Marcos 16:1-14

16:1 Cuando pasó el día de reposo, María Magdalena, María la madre de Jacobo, y Salomé, compraron especias aromáticas para ir a ungirle.
16:2 Y muy de mañana, el primer día de la semana, vinieron al sepulcro, ya salido el sol.
16:3 Pero decían entre sí: ¿Quién nos removerá la piedra de la entrada del sepulcro?
16:4 Pero cuando miraron, vieron removida la piedra, que era muy grande.
16:5 Y cuando entraron en el sepulcro, vieron a un joven sentado al lado derecho, cubierto de una larga ropa blanca; y se espantaron.
16:6 Mas él les dijo: No os asustéis; buscáis a Jesús nazareno, el que fue crucificado; ha resucitado, no está aquí; mirad el lugar en donde le pusieron.
16:7 Pero id, decid a sus discípulos, y a Pedro, que él va delante de vosotros a Galilea; allí le veréis, como os dijo.
16:8 Y ellas se fueron huyendo del sepulcro, porque les había tomado temblor y espanto; ni decían nada a nadie, porque tenían miedo.
16:9 Habiendo, pues, resucitado Jesús por la mañana, el primer día de la semana, apareció primeramente a María Magdalena, de quien había echado siete demonios.
16:10 Yendo ella, lo hizo saber a los que habían estado con él, que estaban tristes y llorando.
16:11 Ellos, cuando oyeron que vivía, y que había sido visto por ella, no lo creyeron.
16:12 Pero después apareció en otra forma a dos de ellos que iban de camino, yendo al campo.
16:13 Ellos fueron y lo hicieron saber a los otros; y ni aun a ellos creyeron.
16:14 Finalmente se apareció a los once mismos, estando ellos sentados a la mesa, y les reprochó su incredulidad y dureza de corazón, porque no habían creído a los que le habían visto resucitado.

¡JESÚS HA RESUCITADO!


Buenos días. Hoy terminamos nuestros recorrido de Semana Santa en el que seguimos a Jesús en Su última semana de vida, según nos la narra el Evangelio de Marcos. Empezamos el pasado domingo con Su entrada triunfal en Jerusalén. Lo seguimos durante toda la semana mientras maldecía la higuera, purificaba el templo, enseñaba valiosas lecciones al pueblo, humillaba a los líderes religiosos que buscaban una razón para arrestarle, enseñaba acerca de las señales de los últimos tiempos, era ungido en Betania, comía la última cena con sus discípulos, oraba en Getsemaní, fue arrestado y juzgado por los judíos, y, el viernes pasado, tuvimos nuestra preciosa actividad especial de Semana Santa en la que meditamos profundamente en Su juicio frente a Pilato y Su crucifixión.

Hoy concluiremos este recorrido por el Camino A La Salvación con la resurrección de Jesús. Si bien la muerte de Jesús en la cruz es el clímax del Camino A La Salvación, siendo Jesús sacrificado como el cordero de Dios para pagar el precio de nuestros pecados, la resurrección es la evidencia de que la muerte de Jesús no fue por sus propios pecados sino por los de toda la humanidad. Jesús fue el cordero sin mancha, el único hombre que nunca ha pecado, y gracias a eso pudo ser el sacrificio perfecto para acabar de una vez y para siempre con el problema del pecado de la humanidad, ofreciéndose a sí mismo por nosotros. En la cruz Jesús se hizo pecado, “para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en Él.” (2Co. 5:21). Y la resurrección es la evidencia de que Él era quien decía ser, el Hijo de Dios con poder al que ni la muerte pudo vencer (Rom. 1:4).

Hoy aprenderemos cómo fue la resurrección de Jesús desde la perspectiva de Marcos. Veremos cómo las mujeres y los discípulos de Jesús recibieron esta gran noticia acerca de la resurrección de Jesús. Y aprenderemos qué significado tiene para nosotros la resurrección de Jesús. Hoy escucharemos la mejor noticia que ha sido dicha jamás: “¡Jesús ha resucitado!” Y aprenderemos cómo debemos reaccionar nosotros y qué debemos hacer ante esta gran noticia. Oro para que la recibamos con gran gozo y que nos llene de poder para vencer el pecado en nuestras vidas. Que el Espíritu que levantó de los muertos a Jesús transforme nuestras vidas para convertirnos también en testigos de la resurrección para convertir a Panamá en un Reino de Sacerdotes y una Nación Santa para la gloria de Dios.

I.- La tumba vacía y la gran noticia (1-8)

Leamos juntos el v.1. Para los judíos el día comienza al atardecer y termina al atardecer del día siguiente. Es decir, el día de reposo, el sábado, comenzó al atardecer del día viernes y terminó al atardecer del día sábado. Como Jesús murió a las 3 de la tarde (15:33; Mat. 27:46) apenas se pudieron hacer los trámites necesarios para que el cuerpo fuese entregado y transportado a la tumba, así que no hubo tiempo para que el cuerpo fuese embalsamado apropiadamente según la costumbre de los judíos porque no se podía hacer ese trabajo en día de reposo. Apenas pudieron componerlo rápidamente antes que llegara el sábado.

