Éxodo 19:7-25

19:7 Entonces vino Moisés, y llamó a los ancianos del pueblo, y expuso en presencia de ellos todas estas palabras que Jehová le había mandado.
19:8 Y todo el pueblo respondió a una, y dijeron: Todo lo que Jehová ha dicho, haremos. Y Moisés refirió a Jehová las palabras del pueblo.
19:9 Entonces Jehová dijo a Moisés: He aquí, yo vengo a ti en una nube espesa, para que el pueblo oiga mientras yo hablo contigo, y también para que te crean para siempre. Y Moisés refirió las palabras del pueblo a Jehová.
19:10 Y Jehová dijo a Moisés: Ve al pueblo, y santifícalos hoy y mañana; y laven sus vestidos,
19:11 y estén preparados para el día tercero, porque al tercer día Jehová descenderá a ojos de todo el pueblo sobre el monte de Sinaí.
19:12 Y señalarás término al pueblo en derredor, diciendo: Guardaos, no subáis al monte, ni toquéis sus límites; cualquiera que tocare el monte, de seguro morirá.
19:13 No lo tocará mano, porque será apedreado o asaeteado; sea animal o sea hombre, no vivirá. Cuando suene largamente la bocina, subirán al monte.
19:14 Y descendió Moisés del monte al pueblo, y santificó al pueblo; y lavaron sus vestidos.
19:15 Y dijo al pueblo: Estad preparados para el tercer día; no toquéis mujer.
19:16 Aconteció que al tercer día, cuando vino la mañana, vinieron truenos y relámpagos, y espesa nube sobre el monte, y sonido de bocina muy fuerte; y se estremeció todo el pueblo que estaba en el campamento.
19:17 Y Moisés sacó del campamento al pueblo para recibir a Dios; y se detuvieron al pie del monte.
19:18 Todo el monte Sinaí humeaba, porque Jehová había descendido sobre él en fuego; y el humo subía como el humo de un horno, y todo el monte se estremecía en gran manera.
19:19 El sonido de la bocina iba aumentando en extremo; Moisés hablaba, y Dios le respondía con voz tronante.
19:20 Y descendió Jehová sobre el monte Sinaí, sobre la cumbre del monte; y llamó Jehová a Moisés a la cumbre del monte, y Moisés subió.
19:21 Y Jehová dijo a Moisés: Desciende, ordena al pueblo que no traspase los límites para ver a Jehová, porque caerá multitud de ellos.
19:22 Y también que se santifiquen los sacerdotes que se acercan a Jehová, para que Jehová no haga en ellos estrago.
19:23 Moisés dijo a Jehová: El pueblo no podrá subir al monte Sinaí, porque tú nos has mandado diciendo: Señala límites al monte, y santifícalo.
19:24 Y Jehová le dijo: Ve, desciende, y subirás tú, y Aarón contigo; mas los sacerdotes y el pueblo no traspasen el límite para subir a Jehová, no sea que haga en ellos estrago.
19:25 Entonces Moisés descendió y se lo dijo al pueblo.

JEHOVÁ DESCIENDE SOBRE EL SINAÍ


Buenos días. Después de dos semanas de mensajes especiales, retornamos a nuestras lecturas en Éxodo. En la última lectura de Éxodo aprendimos la esperanza que Dios tenía para su pueblo, Él quería que los israelitas fuesen su “especial tesoro sobre todos los pueblos” y “un reino de sacerdotes, y gente santa.” Pero todo esto dependía de que el pueblo diese oído a la voz de Dios y guardase su pacto. Allí aprendimos que Dios quiere que nosotros también seamos un real sacerdocio y una nación santa, un pueblo adquirido por Dios para anunciar las virtudes de aquel que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable. Y la única forma en la que nosotros podemos ser todo esto, es obedeciendo la Palabra de Dios y compartiéndola con otros. Yo oro para que Dios nos use para convertir a Panamá en un Reino de Sacerdotes y una Nación Santa. Amén.

