporáneo con Daniel, viviendo apróx. entre el 650 y 570 a.C. Así que habría muerto hacía menos de 40 años. Daniel leyó, probablemente, en Jer. 29:10-13: “Porque así dijo Jehová: Cuando en Babilonia se cumplan los setenta años, yo os visitaré, y despertaré sobre vosotros mi buena palabra, para haceros volver a este lugar. Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis. Entonces me invocaréis, y vendréis y oraréis a mí, y yo os oiré; y me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón.” 

Así, Daniel vio que estaba cercano el tiempo del cumplimiento de estos 70 años. Pero no sabía cuál sería el punto de partida para el cumplimiento de esta profecía, pues hubo tres olas de deportaciones en Babilonia. La primera ocurrió en el 605 a.C., cuando él y otros príncipes fueron deportados. La segunda fue en el 597 a.C. cuando Jerusalén fue atacada, y el tesoro del templo fue tomado. Y la tercera fue en el 586 a.C. cuando Jerusalén es destruida y todo el pueblo es deportado. Para las últimas dos fechas faltaban décadas para que se cumplieran los 70 años. Sin embargo, Daniel elevaría esta súplica con la esperanza de que Dios tomara como punto de partida la primera deportación, cosa que eventualmente sucedió, pues tan solo dos años más tarde, en el 537 a.C. se emitió el decreto de Ciro para que los judíos retornase a su tierra.

Leamos juntos el v.3 por favor. La oración de Daniel no fue como sus acostumbradas oraciones tres veces al día. Esta fue una oración de gran arrepentimiento, aflicción y humillación delante de Dios. Daniel apartó un tiempo especial para venir delante de Dios en oración y ruego, ayunando, y vestido de cilicio y ceniza. Todas estas son formas de humillación y aflicción para mostrar arrepentimiento o dolor, así que podemos ver que Daniel vino realmente humillado y apesadumbrado delante de Dios. 

El ayuno es la abstención voluntaria de alimentos que se hace para “afligir el alma” delante de Dios (Isa. 58:3,5). El principio es que la importancia de la petición hace que la persona se preocupe tanto por su condición espiritual que las necesidades físicas pierdan importancia. En este sentido, el propósito del ayuno es la purificación y humillación de la persona delante de Dios. No era un castigo voluntario, sino una manera de mostrar aflicción y humillación delante de Jehová. 

El vestido de cilicio estaba hecho de pelo de cabra o camello y era áspero e incómodo. El nombre viene de Cilicia, lugar famoso por la confección de esta tela. Por su uso humilde, su fealdad y por lo incómodo que resultaba usarlo, el cilicio se vestía para mostrar humillación, luto y arrepentimiento. La idea era renunciar a la comodidad de las ropas regulares, y mostrar externamente la aflicción e incomodidad que había en el corazón. Las cenizas eran el polvo que quedaba de la quema de materiales como madera o de los restos de los sacrificios; también podía referirse simplemente al polvo del suelo. Los judíos se sentaban o acostaban sobre cenizas y se las echaban sobre la cabeza en señal de luto o arrepentimiento. Daniel realmente se afligió delante del Señor como si estuviera de luto por la muerte de un familiar porque sentía un gran arrepentimiento en su corazón por el pecado del pueblo.

Leamos juntos el v.4. Daniel comenzó su oración como todos debiéramos hacerlo: reconociendo la grandeza y bondad de Dios. Dios es grande, digno de ser respetado, y es un Dios fiel que guarda el pacto y la misericordia con los que Le aman y guardan sus mandamientos. Podemos ver un paralelo aquí con la oración que nos enseñó nuestro Señor. En Su oración modelo, Jesús nos pide que nos acerquemos primero reconociendo Quién es Dios y santificándolo: “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre” (Mat. 6:9). Dios es nuestro Padre amoroso que sabe de qué tenemos necesidad antes que Le pidamos. Algunas veces nos acercamos a Él como si fuese una persona tacaña que debe ser persuadida a darnos algo. Pero Daniel sabía que el problema no estaba en Dios. Jehová guarda el pacto y la misericordia con los que Le aman. Si amamos a Dios realmente, podemos acercarnos a Él con la confianza de que nos oye y nos dará mucho más abundantemente de lo que pidamos, siempre y cuando esté dentro de Su voluntad. Amén.

