Éxodo 3:1-8

3:1 Apacentando Moisés las ovejas de Jetro su suegro, sacerdote de Madián, llevó las ovejas a través del desierto, y llegó hasta Horeb, monte de Dios.
3:2 Y se le apareció el Angel de Jehová en una llama de fuego en medio de una zarza; y él miró, y vio que la zarza ardía en fuego, y la zarza no se consumía.
3:3 Entonces Moisés dijo: Iré yo ahora y veré esta grande visión, por qué causa la zarza no se quema.
3:4 Viendo Jehová que él iba a ver, lo llamó Dios de en medio de la zarza, y dijo: ¡Moisés, Moisés! Y él respondió: Heme aquí.
3:5 Y dijo: No te acerques; quita tu calzado de tus pies, porque el lugar en que tú estás, tierra santa es.
3:6 Y dijo: Yo soy el Dios de tu padre, Dios de Abraham, Dios de Isaac, y Dios de Jacob. Entonces Moisés cubrió su rostro, porque tuvo miedo de mirar a Dios.
3:7 Dijo luego Jehová: Bien he visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto, y he oído su clamor a causa de sus exactores; pues he conocido sus angustias,
3:8 y he descendido para librarlos de mano de los egipcios, y sacarlos de aquella tierra a una tierra buena y ancha, a tierra que fluye leche y miel, a los lugares del cananeo, del heteo, del amorreo, del ferezeo, del heveo y del jebuseo.

EL LLAMAMIENTO DE MOISÉS (I): DIOS SE APARECE A MOISÉS


Buenos días. La semana pasada aprendimos cómo la esperanza de la liberación de Israel comenzó a vislumbrarse en el horizonte. Dios estaba entrenando a Moisés para ser el libertador de su pueblo. Él estuvo cuarenta años en el palacio real de Egipto educándose con los más altos estándares de la época. Pero Moisés no se olvidaba de sus hermanos hebreos. Y un día, al ver que un hebreo era golpeado por un egipcio, él se levantó, mató al egipcio y lo enterró en la arena. Pero su crimen fue descubierto y el Faraón trataba de matarlo. Así que él terminó huyendo al desierto de Madián donde, por la gracia de Dios, halló un hogar y Dios le dio una familia con Séfora, hija de Reuel, sacerdote de Madián. Allí sería entrenado otros cuarenta años.

Entretanto que Moisés era entrenado en el desierto, murió el Faraón que procuraba su muerte. Y los hijos de Israel gemían a causa de la servidumbre, y clamaron; y subió a Dios el clamor de ellos. Y oyó Dios el gemido de ellos, y se acordó de su pacto con Abraham, Isaac y Jacob. Y miró Dios a los hijos de Israel, y los reconoció Dios. Dios oye nuestro clamor, se acuerda de nosotros, nos mira y nos reconoce. Jehová nunca se olvida de sus hijos, aún en medio del sufrimiento más amargo que pudiésemos estar pasando, Él está allí. Él oye, se acuerda, mira y reconoce a sus hijos. Ya Jehová había estado preparando al libertador de Israel. Oro para que recordemos que Dios está siempre allí, oyendo nuestro clamor, acordándose de la muerte redentora de Jesús por nosotros para salvarnos, mirando a su Hijo Jesús en nosotros, y reconociéndonos como sus hijos por la sangre del pacto derramada. Si clamamos, Dios oye nuestro clamor y nos salva y nos sana. Amén.

Hoy aprenderemos cómo Dios se le apareció a Moisés. En su tiempo, Dios fue y se apareció a Moisés en una zarza ardiendo en el desierto, revelándose a Sí mismo delante de él y declarándole su plan para el pueblo de Israel. El Dios de Abraham, Isaac y Jacob había escuchado el clamor de su pueblo y los sacaría de Egipto y los llevaría a la tierra que les había prometido, una tierra que fluye leche y miel. Dios cumple sus promesas. Y aunque estemos en la hora más oscura de nuestras vidas, en la aflicción más amarga, Él no se ha olvidado de nosotros, sino que se mostrará a nosotros milagrosamente. Oro para que podamos ver a Dios obrando en nuestras vidas y entrenándonos para entrar en su Reino. Amén.

I.- El entrenamiento de Desierto de Moisés (1)

Leamos juntos el v.1. Moisés pasó cuarenta años en el desierto apacentando las ovejas de su suegro Jetro. Pero, ¿cómo se llamaba el suegro de Moisés? En Ex. 2:18 dice que se llamaba Reuel, pero aquí dice que se llama Jetro. Es interesante destacar que después de su encuentro con Moisés, a su suegro se le cambia el nombre a Jetro. Reuel significa compañero o amigo de Dios. Esto pareciera indicar que este sacerdote de Madián servía a Dios y era su amigo. Él era descendiente de Esaú, hermano de Jacob, quien había tenido un hijo con el mismo nombre (Gen. 36:2-4). Pero, de aquí en adelante se le llamará Jetro, que quiere decir excelencia. Es posible, que Jetro sea un título que se le daba a Reuel como sacerdote de Madián y Moisés durante su narración le llame así de ahora en adelante.