Los judíos sepultaban a sus muertos en cuevas envueltos en sábanas de lino rellenas con especias aromáticas, como mirra y otros áloes, para ralentizar el proceso de putrefacción. Las cuevas eran cubiertas con grandes rocas circulares que se deslizaban sobre surcos que se hacían en el suelo frente a la entrada para mitigar la salida del hedor del cadáver en putrefacción. Pero debido a la inminencia del día de reposo, a Jesús no lo pudieron embalsamar apropiadamente por lo que el cadáver podría descomponerse con mayor rapidez. Aunque más importante que el período de descomposición del cadáver, el embalsamamiento era el último servicio de amor que se hacía por un ser querido. Así que las mujeres que sirvieron a Jesús durante su ministerio público, no habían podido prestarle apropiadamente los últimos servicios al cuerpo de Jesús. Ellas querían mostrar su amor a su Señor, embalsamando apropiadamente Su cuerpo.

Marcos menciona aquí solo a tres mujeres: María Magdalena, María la madre de Jacobo y Salomé. Estas mismas tres mujeres son mencionadas en el 15:40 como testigos de la muerte de Jesús en la cruz, sin embargo se aclara en el 15:41 que habían también otras muchas que habían subido con él a Jerusalén. Según Lucas fueron varias las mujeres que vinieron al sepulcro (Lc. 24:1), pero Marcos ha decidido destacar a estas tres desde la crucifixión. María Magdalena era natural de Magdala en Galilea y tenía una gran deuda de amor con Jesús por liberarla de siete demonios (v.9; Luc. 8:2). María la madre de Jacobo, es probablemente la mujer de Cleofas, madre de Jacobo el menor y de José, quienes serían discípulos de Jesús. Y Salomé era la esposa de Zebedeo, madre de los apóstoles Jacobo y Juan. Todas estas mujeres amaron tanto a Jesús que le sirvieron con sus bienes durante su ministerio público (Luc. 8:2-3), estuvieron con Él durante su crucifixión (15:40) y ahora se apresuran para darle la adecuada sepultura a pesar de su desdichada muerte.  

Su amor por Jesús y su deseo de servirle hasta el final eran tan grandes que apenas terminó el día de reposo, en el atardecer del día sábado, ellas fueron a comprar especias aromáticas para tenerlas listas para ungir el cuerpo de Jesús lo más pronto posible y evitar que se descompusiese rápidamente. Ellas sabían que esa noche no podrían ir a hacer ese trabajo, pero su plan era ir lo más temprano posible al día siguiente y con este propósito debían tener ya las especias que usarían. 

Leamos juntos el v.2 por favor. Aunque no pudieron ir la noche anterior a ungir el cuerpo de Jesús, ellas se levantaron muy de mañana para ir a prestar los últimos servicios al cuerpo de Su Señor. Quizás ni podían dormir pensando que el cuerpo del Señor se estaba descomponiendo y que no había podido tener la adecuada sepultura. Había unos tres kilómetros de Betania al sepulcro. Marcos comienza diciendo que vinieron al sepulcro “muy de mañana”, otra posible traducción sería “muy de madrugada” y llegaron “ya salido el sol”. Lo más probable es que iniciaran el camino todavía oscuro y que el sol estuviera saliendo cuando llegaron a la tumba. Y además los cuatro evangelios coinciden en que fue el primer día de la semana, nuestro domingo por la mañana, cuando las mujeres vinieron al sepulcro.  

Leamos ahora juntos el v.3. En su urgencia por ir a despedir definitivamente a su Señor, a las mujeres se les había olvidado un detalle importante. El sepulcro tenía una gran piedra en la entrada que requería la fuerza de varios hombres para rodarla. Ellas no podrían remover la piedra por ellas mismas, así que se preguntaban cómo harían para ingresar al sepulcro a ungir el cuerpo de Jesús. Dado que la última vez que habían visitado la tumba era el viernes por la tarde, no sabían que el día sábado había sido sellado el sepulcro y colocado una guardia a la entrada que quizás podría ayudarles (Mat. 27:62-66).

Leamos ahora el v.4. No obstante, mientras miraban alrededor buscando alguien que pudiese ayudarles a remover la piedra de la entrada, notaron que la gran piedra ya había sido removida. Esto era un alivio por una parte porque ya podían entrar a hacer su trabajo en el sepulcro, pero era también una preocupación por otro, ¿quién había removido la piedra y para qué? Leamos el v.5. Las mujeres entraron en el sepulcro para dar su último servicio al Señor. Pero esperando encontrar el cuerpo de Jesús, y quizás a alguien que se les había adelantado, hallaron a un joven cubierto de una larga ropa blanca sentado al lado derecho del lugar donde habían puesto el cuerpo del Señor. Aunque Marcos nunca menciona que fuese un ángel, la descripción de la larga ropa blanca es característica de los ángeles, y además el espanto de las mujeres sugiere que ellas entendieron que era un ángel el que les hablaba. 

