Éxodo 20:13-17
20:13 No matarás.20:14 No cometerás adulterio.
20:15 No hurtarás.
20:16 No hablarás contra tu prójimo falso testimonio.
20:17 No codiciarás la casa de tu prójimo, no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo.
LOS DIEZ MANDAMIENTOS (III): EL AMOR AL PRÓJIMO
Buenos días. Esta semana aprenderemos la tercera y última parte de los diez mandamientos: los últimos cinco mandamientos relativos al prójimo. A través de los diez mandamientos Jehová mostró al hombre cómo restaurar su relación con Dios y con los otros, así como era todo antes de que el pecado entrara en el mundo. Si obedeciésemos cabalmente los cinco mandamientos relativos al prójimo, viviríamos en paz y armonía los unos con los otros. Y si cumpliéramos cabalmente los diez mandamientos como los hemos aprendido en estas semanas, pudiésemos vivir en verdadera santidad. Yo oro para que nosotros siempre podamos recordar y obedecer los diez mandamientos y que tengas una buena relación de amistad con Dios y con todos aquellos que nos rodean para poder expandir el reino de Dios en la Tierra. Amén.
I.- No Matarás (13)
Miren el v.13. El sexto mandamiento prohíbe asesinar a una persona. El verbo hebreo que usa acá es ratsaj que significa matar o asesinar. Describe una muerte injusta e ilegal. Así que lo que se está prohibiendo acá es que una persona tome la vida de otra por deseo propio, lo que ya Jehová había establecido en su pacto con Noé en Gn. 9:6: “El que derramare sangre de hombre, por el hombre su sangre será derramada; porque a imagen de Dios es hecho el hombre.” Dios ha creado al hombre a su imagen. No es un animal que uno pueda matar para comer o por sentirse uno de alguna manera amenazado. Siendo Dios el creador y dador de la vida, es el único que puede decidir cuándo acabar con la vida de una persona. Si nosotros tomamos la vida de otra persona, nos estamos poniendo en el lugar de Dios, y esto es grave. Sólo Dios puede decidir cuándo termina la vida de una persona, nosotros no podemos tomar esa decisión.
Pero este mandamiento no cubre la pena capital o la pena de muerte. De hecho, el castigo para el asesinato, es la pena de muerte como ya leímos en Génesis y como también estipula Lv. 24:17: “Asimismo el hombre que hiere de muerte a cualquiera persona, que sufra la muerte.” Pero la ejecución no puede ser aplicada por la venganza de una persona agraviada, alguien que le haya matado un familiar, por ejemplo; ni por la decisión de un colectivo de personas, un linchamiento; sino por decisión de un juez después de comprobarle el delito. De otro modo se incurriría en la transgresión de este mandamiento.
En la actualidad, hay dos formas de asesinato que el hombre quiere aplicar tomando el lugar de Dios: El aborto y la eutanasia. El aborto es asesinato porque un bebé es un ser vivo desde su misma concepción, aunque no se haya desarrollado completamente ni haya visto la luz del mundo. El aborto quebranta este mandamiento porque se toma una vida inocente de una persona creada por Dios. Y participan en el asesinato tanto el doctor que practica el aborto, como los padres de la criatura que toman la decisión. Así que cualquiera que haya participado en un aborto también ha violado este mandamiento y necesita arrepentirse.
La eutanasia o muerte asistida, consiste en ayudar a una persona a morir, generalmente cuando la persona tiene una enfermedad terminal. Puede ser desconectándolo de las máquinas que lo mantienen vivo, o ya directamente provocando la muerte con alguna sustancia o procedimiento. Esto se hace supuestamente para evitar sufrimiento y dolor en el ser humano. Es supuestamente una misericordia que se le hace a la persona. Pero en realidad la persona, los familiares y el médico que toman la decisión y ejecutan la eutanasia, están tomando el lugar de Dios para decidir sobre la vida de la persona, y esto viola este mandamiento.