Pero volvamos ahora a Moisés. Él estuvo cuarenta años en el desierto de Madián apacentando las ovejas de su suegro. Después de haber pasado cuarenta años en el bullicio del palacio real de Egipto aprendiendo la lengua y cultura, no sólo de los egipcios, sino de las naciones alrededor también; ahora había pasado cuarenta años en el silencio del desierto, con la única compañía de las ovejas. No había nadie con quien hablar. Sólo tenía delante de sí las ovejas y un gran desierto. Siendo desierto, tendría que recorrer mucho territorio cada día para que las ovejas se alimentasen bien. Así que Moisés habría conocido muy bien todo aquel desierto de Madián. Sería uno de los expertos en todo aquel territorio. Sin sospechar él que después tendría que cruzar aquel mismo desierto con dos millones de israelitas.

¿Se han fijado ustedes que muchos de los grandes hombres de la Biblia fueron pastores de ovejas? José, Moisés, David, por nombrar sólo unos ejemplos. El oficio de pastor de ovejas enseña al hombre a cuidar de otra criatura con amor y paciencia. Las ovejas son muy torpes y como pastor hay que estar siempre muy alerta con cada una de ellas para que no coman algo que no deben, para que no se vayan a tropezar, para que no se vayan a separar del rebaño, para que no se vayan a caer en un hueco o precipicio. Sí, parece que estoy hablando de lo que tengo que hacer con ustedes, pero ahorita me estoy refiriendo a las ovejas animales. Además, el pastor tenía que estar atento a los depredadores para alejarlos del rebaño. Por otra parte, el pastor de ovejas tenía mucho tiempo a solas para meditar. Aprendía mucho acerca de sí mismo, de Dios y de lo que le rodeaba en este oficio. Todo esto le convertía en un buen observador, en un hombre analítico y con un corazón noble para cuidar de otros. Por eso muchos grandes hombres de Dios fueron pastores de ovejas.

Leamos nuevamente el v.1 por favor. La travesía de Moisés con el rebaño de su suegro lo llevó al monte Horeb, que aquí le llama Moisés el monte de Dios. El monte Horeb es también conocido como Monte Sinaí. Es una montaña situada al sur de la península del Sinaí, al nordeste de Egipto, entre África y Asia. En tiempos bíblicos, el lugar de la montaña era aparentemente bien conocido, pero la localización del monte fue olvidada posteriormente. El lugar que se identifica actualmente con el Monte Sinaí fue establecido por dos monjes que anunciaron haber encontrado la “zarza ardiente” de Moisés, cerca del 300 d.C. Esta zarza está situada, según la tradición, en el monasterio de Santa Catalina, Egipto. La creencia del lugar del monte Sinaí ha perdurado 1,700 años y se ha convertido en parte de la tradición. El lugar bíblico real, sin embargo, es todavía incierto. El apodo de “monte de Dios” se lo da Moisés por todo lo que sucedería en este monte más adelante, empezando por lo que narra el v.2.

II.- Dios se presenta a Moisés (2-6)

Leamos juntos los vv.2-3. El Ángel de Jehová se le apareció a Moisés en forma de una zarza que ardía y no se consumía. Por toda la conversación que leemos posteriormente este Ángel de Jehová es Dios mismo. Sin embargo, la designación acá como Ángel de Jehová y no como Jehová mismo, nos da a entender que quien se le apareció a Moisés fue, nada más y nada menos que, Jesús en su forma pre-encarnada, es decir cuando todavía era el Verbo no encarnado. De Él dice Miqueas que “sus salidas son desde el principio, desde los días de la eternidad.” (Miq. 5:2). Este Ángel, sin duda alguna, fue también el que luchó con Jacob en Gén. 32:22-32. Y aparece en muchas otras instancias del Antiguo Testamento. Se le apareció a Agar, sierva de Sara, dos veces (Gén. 16:7-12, 21:17-18); a Abraham (Gén. 22:11-18); a Gedeón (Jue. 6:11-24); entre muchos otros. Acá se le apareció a Moisés no con forma humana, sino como una zarza que ardía y no se consumía. Así que Moisés decidió ir a echar un vistazo a esta gran visión.