Hoy aprenderemos una de las muchas teofanías que aparecen en la Biblia. Una teofanía es una manifestación o aparición de Dios al hombre. Ya hemos aprendido en Génesis cómo Dios se manifestaba a Abraham como una voz que le hablaba. También se le apareció a Jacob en Peniel como un varón que luchaba con él. Y se le apareció a Moisés en Ex. 3 como una zarza que ardía y no se consumía. Pero, en el pasaje bíblico de hoy Jehová desciende sobre el monte de Sinaí en fuego, haciendo que el monte humee y se estremezca; y también se manifiesta sobre él como una espesa nube con truenos y relámpagos y con un sonido de bocina muy fuerte.

Jehová se apareció de esta manera delante del pueblo de Israel para hacer su pacto con ellos. Un pacto de santidad, a través del cual el pueblo debía guardar las leyes y mandamientos que Dios le daría, y así ellos se convertirían en su “especial tesoro sobre todos los pueblos” y “un reino de sacerdotes, y gente santa.” Hoy aprenderemos cómo fue este encuentro con Dios y cómo debieron ellos prepararse para él. Yo oro para que nosotros podamos encontrarnos con Dios también y que podamos preparar nuestras vidas y corazones para ello. Amén. 

I.- El pueblo se prepara para encontrarse con Dios (7-15)

Miren los vv.7-8a. Moisés descendió del monte Sinaí con el mensaje de Dios para el pueblo: “Ahora, pues, si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra. Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa.” (vv. 5-6a). Moisés comunicó este mensaje a los ancianos del pueblo, quienes representaban a todas las tribus de Israel. Aquellas palabras debieron llenar de emoción el corazón de ellos, ¿quién no quiere ser el especial tesoro de Dios? Así que ellos respondieron muy ligeramente: “Todo lo que Jehová ha dicho, haremos.” No sabemos si esta respuesta vino de su emoción. Quizás vino de un deseo sincero de obedecer a Dios y convertirse en un Reino de Sacerdotes y Gente Santa. Sin embargo, la respuesta fue muy arrogante. ¿De verdad podrían ellos hacer todo lo que Jehová les dijera? Bueno, ya la historia nos ha enseñado que no. Si ellos hubiesen sido más humildes, habrían dicho quizás: “Queremos hacerlo, y si el Señor nos esfuerza y nos ayuda lo haremos.” Pero parece que ellos estaban muy seguros de sí mismos que podrían hacerlo. 

Cuando aceptamos a Jesús como nuestro Señor y Salvador, muchos nos sentimos muy fortalecidos espiritualmente por ese encuentro con Jesús en la cruz. Le prometemos a Dios y a nosotros mismos que nunca más pecaremos. Y, ¿después qué vamos y hacemos? Pecamos. Y muchas veces con los mismos pecados de antes. Cuando comencé mi entrenamiento para ser discípulo en UBF, viendo que mi problema de pecado eran las mujeres, hice un compromiso con Dios y con mi pastor que no tendría otra novia hasta que no terminara la universidad, y sería ya para casarme. Por aquel tiempo estaba en el tercer trimestre apenas, me faltaba más de la mitad de la carrera. Pero, ¿adivinen qué hice unos dos meses después de que empecé el discipulado? Conseguí una novia nueva. Me sentí muy mal por eso, y después estuve a punto de abandonar el discipulado y la iglesia. Pero gracias a la ayuda de mi pastor, el M. Juan Seo, y de mi pastora María Mercedes, pude continuar con el discipulado y dejé mi relación pecaminosa por fe. De allí en adelante luché para guardar mi corazón hasta que finalmente Dios me dio la bendición de casarme con mi pastora María Mercedes.