Nunca, bajo ninguna circunstancia, se puede decidir sobre la vida de una persona, a menos que un juez lo halle culpable de homicidio y decida aplicar la pena de muerte respetando las estipulaciones de la ley. O a menos que nuestra vida se encuentre en peligro real y no tengamos ninguna opción que tomar la vida de otra persona para salvaguardar la nuestra como en los casos de defensa propia o la guerra.
Jesús lleva este mandamiento un poco más allá y explica: “Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás; y cualquiera que matare será culpable de juicio. Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio; y cualquiera que diga: Necio, a su hermano, será culpable ante el concilio; y cualquiera que le diga: Fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego.” (Mt. 5:21-22). Jesús equipara el enojo contra el prójimo con el homicidio, es decir, el que se enoja contra su hermano es como si lo matara. Aquí el enojo no se refiere a una simple molestia, sino a una ira que va creciendo y que desea hacer mal a la otra persona, lo que puede desembocar en homicidio.
Por eso el apóstol Pablo aconseja: “Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo, ni deis lugar al diablo.” (Ef. 4:26-27). Podemos enojarnos por un momento al sentir que somos tratados injustamente, pero después debemos dejar de lado el enojo y buscar arreglarnos con esa persona como continúa Jesús: “Por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda.” (Mt. 5:23-24). No es simplemente dejarlo así, sino ir y arreglarnos con el hermano. De otro modo, seremos culpables de homicidio como nos dice aquí Jesús.
II.- No cometerás adulterio (14)
Miren el v.14. El séptimo mandamiento prohíbe el adulterio. Aquí, el adulterio implica tener acto carnal o acostarse con la mujer del prójimo (Lv. 18:20; Dt. 22:22a). A pesar de que esto es común en nuestra época, desde el punto de vista de Dios es un pecado tan serio que se castiga con la muerte al igual que el homicidio como podemos leer en Dt. 22:22: “Si fuere sorprendido alguno acostado con una mujer casada con marido, ambos morirán, el hombre que se acostó con la mujer, y la mujer también; así quitarás el mal de Israel.” Dios le dio el sexo al hombre para disfrutarlo en la santidad del matrimonio como podemos leer en Gn. 2:24: “Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne.” Así que la voluntad de Dios es nuestra pureza sexual. La voluntad de Dios es que el hombre conozca íntimamente a una sola mujer, su esposa, y que la mujer conozca a un solo hombre. Por tanto, cuando tenemos relaciones con una persona que no es nuestro cónyuge vamos en contra de la voluntad de Dios, y es un pecado muy serio.
Si lo pensamos bien, si siguiéramos este mandamiento nos evitaríamos mucho sufrimiento y dolor. El adulterio de nuestra generación ha tenido graves consecuencias aunque no queramos aceptarlo. Muchos de nosotros hemos crecido en hogares rotos, o con muchos problemas a causa de esto. Además, hay una gran proliferación de enfermedades de transmisión sexual. Entre ellas la más común es el Virus de Papiloma Humano (VPH). Debido a la promiscuidad de nuestra generación se estima que el 90% de las personas serán infectadas por el VPH durante su vida, poniéndoles en riesgo para una variedad de serios problemas de salud, entre ellos el cáncer de cuello uterino en las mujeres.
Quizás alguno de nosotros podría pensar que nunca ha cometido adulterio, pero Jesús nos advierte lo siguiente: “Oísteis que fue dicho: No cometerás adulterio. Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón.” (Mt. 5:27-28). Según la interpretación de Jesús, el adulterio no implica sólo el acto sexual con la mujer del prójimo, sino que el solo hecho de verla para codiciarla ya es adulterio. En nuestra sociedad estamos expuestos cada día al adulterio. La publicidad, el cine y la televisión están hecho para que codiciemos a los hombres y mujeres que en ellos aparecen. Hay toda una industria cosmética intentando hacer a las mujeres y a los hombres más deseables.