Leamos ahora el v.4-5 por favor. Dios llamó la atención de Moisés al aparecerse como una zarza que ardía y no se consumía. Su propósito era que Moisés se acercara a Él para poder hablarle. ¿Cuántas veces ha llamado Dios nuestra atención con diferentes circunstancias de nuestra vida para que nos acerquemos a Él? A veces lo hace a través de la escasez, a veces a través de la enfermedad, o con alguna otra cosa que nosotros evaluamos mala. Y en lugar de acercarnos a Él, nos alejamos y nos quejamos, hasta que las cosas empeoran mucho más a causa de nuestro pecado, y entonces nos damos cuenta que no hay otra opción que acercarnos a Dios y escuchar lo que Él tiene que decirnos. Mi oración es que estemos atentos a las señales de Dios en nuestras vidas, así como lo estuvo Moisés y que digamos como él: “Heme aquí.”

Jehová llamó a Moisés desde la zarza ardiendo diciendo: “¡Moisés, Moisés!” “Y él respondió: Heme aquí.” ¿Ustedes se imaginan que un árbol los llame? ¿Dirían: “Heme aquí” o saldrían corriendo para el otro lado? Bueno, Moisés respondió positivamente dirigiéndose con curiosidad hacia la zarza. Pero Jehová le advirtió: “No te acerques; quita tu calzado de tus pies, porque el lugar en que tú estás, tierra santa es.” Moisés no se había dado cuenta de lo sagrado de aquel encuentro. Él se acercó a la zarza simplemente por curiosidad, no tenía el corazón preparado para el encuentro divino que ocurriría. Jehová quiere hacerle entender lo sagrado de aquel encuentro y le exige el respeto que se merece pidiéndole que se quite el calzado de los pies.

Hay una canción de Jesús Adrián Romero, que consideré para cantarla en el tiempo de la adoración, pero que al final no la seleccioné, y sin embargo quiero referírselas ahora, se titula: “No Me Daba Cuenta”. Escuchemos un fragmento. Aquí Jesús Adrián Romero le dice a Dios que no se daba cuenta que cuando nacieron sus hijos Dios les estaba haciendo un llamado santo. A veces no nos damos cuenta de lo sagrada que es la paternidad. Y de cuán cerca nos pone Dios de su corazón cuando nace una de estas bellas criaturas que llamamos hijos. De igual manera, Dios se acerca a nosotros en nuestra cotidianidad y no nos damos cuenta, e irreverentemente nos quejamos o hacemos caso omiso de lo que Dios nos está diciendo.

Recuerdo que en su testimonio contaba el M. Juan Seo que se sentía muy mal cuando recién había llegado a Venezuela. Estaba en un país culturalmente muy inferior a Corea, que hablaban un idioma que él no entendía, y además, se había casado por la fe con la M. Ana y tenía muchos problemas con ella. En medio de toda esta situación él lloraba y se quejaba con Dios de por qué le había enviado a ese país. Pero leyó esta Palabra: “quita tu calzado de tus pies, porque el lugar en que tú estás, tierra santa es.” Y se arrepintió con gran dolor. Entendió que Venezuela era una tierra santa porque era la que Dios había escogido como tierra de Misión para él. Y de allí en adelante miró a Venezuela con ojos diferentes y le sirvió con amor y con este sentido de sacralidad.

Debemos estar atentos a las señales de Dios. No quejarnos por las cosas que nos puedan ocurrir o por la tierra o las ovejas que nos haya puesto Él a servir, sino que debemos quitar el calzado de nuestros pies, nuestro orgullo, y adorar reverentemente a Dios en toda situación y lugar. Con toda nuestra vida.

Leamos ahora el v.6. Dios se presentó a Moisés: “Yo soy el Dios de tu padre, Dios de Abraham, Dios de Isaac, y Dios de Jacob.” Ahora Moisés estaba seguro de con quien estaba hablando. Quizás él no conocía Dios personalmente todavía, pero podía saber quién era por las referencias que le daba. Él debió haber escuchado las historias acerca de sus ancestros: Abraham, Isaac y Jacob y acerca del Dios de ellos, cómo había llamado a Abraham y les había sustentado a ellos en la tierra de Canaán. Así que él cubrió su rostro porque tuvo miedo de mirar a Dios. Seguramente si le hubiese conocido mejor, sabría que Dios es invisible y aunque no se cubriera el rostro, igual no lo vería.

III.- Dios revela su plan a Moisés (7-8)

Leamos juntos ahora los vv.7-8. Después de revelar su identidad a Moisés, Dios le revela el propósito de su aparición a él en ese momento: “Bien he visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto, y he oído su clamor a causa de sus exactores; pues he conocido sus angustias, y he descendido para librarlos de mano de los egipcios, y sacarlos de aquella tierra a una tierra buena y ancha, a tierra que fluye leche y miel, a los lugares del cananeo, del heteo, del amorreo, del ferezeo, del heveo y del jebuseo.”

