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Mateo 8:1-4
8:1 Cuando descendió Jesús del monte, le seguía mucha gente.8:2 Y he aquí vino un leproso y se postró ante él, diciendo: Señor, si quieres, puedes limpiarme.
8:3 Jesús extendió la mano y le tocó, diciendo: Quiero; sé limpio. Y al instante su lepra desapareció.
8:4 Entonces Jesús le dijo: Mira, no lo digas a nadie; sino ve, muéstrate al sacerdote, y presenta la ofrenda que ordenó Moisés, para testimonio a ellos.
QUIERO, SÉ LIMPIO
QUIERO, SÉ LIMPIO
La palabra: San Mateo 8:1-4
V, clave 8:3 3. “Jesús extendió la mano y lo tocó, diciendo: —Quiero, sé limpio. Y al instante su lepra desapareció.”
En el capítulo 5 hasta el 7, en el monte Jesús enseñaba a la gente. Ahora el escenario se cambia a abajo del monte. Allí abajo del monte Jesús encuentra a varias clases de enfermos que estaban esperándole. La palabra de hoy un caso entre varias sanaciones de Jesús.
En el pasaje de hoy se destaca la fe y humildad de un leproso. Y luego la compasión de Jesús hacia ese leproso. A través de la palabra de hoy aprenderemos cuál del leproso movió el corazón de Jesús y de qué manera él lo sanó. Oro que Dios nos enseñe cómo podemos mover el corazón del Jesús y quien es él que toca a un leproso.
Primero, Si quieres (1-2). Jesús descendió del monte. Y lo seguía mucha gente. Mucha gente vio la gloria de Dios en Jesús y sus enseñanzas celestiales que eran diferentes a las de lideres religiosos. Rodeado de mucha gente, Jesús iba su camino. Pero entre esa gente había una persona que no debiera atrever a estar allí. Él era nadie más que un leproso.
¿Qué tipo de persona es un leproso? Aún hoy en día existen los leprosos en algunos países de América tal como México, Venezuela, Perú, Uruguay, EE. UU, etc. La lepra ya no es una enfermedad letal. Pero aquellos días de Jesús era una enfermedad incurable y mortal.
La lepra es una enfermedad infecciosa causada por la bacteria Mycobacterium leprae, también conocida como bacilo (bacteria) de Hansen. El bacteria se reproduce muy despacio y afecta principalmente a la piel y los nervios periféricos. Los síntomas iniciales son manchas claras u oscuras, o nódulos en la piel que resultan en lesiones en la piel y pérdida de sensibilidad en la zona afectada. Por la etapa final la enfermedad puede causar secuelas progresivas y permanentes, que incluyen deformidades y mutilaciones, reducción de la movilidad de las extremidades e incluso ceguera.
El contagio se produce a través de las vías aéreas superiores y la piel, por contacto directo y prolongado entre un enfermo no tratado y una persona sana susceptible. Por lo tanto, los leprosos tenían que vivir aislados de la sociedad. Además le ley de Moisés trataba la lepra como una enfermedad impía. “El leproso que tenga llagas llevará vestidos rasgados y su cabeza descubierta, y con el rostro semicubierto gritará: “¡Impuro! ¡Impuro!” / Todo el tiempo que tenga las llagas, será impuro. Estará impuro y habitará solo; fuera del campamento vivirá.” (Levítico 13:45-46) Por esta causa, un leproso pudiera ser apedreado y morir cuando él se atreviera a aparecer en medio de la gente sana.
Por este contexto social, ningún leproso tenía una oportunidad de acercarse a Jesús, porque él siempre estaba rodeado por mucha gente como la palabra de hoy (1). El leproso de esta palabra lo habría sabido muy bien. Sin embargo, él se le acercó a Jesús y se postró ante él. él le dijo a Jesús. “Señor, si quieres, puedes limpiarme.” (2b)
Claramente él habría tenía un gran temor por la gente. Pero él vino ante Jesús, superando su temor de morir. Él tenía fe en que Jesús pudiera limpiarle de lepra. Su fe no era una fe cómoda y fácil. Aunque Jesús pudiera, si no lo sana, él en vez de ser sanado, pudiera morir a apedreo. Sin embargo, él con una fe de valor, de vida o muerte, se le acercó a Jesús. y Jesús lo vio.