Pero el hombre más sabio que ha existido sobre la Tierra, el rey Salomón, nos aconseja: “…alégrate con la mujer de tu juventud, como cierva amada y graciosa gacela. Sus caricias te satisfagan en todo tiempo, y en su amor recréate siempre. ¿Y por qué, hijo mío, andarás ciego con la mujer ajena, y abrazarás el seno de la extraña? Porque los caminos del hombre están ante los ojos de Jehová, y él considera todas sus veredas.” (Pr. 5:18b-21). No tengamos ojos para nadie más que nuestra esposa o nuestro esposo. Deleitémonos en nuestro cónyuge. No codiciemos a la mujer hermosa o el hombre guapo que pasa, pero apreciemos a nuestro cónyuge como el regalo de Dios que es para nosotros.
III.- No hurtarás (15)
Miren el v.15. El octavo mandamiento prohíbe hurtar. Hurtar es tomar algo de otra persona en contra de su voluntad. Legalmente, el hurto se define como apropiación sin violencia, a diferencia del robo y el asalto. Sin embargo, en la Biblia, hurtar implica cualquier forma de apropiación como podemos leer en Lv. 19:11,13: “No hurtaréis, y no engañaréis ni mentiréis el uno al otro. […] No oprimirás a tu prójimo, ni le robarás. No retendrás el salario del jornalero en tu casa hasta la mañana.” Acá vemos que el hurto puede implicar engañar a una persona para quitarle algo, es decir timo o estafa. En aquella época las personas intercambiaban bienes como forma de comercio. Cada quien llevaba su balanza para pesar el bien de intercambio. Algunos amañaban sus balanzas para dar menos a la otra persona. Esto también es hurto y transgrede este mandamiento.
De igual manera, oprimir al prójimo para que trabaje más por igual salario es una forma de hurto. Si hacemos a alguien trabajar jornadas adicionales u horas extras y no le reconocemos su trabajo en su salario, estamos hurtando. De igual manera, si el empleado no trabaja las horas asignadas, o no cumple con el trabajo por el cual le están pagando, o busca obtener algún beneficio adicional de él, está hurtando. También Lv. 19:13 nos dice que retener el salario de alguien es hurto. Los jornaleros trabajaban por su paga diaria. Con ella llevaban el pan diario a su familia. Si se le retenía su jornal hasta el día siguiente, se podía dejar a una familia sin alimento durante un día. Eso definitivamente no está bien. Si alguien realiza un trabajo para nosotros, debemos pagarle puntualmente conforme a lo acordado. Si alguien nos contrata para un trabajo, debemos hacerlo puntualmente conforme a lo acordado. Si no, estamos hurtando y transgrediendo este mandamiento.
De igual forma hurtan aquellos que trabajan en cargos públicos y se apropian indebidamente de bienes o dinero. Aquellos que no pagan los impuestos que le corresponden, también le están robando al Estado y están violando este mandamiento. O los que tienen deudas y no las pagan. Incluso aquellos que llegan tarde a las citas que tienen con otros le están robando de su tiempo. Hay muchas formas en la que podemos estar hurtando. Debemos ser cumplidos con todas las cosas para evitar infringir este mandamiento. El apóstol Pablo aconsejó a los hermanos en Efeso: “El que hurtaba, no hurte más, sino trabaje, haciendo con sus manos lo que es bueno, para que tenga qué compartir con el que padece necesidad.” (Ef. 4:28). En lugar de quitarles a otros lo suyo, debemos trabajar para dar a los que tienen necesidad.