Leamos ahora juntos los vv. 5-6. Inmediatamente después de reconocer Quién es Dios, Daniel reconoce quién es el pueblo y lo que ha hecho: “hemos pecado, hemos cometido iniquidad, hemos hecho impíamente, y hemos sido rebeldes, y nos hemos apartado de tus mandamientos y de tus ordenanzas.” (v.5). La confesión de Daniel era más que generalizaciones. Los cuatro términos hebreos con que describió la maldad de Israel tienen un significado profundo. “Hemos pecado” significa dar un paso en falso, errar apartándose de lo recto. El pueblo se había desviado del camino que Dios les trazó en Su Palabra. “Hemos cometido iniquidad” profundiza más en los motivos; iniquidad implica ser perverso de corazón. “Hemos hecho impíamente” significa pecar con las acciones, hacer lo malo en rebelión contra Dios. “Hemos sido rebeldes y nos hemos apartado de tus mandamientos”, sirve para reforzar el tercer término, se desviaron por completo de la Palabra de Dios en rebeldía.

El pecado de Israel era mucho más grave que algún error superficial. Era una impiedad profundamente arraigada que dominaba sus acciones en forma perversa. Había cerrado los oídos y cegado los ojos y endurecido los corazones, de modo que no escuchaban a los profetas que Dios les mandó para que se arrepintieran. Ni los reyes, que eran los pastores del pueblo; ni los príncipes, que eran los líderes; ni los padres; ni ninguno del pueblo; oía el llamado de Dios al arrepentimiento por medio de los profetas. ¡Cuán triste es cuando el pueblo no escucha la Palabra de Dios! Que Dios abra nuestros ojos, nuestros oídos y nuestro corazón para escuchar atentamente Su voz en la Biblia.

Es de notar que Daniel confesaba el pecado de Israel en primera persona plural “nosotros”, incluyéndose a sí mismo en la rebeldía de Israel. Aunque hemos visto su integridad, fe y devoción, él oraba como si fuese tan malo y rebelde como el resto de Israel. Este el corazón correcto para orar por nuestro pueblo. No podemos abstraernos del pecado de nuestra nación. El verdadero pastor participa del sufrimiento y arrepentimiento de su oveja. El verdadero pastor reconoce que el fracaso de su oveja es su propio fracaso. Todos somos pecadores y estamos en la misma ruina espiritual. Debemos confesar el pecado de nuestra nación y arrepentirnos en primera persona plural: “Nosotros hemos pecado. Nosotros nos hemos desviado. Perdónanos, Señor.”

Además, podemos aprender aquí que necesitamos confesar nuestro pecado específicamente. Ya vimos que la confesión de Daniel no era general. Obviamente, él no da más detalles porque estaba hablando del pecado de toda la nación, así que hay una cierta generalización para englobar todos los pecados del pueblo. Sin embargo, como ya hemos visto, da el mayor detalle posible del alcance del pecado con las palabras que usa. Debemos confesar nuestro pecado específicamente delante de Dios. No porque Él ignore lo que hemos hecho, pensado, dicho o dejado de hacer; sino porque necesitamos ser perdonados y sanados específicamente. Necesitamos tomar acciones específicas para resarcir el daño y evitar cometer el mismo pecado en el futuro. 

No vengamos con oraciones delante de Dios como: “Señor, Tú sabes que yo soy pecador y débil. Tú sabes todo lo que he hecho. Perdóname. Amén.” Seamos específicos en nuestra confesión. “Señor, Tú viste cómo maltraté a mi hermano con mis palabras. Nunca debí haber dicho tales cosas, ni mucho menos haber tomado la actitud que tomé con él. Ayúdame a conversar con él para pedirle perdón y arreglar las cosas. Ayúdame para no volver a tomar tal actitud en el futuro. Señor cambia mi carácter. Hazlo más como el tuyo. Ayúdame a borrar por completo ese lenguaje de mi mente y corazón. Que Tú Espíritu guíe mi mente, mis palabras y mis acciones. Amén.” ¿Ven la diferencia? Una confesión genuina será sincera, específica, y exhaustiva.