También él vino a Jesús con una gran humildad. Él se postró ante él. Era una rendición total a la autoridad de Jesús. él reconoció de su indignidad como un hombre impío que no debiera estar allí entre mucha gente. Pero él no se quedó en auto condenación, sino miró a Jesús. La humildad verdadera no solo consiste en reconocer de su indignidad, sino también en mirar solo a Jesús y esperar su misericordia.
Su fe no era algo que exige a Jesús tal como “Señor, quiero que me sanes”. Más bien él humildemente suplicó a Jesús “Si quieres, puedes sanarme”. Él reconoció que era inmerecido siquiera a suplicarlo, ni siquiera estar allí, siendo una persona impío ante la ley. Pero él creyó que Jesús pudiera sanarlo con su poder y apeló a su compasión, diciendo ‘lo que Jesús quiere que haga’. Él confió solo en su piedad y misericordia.
Segundo, Quiero, Sé limpio (3-4). ¿Qué le respondió Jesús? Vamos a leer el verso 3. “Jesús extendió la mano y lo tocó, diciendo: —Quiero, sé limpio. Y al instante su lepra desapareció.” Aquí podemos aprender los puntos importante de la manera que Jesús respondió a este leproso.
Uno, Jesús fue movido por la fe y humildad de este leproso. Jesús sabía que este leproso no debiera atrever a venir entre mucha gente humanamente. Vio el miedo que había en su corazón. Vio su fe de vida o muerte. Además vio su humildad que confía en Jesús, diciendo “Si quieres”.
No la insistencia o el propio deseo humano era lo que movió el corazón de Jesús, sino el corazón del leproso; su fe de vida o muerte, una humildad ante la voluntad de Jesús. Su fe y humildad movieron el corazón de Jesús hasta extender su mano hacia un impío.
Necesitamos revisar nuestra postura al orar ante Dios si llegamos como este leproso o no. ¿Tenemos esa clase de fe de vida o muerte y humildad? ¿Tenemos esa fe que movió el corazón de Jesús? “Si quieres, puedes limpiarme”. Oro que Dios nos dé esa fe y humildad verdadera para que nuestra oración pueda mover el corazón de Jesucristo.
Dos, Jesús lo sanó por tocar. El leproso era un impío y Jesús era el Hijo de Dios santo. Cualquier hombre que tocara a un leproso se haría impuro. Además prácticamente la lepra era contagiosa físicamente por contacto directo. Por estas causas, Jesús habría preferido a sanarlo sin tocar a distancia. Y lo podía sanar así por su gran poder. Pero en vez de sanarlo a distancia o ignorar su petición, Jesús extendió su mano y lo tocó. Esto era el primer gesto que Jesús consideró necesaria hacer para este leproso.
Toda acción de Jesús tiene una intención significativa. No a todos los enfermos los sanaba Jesús de la misma manera. Para sanar a un ciego de nacimiento, Jesús escupió en tierra, hizo lodo con la saliva y untó con el lodo los ojos del ciego y lo sanó (Jn 9:6). Cuando le trajeron un sordo y tartamudo, y le rogaron que pusiera la mano sobre él, Jesús, apartándolo de la gente, le metió los dedos en los oídos, escupió y tocó su lengua y lo sanó (Mc 7:32-34). Cada manera de sanar era necesario para cada individuo según el hecho de Jesús. Así con el leproso, Jesús primero extendió su mano y lo tocó, mostrando su gran compasión a él.
Tal vez Jesús supo que le era necesario un toque de amor más que sanar la lepra. Jesús habría comprendido muy bien de heridas, dolores, soledad, lágrimas, condenación y desesperación en el corazón de este leproso. Jesús vio que a su alma se necesitaba el toque de comprensión y amor de Dios y de otras personas sanas. Jesús quiso sanar primero su corazón muy herido por su lepra. Con este toque, Jesús iba sanando su vida íntegramente tanto el alma como el cuerpo. Jesús es el sanador que creó el hombre.