Aunque tengamos mucho deseo espiritual y estemos luchando mucho espiritualmente por medio de comer Pan Diario todos los días, escribiendo testimonio; teniendo estudio bíblico 1:1 cada semana con nuestros pastores, compartiendo testimonio; dando estudio bíblico a otros; y participando fielmente en todas las actividades de la iglesia y en el Culto Dominical; nada de eso garantiza de que estemos lo suficientemente fuertes espiritualmente para decir presuntuosamente: “Todo lo que Jehová ha dicho, haremos.” Más bien el apóstol Pablo nos aconseja: “Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga.” (1Co. 10:12). Mantengamos siempre nuestra humildad y recordemos siempre que dependemos del Espíritu Santo para mantenernos firmes en esta carrera. Y recuerden que “aún no habéis resistido hasta la sangre, combatiendo contra el pecado” (He. 12:4).

Miren ahora los vv.8b-9. Moisés estaba funcionando como mensajero entre Dios y el pueblo, y viceversa. Al recibir esta respuesta de los ancianos en representación de todo el pueblo, él refirió a Jehová las palabras de ellos. Así que como el pueblo estaba aceptando el pacto que Dios les estaba proponiendo, Jehová descendería a ellos para darles las condiciones del mismo. Él vendría delante de ellos como una nube espesa, para que el pueblo oyese mientras Dios hablaba con Moisés, aunque ellos no entenderían nada de lo que Jehová hablaba, como veremos más adelante; pero Jehová hacía esto para que el pueblo creyese para siempre que Moisés era el líder que Dios había escogido para ellos, aunque a lo largo de la travesía por el desierto ellos dudaron de esto muchas veces también. Moisés entonces refirió las palabras del pueblo a Jehová.

Miren ahora los vv.10-11. Jehová le ordena a Moisés que santifique al pueblo para prepararlo para su encuentro con Dios. Hoy en día no le damos mucha importancia a encontrarnos con Dios porque, gracias al sacrificio de Jesús, en cualquier lugar podemos inclinar nuestras cabezas y tener un tiempo de oración con Dios. Pero los encuentros casuales con Dios, no pueden ser iguales a los momentos de intimidad con Él. Si nos encontramos con el presidente Cortizo en la calle y nos saluda, pues respondemos el saludo así como estamos. Pero si nos dijesen que vamos a tener un encuentro con él en el Palacio de las Garzas, entonces nos afeitaríamos, nos pondríamos nuestra mejor ropa, es más nos bañaríamos, aunque ese día no nos tocara, y hasta usaríamos nuestro mejor perfume para esa cita. Cuanto más debe ser en el encuentro con el Rey de reyes, nuestro Dios.

Acá la palabra “santificar” es la palabra hebrea קָדַשׁ, qadash, que significa: “santificar, o ser santo”. La raíz principal de este verbo denota un acto o estado por el cual las personas o cosas se apartan para el culto a Dios, es decir se “consagran” o se “hacen sagradas” para el culto a Dios. Debido a este acto, y en ese estado, la cosa o persona consagrada no debe emplearse en trabajos ordinarios (o de uso profano) y deben tratarse con especial cuidado porque son propiedad de Dios. Así que acá lo que Dios quiso decirle a Moisés es que debía separar al pueblo de sus labores cotidianas y apartarlo para las cosas de Dios. Es lo que se supone que hacemos cada domingo, cuando nos apartamos de nuestra rutina diaria para dedicar este tiempo del Culto Dominical exclusivamente para adorar a Dios y escuchar su Palabra. 

Entonces, el pueblo de Israel debía prepararse durante tres días para encontrarse con Dios, por medio de apartarse de sus labores cotidianas y enfocarse en Dios. Pero, ¿cómo debían hacerlo? En el v.10 hay un detalle muy importante de su preparación, dice: “laven sus vestidos”. En aquella época, las personas comunes tenían un solo vestido, sólo las personas muy ricas tenían más de uno. Los israelitas caminaban por el desierto con su único vestido y dormían con él también, y como no tenían muda de ropa, nunca se lo quitaban, al menos que se rompiera o que ya no le quedara, entonces compraban otro y usaban sólo ese. Por otro lado, el agua era un recurso escaso en el desierto. Ya aprendimos que en dos ocasiones el pueblo pensó que moriría de sed. Así que la idea de usar tan precioso recurso para lavar sus vestidos no creo que pasara por sus cabezas. Así que, por mandato de Dios, ellos debían usar aquella preciosa agua para lavar bien sus vestidos. Estoy seguro que mientras ellos hacían eso, podían pensar en la solemnidad del encuentro que tendrían con su Dios y de cómo estaban sus vidas. Así que lavar sus vestidos también les servía como un tiempo de reflexión.