Dios nunca había dejado de ver la aflicción de su pueblo. Le dijo a Moisés: “Bien he visto la aflicción de mi pueblo”. A veces pensamos que Dios nos ignora. Pareciera que Dios no estuviese mirando la aflicción del mundo, o que se ha hecho de la vista gorda. Pero Dios está atento siempre a su pueblo. Aquí lo demuestra a través de Moisés. A nosotros nos lo ha demostrado a través de Jesús. Aunque parece que las cosas van empeorando en el mundo y que Dios no tiene cuidado por ello, en realidad Él envió la solución de antemano, hace más o menos dos mil años. Jesús vino para morir por nuestros pecados y abrirnos el camino hacia Dios. El problema es que la gente no acepta este regalo maravilloso de Dios, sino que prefiere seguir viviendo en su vida pecaminosa. Pero también todo esto lo había previsto el Señor. Él sabe que muchos no le aceptarán, sin embargo no ha venido a acabar con este mundo, y establecer su Reino, teniendo paciencia para que todos procedan al arrepentimiento (2P. 3:9).

Dios escucha el clamor de su pueblo. El pueblo de Israel clamaba a Dios por la dura opresión que Egipto tenía sobre ellos. Les hacían trabajar duramente. Les asesinaban a sus hijos varones. Los hijos de Israel no tenían libertad de hacer nada por sí mismos, sino sólo lo que les mandaban. Habían sido esclavizados por Egipto. Así que ellos clamaban a Dios. Y Dios los escuchaba porque conocía sus angustias. Es interesante ver que estos versículos 7 y 8, están íntimamente relacionados con Ex. 2:23-25 que aprendimos la semana pasada. Dios ve y escucha a su pueblo cuando clama. Había tardado más de cuatrocientos años en actuar, pero actuaría al final. En su tiempo.

¿Qué haría el Señor? Leamos nuevamente el v.8. Dios libraría a Israel de Egipto y los sacaría a la tierra prometida. ¿Por qué Dios iba a librar al pueblo de Israel de Egipto? No porque éstos fuesen superiores a los egipcios, ni por que hubiesen sido fieles a Él, ni porque hubiesen evitado dejarse arrastrar por la idolatría. Al contrario, habían sido muy infieles a Dios. Habían adorado y servido a los ídolos de religiones paganas, antes que a Él. Hay que recordar que, más adelante en la historia, después de haber sido liberados de Egipto y cuando estaban siendo conducidos por Moisés por el desierto, en la primera ocasión que se presentó, fabricaron un becerro de oro para adorarlo. Dios los libró porque había hecho un pacto con Abraham y quería cumplirlo, como aprendimos la semana pasada.

De la misma manera, Dios nos ha salvado y perdona nuestros pecados cada día, no porque lo merezcamos, sino porque en su gracia hemos aceptado a Jesús como nuestro Salvador, y Él estableció un pacto. Y aunque nosotros seamos infieles a ese pacto, Dios sigue siendo fiel y nos sigue perdonando. Jesús sigue intercediendo por nosotros ante el Padre (1 Jn. 2:1).

¿A dónde llevaría Dios a los hijos de Israel al sacarlos de Egipto? Leamos nuevamente el v.8. Él los llevaría a la tierra que le había prometido a Abraham, Isaac y Jacob. Aunque estos ancestros de Israel habían vivido como extranjeros y peregrinos en la tierra prometida, básicamente el pueblo de Israel volvería a casa. De donde habían salido hace más de cuatrocientos años a causa de la hambruna. Allí ahora moraban diferentes pueblos: los cananeos, heteos, amorreos, ferezeos, heveos y jebuseos. Además de otros que no se mencionan aquí como los hititas y gergeseos. Pero, en otras palabras, lo que Dios le estaba diciendo a Moisés que había llegado la hora de cumplir la promesa que Él había dado a Abraham en dos sentidos. Primero, que el pueblo sería liberado después de cuatrocientos años (Gén. 15:13-14) y segundo, que heredarían la tierra de Canaán (Gén. 12:6-7).

Cuando Dios libera al ser humano, no solamente le libera de algo. Él siempre libera hacia algo, con vistas a algo. Hemos sido salvados del pecado para vivir consagrados a Él aquí en la tierra y para ir al cielo a Su presencia. Jesús no murió simplemente para liberarnos de las consecuencias del pecado, sino para llevarnos al cielo con Él, allá seremos libres también de la presencia del pecado. La salida del pueblo de Israel de Egipto hacia la tierra prometida, es un tipo de nuestra liberación del pecado para ir al cielo. Y por eso que este libro de Éxodo nos muestra el camino de la santificación mientras nos encontramos en el peregrinaje hacia al cielo.

Mi oración es que a través de estos mensajes podamos ver a Dios obrando en nuestras vidas, especialmente a través del sufrimiento, y que podamos reconocer a Dios en todos nuestros caminos, santificándonos y obedeciéndole en todo tiempo. Amén.

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