Cada vez que nos acercamos a Jesús y su palabra, podemos recibir su toque de amor en nuestro corazón. Y por su toque divino quedamos sanados de todas las heridas progresivamente. Es lo que va sucediendo en nuestra vida día a día en él. Oro que su mano extendida llegue a nuestro corazón para que seamos sanos, limpios y fuertes a su imagen.
Tres, Jesús lo limpió de su lepra. Vamos a leer otra vez el verso 3. “Jesús extendió la mano y lo tocó, diciendo: —Quiero, sé limpio. Y al instante su lepra desapareció.” La fe tan valiosa y humildad del leproso movieron el corazón de Jesús hasta decir “Quiero, sé limpio”. Gustosamente Jesús atendió su petición y le manifestó su gracia a él, limpiándolo de toda lepra. La lepra que le marcó su vida como una vida maldita e impía se desapareció. Y él se hizo libre de su lepra horrible y libre de toda condenación de la ley por la lepra. Jesús le dio la libertad tanto física como espiritualmente.
Aquí podemos pensar de una similitud de entre la lepra y el pecado. Tal como la lepra ataca los nervios y deja una perdida de sensibilidad, el pecado también hace insensible en cuanto uno comete el pecado. Su insensibilidad se intensifica progresivamente a no sentirse ningún dolor de heridas a medida que los pecados no arrepentidos se aumenten. Y también tal como la lepra deja al enfermo deformidad, fealdad y hasta ceguera, el pecado también daña la imagen sana de uno, dejándole un carácter distorsionado y feo hasta la ceguera espiritual. Sobre todo como la lepra era una enfermedad contagiosa e incurable, el pecado es muy contagioso y no se limpia por ningún esfuerzo humano. Solo la gracia de Dios puede limpiarlo. En este sentido somos leprosos espirituales por nuestros pecados.
Para ser limpios y sanados de nuestras lepras particulares, solo tenemos que acercarnos y postrarnos ante los pies de Jesús. Este acercamiento requiere un valor de fe, porque no es fácil reconocer nuestras lepras ante la gente. Hay que superar todo miedo, poniendo la mirada solo en la misericordia de Jesús. Es una fe de vida o muerte. Si uno se acerca y se postra ante Jesús, él le extiende su mano y toca su corazón y cuerpo y da su perdón de amor. Jesús sana nuestras heridas con su toque santo. Jesús nos limpia de todo pecado, lepra espiritual con la sangre derramada en la cruz la cual demandaba la ley de Moisés. La sangre de Jesús nos libera al instante de toda condenación y sana todas las heridas provocadas por el pecado.
Además Jesús nos hace recuperar la dignidad del hombre en nuestra sociedad. Vamos a leer el verso 4. “Entonces Jesús le dijo: —Mira, no lo digas a nadie, sino ve, muéstrate al sacerdote y presenta la ofrenda que ordenó Moisés, para testimonio a ellos.” Y Jesús le ayudó a cumplir lo que demanda la ley de Moisés. Para ser un miembro de la sociedad de Israel, uno tenía que ser comprobado por un sacerdote. Jesús no ignoró la ley, sino le ayudó a cumplir la ley. De esta manera le ayudó a integrarse a la sociedad en sanidad. Y también le ayudó a testificar la obra de Jesús aún ante la autoridad del mundo y en la sociedad como discípulo de Jesús. ¡¡Gloria a Dios!!
Conclusión, “Quiero, sé limpio”. Jesús ve el valor de fe que supera todo miedo y la humildad ante él. Todos los que se acercan en fe y humildad verdadera, Jesús extiende su mano santa y toca con lleno de compasión y amor para limpiarle y sanarle íntegramente. La salvación es una vez para siempre, pero continua su toque de amor y sanación cada vez que nos acercamos ante sus pies. Oro que Dios nos ayude a acercarnos y postrarnos ante él, para que su mano extendida toque nuestro corazón y nos limpie de toda impureza en el Cristo. Amén.
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( 23 de julio de 2021 )
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