Lavar los vestidos también tiene un sentido simbólico. Ellos no debían preocuparse sólo por su limpieza exterior, sino también por su pureza interior. Debían meditar en su relación con Dios también. ¿Estarían ellos viviendo conforme al propósito que Dios tenía para ellos, o estarían pecando contra Dios? En el Nuevo Testamento vemos una aplicación de la limpieza de nuestros vestidos. El apóstol Pablo nos dice: “En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos” (Ef. 4:22) Aquí Pablo nos aconseja a quitarnos los hábitos pecaminosos que teníamos antes de conocer a Jesús, como si fuese una ropa vieja sucia y en su lugar “vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad.” (Ef. 4:24). Esto quiere decir usar unas nuevas ropas lavadas por la sangre de Cristo que ha perdonado todos nuestros pecados en la cruz. También nos dice el apóstol Juan en Ap. 22:14: “Bienaventurados los que lavan sus ropas, para tener derecho al árbol de la vida, y para entrar por las puertas en la ciudad.” ¡Debemos lavar nuestras ropas en la sangre perdonadora de Jesús y entonces podremos entrar en la Ciudad Celestial!

¿Qué más debían hacer los israelitas para prepararse para su encuentro con Dios? Miren los vv. 12-13. Ellos debían cercar el área alrededor del monte para que nadie pusiese su mano ni intentase subir a la montaña mientras Jehová estuviese allí. Cualquiera que tocase el monte, de seguro moriría. Mientras lavaban sus vestidos y mientras ponían los límites alrededor del monte, el pueblo podía sentir la solemnidad del encuentro que estaba a punto de tener. Toda esta preparación la ordenó Dios para que ellos pudiesen saber que no es cualquier cosa un encuentro con el Dios Creador. Él quería que ellos esperaran con santa anticipación, solemnidad y temor reverente este encuentro con el Dios que los sacó con brazo fuerte de Egipto. 

¿Qué hicieron Moisés y el pueblo? Miren los vv. 14-15. Moisés descendió del monte Sinaí y le dijo al pueblo lo que debía hacerse para esperar el encuentro con Dios. Ellos se santificaron y lavaron sus vestidos conforme a lo que se les ordenó. Y estuvieron preparándose durante los dos días, separándose de todas sus labores ordinarias, incluyendo sus deberes conyugales. Ellos tenían su mente y su corazón a la expectativa de ese encuentro con Dios. 

Así mismo deberíamos hacer nosotros para el Culto Dominical. Deberíamos ver el guardar el Día del Señor como este encuentro de los hijos de Israel con Jehová en el monte Sinaí. Especialmente, ahora que cada uno está guardando el Día del Señor desde su casa. Deberían apartarse de su rutina y preparar sus mentes y sus corazones desde muy temprano para encontrarse con Dios. A las diez en punto deberían estar en su lugar adorando a Dios con las canciones que les comparto, o incluso antes, con las canciones que ustedes gusten. Deberían leer el pasaje bíblico con anticipación y meditar un poco él. Deberían tener un tiempo de oración antes del mensaje dominical. En fin, deberían esperar tener un encuentro solemne con Dios cada domingo. Más íntimo, más profundo del que suelen tener a diario en su tiempo devocional o al comer su Pan Diario. Cada domingo deberíamos tener un encuentro personal con Dios que impacte nuestras vidas. Pero esto no depende sólo del mensaje, sino también de nuestra propia preparación para ese encuentro. 