IV.- No dirás falso testimonio (16)
Miren el v.16. El noveno mandamiento prohíbe dar falso testimonio contra nuestro prójimo. Esto es básicamente un asunto legal. En aquella época las faltas y crímenes se resolvían con base en testimonios. Si había dos o tres testigos que decían que alguien había cometido un crimen, entonces era condenado (Dt. 19:15). Pero, si alguien se concertaba con otro u otros para dar un testimonio falso, es decir, para decir que vio algo que no vio o acusar de algo que no sabe, podrían condenar erróneamente al acusado, incluso a muerte. Por esta razón, Jehová quiso asegurarse que algo así no ocurriera, incluyendo esta prohibición en el núcleo mismo de su Ley.
El castigo por transgredir este mandamiento era aplicar al testigo falso la misma condena que buscaba para el que acusaba como podemos leer en Dt. 19:18-21: “Y los jueces inquirirán bien; y si aquel testigo resultare falso, y hubiere acusado falsamente a su hermano, entonces haréis a él como él pensó hacer a su hermano; y quitarás el mal de en medio de ti. Y los que quedaren oirán y temerán, y no volverán a hacer más una maldad semejante en medio de ti. Y no le compadecerás; vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie.” Esto quiere decir que si un testigo acusaba de muerte a otro, y se descubría que era falso, debía ser ejecutado entonces por lo que intentó hacer. De esta manera, Dios se aseguraba que nadie hiciese esta maldad de acusar falsamente a otro.
Dios es verdad y no hay ninguna mentira en Él (Dt. 32:4). El que habla mentira es hijo del Diablo quien “ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira.” (Jn. 8:44). Los hijos de Dios debemos hablar siempre con la verdad. Nunca debemos ponernos de acuerdo con nadie para acusar falsamente, ni levantar rumores de otros. “Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes.” (Ef. 4:29). Hablemos siempre con la verdad y en lugar de destruir a otros con nuestras palabras, exhortémonos y animémonos para luchar juntos y crecer en la gracia de Dios.
V.- No codiciarás (17)
Miren el v.17. El décimo mandamiento prohíbe codiciar cualquier cosa del prójimo. La codicia es el deseo excesivo de tener lo que otro tiene. En nuestro lenguaje común, le decimos envidia, aunque según el DRAE la envidia es sentir “tristeza o pesar del bien ajeno”. Los otros cuatro mandamientos con respecto al prójimo son de pecados de comisión, es decir de hacer algo en contra del prójimo. Sin embargo, este último mandamiento está relacionado con un pecado de pensamiento: Desear intensamente lo que otro tiene. En realidad, la codicia es la madre de todos los otros pecados. Es el primer paso para llegar a cometerlos. Por codicia podríamos matar, adulterar, hurtar y hablar falso testimonio. Fíjense en el gran rey David, por ejemplo. Por codiciar a Betsabé, mujer de Urías, sin importar que era casada, fue y adulteró con ella, y después para encubrir que la había embarazado mandó a matar a su esposo. Adulterio y homicidio.
Dios colocó la codicia como un pecado y la incluyó dentro de los diez mandamientos porque, aunque no necesariamente nos lleve a ejecutar una acción pecaminosa, es el primer paso para hacerlo. Jacobo, el hermano de Jesús, mejor conocido como Santiago, explicó: “Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte.” (Stg. 1:15). Nuestro deseo pecaminoso nos lleva a planear el pecado, y una vez que lo ejecutamos, éste nos puede llevar a la muerte. Así, la codicia nos llevará a cometer cualquiera de los otros pecados. El homicidio, el adulterio, el hurto y el falso testimonio se pueden evidenciar fácilmente, pero la codicia es algo interno y es difícil de demostrar, a menos que se cometa cualquiera de aquellos pecados por causa de la codicia. Sin embargo, la codicia misma ya constituye un pecado porque Dios lo incluyó aquí en los mandamientos para evitar la raíz misma de otros pecados y protegernos.