Leamos juntos los vv. 7-8. Daniel sabía que la situación en la que se encontraba el pueblo de Israel no era culpa de Dios. Jehová es justo y santo. Los hombres son malos y corruptos. Jehová es misericordioso y bondadoso. El pueblo es rebelde y obstinado. Todo lo que estaba sucediendo era a causa de la rebeldía de Israel. Todo el pueblo había pecado contra Dios y había desoído el llamado de Dios al arrepentimiento por medio de los profetas. Todos: los reyes, los príncipes, los padres, la gente común. ¡Todos!

 Seguramente muchos en el pueblo se quejaban de Dios por su exilio. Pero Daniel no pensó por un momento que Dios era muy duro con Israel; él sabía que Dios era completamente justo y que el fracaso estaba del lado de Israel. En lugar de quejarse, Daniel confesó. Durante los tiempos de gran avivamiento entre el pueblo de Dios, el Espíritu Santo siempre trae una profunda convicción de pecado como la de Daniel aquí. Dios nos ayude a nosotros también a ver el pecado de nuestro pueblo y a confesar con gran humillación y aflicción, y que haya un avivamiento espiritual en nuestra nación.

Leamos juntos los vv. 9-14. Dios no era injusto al castigar a Israel. Daniel reconoce que Jehová ya les había advertido al respecto en la ley de Moisés. Quizá Daniel tenía en mente la maldición sobre el Monte Ebal antes de entrar en la tierra prometida, donde Moisés les advierte: “Pero acontecerá, si no oyeres la voz de Jehová tu Dios, para procurar cumplir todos sus mandamientos y sus estatutos que yo te intimo hoy, que vendrán sobre ti todas estas maldiciones, y te alcanzarán. […] y seréis arrancados de sobre la tierra a la cual entráis para tomar posesión de ella. Y Jehová te esparcirá por todos los pueblos, desde un extremo de la tierra hasta el otro extremo; y allí servirás a dioses ajenos que no conociste tú ni tus padres, al leño y a la piedra.” (Deu. 28:15,63,64). 

Los juicios de Dios son justos. La calamidad de Israel es merecida; es simplemente el exacto cumplimiento del juramento que está escrito en la ley de Moisés. Y no solamente esto, sino que ha cumplido el juicio que advirtió a través de Sus profetas a los jefes que le gobernaron. Así que el pueblo no puede quejarse de que no fueron advertidos. Dios les dio muchas oportunidades para arrepentirse antes de castigarlos.

Pero el propósito del castigo de Dios no era arruinarlos o exterminarlos. Dios estaba disciplinando a Su pueblo para que viesen su maldad y se arrepintieran. Pero, Daniel reconoce en el v.13: “y no hemos implorado el favor de Jehová nuestro Dios, para convertirnos de nuestras maldades y entender tu verdad.” Él veía que el pueblo no reaccionaba a la amorosa disciplina del Señor para hacerlos recapacitar y volverse a Él en arrepentimiento. Así que Daniel decide que él va a hacer esto en representación de todo su pueblo con esta oración.

Leamos juntos los vv. 15-16. Mientras Daniel oraba, recordaba la gracia salvadora del Señor que había liberado con poder a Su pueblo de Egipto. Para ese tiempo Israel no era una nación, ni adoraban a Jehová como Dios, pero Dios le había prometido a Abraham que Él liberaría a sus descendientes después de 400 años de esclavitud (Gén. 15:13-14), y así lo hizo. Ahora Daniel quiere apelar a la promesa de Dios, no sobre la base de la justicia del pueblo, porque ellos han pecado y han hecho impíamente; sino, por las misericordias de Dios. Daniel le ruega al Señor que, acordándose de las misericordias que ha tenido en el pasado, aparte su ira y su furor de la ciudad de Jerusalén y de Su santo monte, y que quite la vergüenza del exilio de Su pueblo. Cualquier esperanza que Israel pudiese tener de restauración o salvación no podía basarse en méritos propios. Debía ser por gracia.