Si Dios nos quiere hablar a través de este mensaje, pero nosotros estamos pensando en los frijoles que están en la cocina para el almuerzo. O en qué le sucederá al personaje de la serie o la novela que estamos viendo. O estamos pendientes de nuestros teléfonos. Por más que Dios nos esté hablando, no le escucharemos porque nuestro corazón está en otro lado. Debemos tener un sentido de solemnidad y respeto en el Culto Dominical, tanto cuando nos congregamos, como mientras nos estemos reuniendo por este medio. Y esto no es por respeto al pastor que está predicando. O a los hermanos que tenemos al lado. Sino por respeto a Dios. Y por un deseo sincero de tener un encuentro personal íntimo con Él. Oro para que cada uno de nosotros pueda venir cada domingo delante de Dios con un deseo sincero de tener un encuentro personal íntimo con Él y que preparemos nuestras mentes y corazones para ello. Amén.

II.- El encuentro con Dios (16-25)

Miren el v.16. Aunque Jehová le había dicho a Moisés que vendría al tercer día, no le dio hora para su aparición. Así que muy probablemente el pueblo no tenía idea de a qué hora se les manifestaría Dios en aquel lugar. Jehová vino a ellos repentinamente en la mañana, en la forma en que le había dicho a Moisés, en una espesa nube sobre el monte. Pero su aparición fue mucho más portentosa de lo que el pueblo hubiese imaginado. Pues aquella nube vino acompañada de truenos y relámpagos. Quizás Jehová encontró al pueblo desayunando. Estaban todos disfrutando de sus deliciosas tortas de maná, cuando empezó a tronar y relampaguear. El sonido de los truenos hizo que todos dejarán de hablar y dirigieran su mirada hacia el monte. Y los relámpagos los mantenían con su mirada en aquella dirección. Imagino que ninguno de ellos podía mirar a otro lugar que no fuese el monte Sinaí. Y tampoco podrían hablar entre ellos por el sonido de los truenos y de bocina muy fuerte que los llamaba.

En aquella época, las bocinas se usaban como señales para todo el pueblo y se sonaban con tres distintos propósitos: Uno era para llamar a la guerra; también, para advertir de algún peligro inminente; y por último, para llamar al pueblo a congregarse. Nadie en el pueblo estaba sonando bocinas en ese momento. Dios mismo, o según algún eruditos piensan, los ángeles, estaba produciendo ese sonido de bocina. Y era para que el pueblo fuese y se congregase delante de su Dios. Dios estaba llamando al pueblo para que fuese a presentarse delante de Él. Y eso fue exactamente lo que hicieron según el v.17. Moisés sacó a todo el pueblo del campamento y los llevó frente al monte de Sinaí. Ellos habían acampado a un lado del monte, dejando espacio entre el campamento y la montaña. Ahora debían reunirse todos fuera del campamento, en ese espacio que habían dejado entre el campamento y la montaña, pero con cuidado de no traspasar los límites que habían puesto.

Miren los vv. 18-20a. Jehová se manifestó formidable y portentosamente sobre el monte Sinaí. Todo el monte humeaba como un horno porque Jehová había descendido sobre él en fuego. Y además, el monte se estremecía en gran manera. Podemos pensar que aquel monte parecía un volcán en erupción en aquel momento, aunque no era un volcán literalmente, porque no hay ninguna evidencia de volcanes en el desierto de Sinaí. Sin embargo, como Dios había decidido descender como fuego sobre ese monte ese día, entonces el monte Sinaí parecía un volcán en erupción. Aquella imagen debió ser escalofriante. ¿Han estado ustedes en una erupción volcánica? Yo no, pero las he visto por televisión y es algo horrible. Y eso no era lo único que estaba pasando. El v.19 dice que “el sonido de la bocina iba aumentando en extremo”, es decir, el sonido se hacía cada vez más estruendoso. Seguramente, eso evitaba que ellos hablasen entre sí. Y no pudiesen hacer más nada, sino admirar la terrible manifestación de Dios delante de sí.  