En lugar de codiciar lo que otros tienen, alegrémonos con ellos y trabajemos para obtener lo nuestro. La ambición, es decir, el deseo de obtener cosas, no es necesariamente mala si es controlada. No debemos ser conformistas, debemos tener aspiraciones de superación. Pero estas aspiraciones no pueden tomar el lugar de Dios en nuestros corazones, sino que deben obedecer a la voluntad de Dios para nosotros. Nosotros somos un ministerio universitario. Y estudiar en la universidad implica un deseo de superación personal y profesional. Pero un título universitario no puede ser nuestra mayor meta en la vida. Tampoco un ascenso, un mejor salario, ser dueño de mi propio negocio, nada de eso puede competir con el lugar de Dios en mi corazón. Ni mucho menos debo desear el puesto que otro tiene para perjudicarlo, ni el negocio del otro, ni la casa de mi prójimo. En lugar de codiciar lo que otros tienen, trabajemos para dar abundantemente a otros como nos aconseja el sabio Salomón´: “Hay quien todo el día codicia; pero el justo da, y no detiene su mano.” (Pr. 21:26). ¡Trabajemos para dar y servir abundantemente a otros!
Dios nos dio estos cinco mandamientos para que nosotros aprendiésemos a amar y a convivir con el prójimo. Así los resume el apóstol Pablo: “Porque: No adulterarás, no matarás, no hurtarás, no dirás falso testimonio, no codiciarás, y cualquier otro mandamiento, en esta sentencia se resume: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.” (Ro. 13:9). Debemos amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Desearle el bien que deseamos para nosotros mismos. Tratarlos bien, como deseamos ser tratados. Y nunca perjudicarlos intencionalmente, así como procuramos no perjudicarnos a nosotros mismos.
Si nosotros obedeciésemos cabalmente estos cinco mandamientos relativos al prójimo, viviríamos en completa paz. La Tierra sería un paraíso otra vez como Edén. ¿Se imaginan vivir sin que nadie busque quitarte lo que es tuyo o perjudicarte en alguna manera? Si, en lugar de eso, todos procurásemos el bien de los demás. Sirviendo con nuestros bienes a otros; dando paso en la calle, en lugar de tirar el carro; cediendo beneficios; ayudando a los necesitados. ¿Se imaginan si los gobernantes de verdad usasen los recursos del Estado para ayudar a los necesitados, en lugar de beneficiarse a sí mismos? ¿Si la gente en lugar de buscar ser ayudada y depender de otros, saliera a la calle y trabajara para su propio beneficio y el de otros? Sería el reino de Dios en la Tierra. Y eso es lo que buscamos establecer. Así que amemos a nuestro prójimo y sirvámosle, dando el ejemplo como hijos de Dios.
No mates a nadie; no te enojes con tu prójimo, antes bien perdona las ofensas y ama. No adulteres; ni siquiera mires a la mujer o al marido de tu prójimo, más bien deléitate con tu cónyuge conforme a la voluntad de Dios desde la creación; y si no te has casado, pídele a Dios que te ayude a encontrar un esposo o esposa y que puedas guardarte puro hasta entonces. No hurtes; no le quites a nadie lo que le pertenece; no le retengas salario ni deuda a nadie; si alguien te hizo un trabajo, si alguien te prestó un dinero, págale conforme a lo acordado; no abuses del que trabaja para ti. No hables falso testimonio; no salga mentira de tu boca; habla siempre con la verdad; que tus palabras no destruyan a otros, sino que sean para la edificación de todos. No codicies nada de tu prójimo; regocíjate en el trabajo de tus manos; y si quieres vivir en una mejor casa, tener un mejor auto, o mejorar en algún aspecto de tu vida, trabaja para ello. Ora dándole gracias a Dios por lo que tienes y pídele que te ayude a mejorar si es su voluntad. Trabaja, esfuérzate, pero sé agradecido. Busca primeramente el reino de Dios, y todas estas cosas serán añadidas (Mt. 6:33). Ama a tu prójimo como a ti mismo, y ama a Dios por encima de todas las cosas.
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M. Marcos Kim (AR)
( 20 de noviembre de 2020 )
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