Leamos juntos los vv. 17-19. Daniel concluye su oración rogando a Dios que le escuche. Que mire el ruego lastimero que ha levantado ese día y haga resplandecer Su rostro sobre Su santuario asolado. Daniel anhela de lo más profundo de su corazón, que la gloria de Dios resplandezca nuevamente en el Templo. El ruego de Daniel aquí no era para ver prosperar a su pueblo, sino para que Dios fuese adorado nuevamente en el Templo de Jerusalén. Él no procuraba una restauración de la gloria de Israel, sino que el Dios de Israel fuese glorificado otra vez en todas las naciones al ver lo que había hecho con Su pueblo. Cuando le pide que Su rostro resplandezca sobre su santuario asolado, está pidiendo que Su bondad, gracia y protección divina se manifiesten nuevamente en su santuario. Claramente Daniel está recordando aquí la bendición sacerdotal de Núm. 6:24-26: “Jehová te bendiga, y te guarde; Jehová haga resplandecer su rostro sobre ti, y tenga de ti misericordia; Jehová alce sobre ti su rostro, y ponga en ti paz.”

En el v.18 le vuelve a pedir a Dios que incline Su oído para escuchar sus oraciones y que mire las desolaciones de Su pueblo, y de la ciudad donde estaba Su Templo. Y apela nuevamente a Sus misericordias. Sería un grave error leer la Biblia como una historia seca y no captar las emociones que hay en ella. Aquí Daniel estaba clamando con todo su corazón al Señor. Le preocupaba sinceramente su pueblo. Casi puedo escuchar las lágrimas de Daniel cayendo al piso mientras clama esto desde lo profundo de su alma. Demasiado a menudo nuestras oraciones carecen de emoción y verdadera compasión por los demás. ¡Oh, Señor, que tuviera yo este corazón pastoral por mi pueblo! ¡Que mi corazón gimiera de día y de noche por Panamá y por Venezuela! ¡Que con un corazón de genuino arrepentimiento me acercase ante ti en ayuno, cilicio y ceniza para rogar por la salvación de mi pueblo! ¿Estás tú dispuesto a orar derramando tu corazón ante Dios? ¿Estás dispuesto a orar con arrepentimiento por Panamá, por Venezuela, por Colombia, por Nicaragua, por Cuba, por Corea del Norte y por todo el mundo?

Levanta ahora tu voz conmigo y leamos los vv. 18-19 como un ruego lastimero delante de Dios: “Inclina, oh Dios mío, tu oído, y oye; abre tus ojos, y mira nuestras desolaciones, y la ciudad sobre la cual es invocado tu nombre; porque no elevamos nuestros ruegos ante ti confiados en nuestras justicias, sino en tus muchas misericordias. Oye, Señor; oh Señor, perdona; presta oído, Señor, y hazlo; no tardes, por amor de ti mismo, Dios mío; porque tu nombre es invocado sobre tu ciudad y sobre tu pueblo.” ¡Aleluya!

Oremos continuamente para que Dios convierta a Panamá en un Reino de Sacerdotes y una Nación Santa. Oremos por Venezuela para que Dios tenga misericordia de ella y pasen estos tiempos tumultuosos y Jesús sea el Señor de Venezuela. Oremos por Colombia para que Dios haga resplandecer Su rostro sobre ella y la utilice preciosamente para la expansión del evangelio en toda Latinoamérica. Oremos por Nicaragua para que Dios les permita la libertad que tanto anhelan, pero que sean realmente libres cuando escuchen la verdad del evangelio y se arrepientan de sus pecados. Oremos por Cuba, China y Corea del Norte para que el evangelio pueda ser predicado libremente y muchos se arrepientan y sean salvos. Oremos por todo el mundo para que el evangelio sea predicado hasta lo último de la Tierra. Oremos para que venga pronto el Señor y el reino de Dios sea establecido en la Tierra. Amén. Sí, ven Señor Jesús. Amén.

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