Pero Dios no siempre se manifiesta así. Ya les he dicho que hay muchas teofanías en la Biblia. Hay una muy interesante que le sucedió al profeta Elías. Mientras él huía despavorido de Jezabel, mujer del rey Acab de Israel, estaba escondido en una cueva en este mismo monte Sinaí, pero cientos de años después de este evento. Escondido allí le habló Dios y le invitó a salir de la cueva. Miren lo que sucedió en 1R. 19:11-13: “Él le dijo: Sal fuera, y ponte en el monte delante de Jehová. Y he aquí Jehová que pasaba, y un grande y poderoso viento que rompía los montes, y quebraba las peñas delante de Jehová; pero Jehová no estaba en el viento. Y tras el viento un terremoto; pero Jehová no estaba en el terremoto. Y tras el terremoto un fuego; pero Jehová no estaba en el fuego. Y tras el fuego un silbo apacible y delicado. Y cuando lo oyó Elías, cubrió su rostro con su manto, y salió, y se puso a la puerta de la cueva. Y he aquí vino a él una voz, diciendo: ¿Qué haces aquí, Elías?” Jehová no estaba en el fuerte viento, ni en el terremoto, ni en el fuego, sino en un silbo apacible y delicado.

Si Dios puede manifestarse en un silbo apacible y delicado entonces, ¿por qué se manifestó aquí de forma tan terrible a los hijos de Israel? Por la naturaleza misma del pacto que estaba a punto de establecerse. Jehová se estaba presentando delante de los hijos de Israel como el Dios Todopoderoso y temible. Ellos debían respetar a Dios y adorarle con reverencia guardando el pacto y las leyes que Él les daría. De otro modo serían consumidos por el fuego de su justicia, así como Él se estaba manifestando en fuego sobre aquel monte. Jehová quiso poner un temor reverente en el corazón de los hijos de Israel para que ellos supieran que: “El principio de la sabiduría es el temor de Jehová” (Sal. 111:10; Pr. 1:7; 9:10).

Para nosotros Dios se ha manifestado más amorosamente en la forma de Jesús. Él vino al mundo como un pequeño bebé; creció como un ser humano normal, pero sin pecado; murió en la cruz por nuestros pecados; y resucitó al tercer día para darnos la vida eterna. Este es el pacto de gracia que Dios ha hecho con nosotros. Por esta razón, muchos viven sin temor de Dios, pecando alegremente. Aún entre los mismos cristianos. Pero el Dios que se manifestó en el Sinaí como fuego consumidor, y el que murió en la cruz diciendo: “Consumado es”, es el mismo. No debemos abusar de su amor y su gracia. Deberíamos experimentar también en nuestros corazones el temor reverente a Jehová por su santidad y santificarnos como nos manda el apóstol Pedro: “sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir” (1P. 1:15). ¡Aprendamos cada día la Palabra de Dios y obedezcámosla para vivir en santidad! 

En medio de todo aquel terror, Jehová hablaba con Moisés desde la nube como pudimos ver en el v.19b, pero el pueblo sólo oía truenos que salían desde esa nube. Finalmente, en los vv. 20b-25, Jehová llama a Moisés para que suba a la cumbre del monte. Pero el pueblo sentía mucha curiosidad y se acercaba peligrosamente al monte contraviniendo la prohibición. Así que Jehová le ordena a Moisés descender y advertir nuevamente al pueblo, y subir con Aarón, su hermano. Y Moisés obedece.

En conclusión, Jehová descendió sobre el Sinaí como un Dios temible para infundir respeto entre los hijos de Israel, de manera tal que ellos obedeciesen reverentemente el pacto que Dios les daría en ese lugar. El pueblo con mucha expectación y solemnidad debió prepararse para este encuentro con Dios, lavando sus vestidos y estableciendo límites entre ellos y Dios. Nosotros también debemos prepararnos con reverencia y solemnidad para encontrarnos con Dios, especialmente los domingos al guardar el Día del Señor en nuestro Culto Dominical. Debemos aprender la Palabra de Dios y obedecerla reverentemente en nuestras vidas, siendo santos, así como el que nos llamó es santo. De esa manera podremos agradar a aquel que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable, y podremos llegar a ser un Reino de Sacerdotes y Gente Santa para Él. Amén. 

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