Leamos juntos el v.6. El ángel dándose cuenta del espanto de las mujeres, les dice: “No os asustéis” y luego procede a darles la noticia más increíble que ellas hayan podido escuchar en sus vidas: “buscáis a Jesús nazareno, el que fue crucificado; ha resucitado, no está aquí; mirad el lugar en donde le pusieron.” El ángel les dio todos los detalles de quién estaba en ese sepulcro: “Jesús nazareno, el que fue crucificado”. No hay lugar a dudas de que Jesús ciertamente murió y fue colocado en ese sepulcro. Pero para el momento en el que las mujeres llegaron, a primeras horas de la mañana del domingo, ya el cuerpo de Jesús no estaba allí. ¿Qué había pasado? El ángel lo anunció claramente: “ha resucitado, no está aquí”. ¡Jesús ha resucitado!

La muerte es el enemigo que ninguno de nosotros puede vencer. Solamente hay una cosa segura en esta vida para todos, que vamos a morir. Y una vez que un ser humano muere, termina su existencia en este mundo. Su cuerpo ya no puede volver a la vida, sino que se descompone y es alimento para gusanos y bacterias. No le veremos ya nunca más en este mundo. Pero Jesús venció el poder del pecado y la muerte en la cruz del calvario. Y según su promesa resucitó al tercer día. Jesús venció a la muerte regresando a la vida aquel glorioso domingo. “¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? “(1Co. 15:55). Jesús ha resucitado mostrando que tiene el poder para librarnos del pecado y de la muerte. 

Los discípulos de Jesús y las mujeres que le servían estaban tristes y sin esperanza. Ellos pensaban que aquella había sido una muerte trágica e injusta y que no volverían a ver a su Señor. Pero la vida de Jesús no terminó en aquella cruz, ni quedó su cuerpo en aquella tumba, ¡Jesús ha resucitado! La principal diferencia entre el cristianismo y cualquier otra religión es que la tumba de nuestro Señor está vacía, mientras que Buda, Mahoma, Zoroastro, y todos los líderes o fundadores de las religiones yacen aún en sus tumbas. Solamente Jesús es el Hijo de Dios con poder que pudo regresar de entre los muertos para aparecer a más de quinientos testigos durante cuarenta días, ascendiendo luego al cielo para sentarse a la diestra del Padre, y desde donde vendrá pronto a buscar a Su pueblo para instaurar definitivamente el reino de Dios en esta Tierra. 

La resurrección de Jesús es la garantía de que Él es quien decía ser, el hijo de Dios con poder. Él prometió que resucitaría al tercer día (8:31) y cumplió su promesa. Esto también nos garantiza que Él cumplirá todas sus promesas. La resurrección además nos asegura que el Rey del eterno Reino de Dios será el Cristo viviente, no una idea, ni una esperanza, ni un sueño, sino Cristo mismo en persona. Al levantarse de la muerte, Cristo nos asegura que también nosotros resucitaremos. Por otro lado, el Espíritu que levantó el cuerpo de Cristo de la muerte es el mismo Espíritu que está en nosotros y que trae de nuevo a la vida nuestra moralidad y nuestra espiritualidad muertas, cambiándonos y convirtiéndonos en poderosos testigos de la resurrección. De hecho, este es el llamado de Dios para nosotros que seamos testigos de Su resurrección, anunciando el evangelio de muerte y resurrección a todo el mundo. Esta es parte esencial del testimonio de la Iglesia ante el mundo. Nosotros no solo contamos lecciones de vida de un gran maestro moral, sino que proclamamos perdón de pecados y vida eterna gracias a la muerte y resurrección de Cristo Jesús y su poder para transformar vidas.

Y precisamente les dio esta misión a las mujeres. Leamos juntos el v.7 por favor. Después de darles esta maravillosa noticia de la resurrección de Jesús, el ángel comisiona a las mujeres para que vayan y les digan a los discípulos y a Pedro que Jesús iba a Galilea para reunirse con ellos allá como les había dicho en el 14:28. Fíjense en este detalle de amor de Jesús, le manda un mensaje especial a Pedro que a pesar de haberle negado tres veces, igual se reuniría con él en Galilea. Jesús no había desechado a Pedro como su discípulo por su error, al contrario estaba preocupado por él, sabiendo cómo se sentía y quería restaurarlo. Por eso envía este mensaje mencionándolo especialmente. 

Leamos ahora el v.8. Pero las mujeres parecen no haber captado nada del mensaje recibido. No salían de su asombro por la angélica aparición y la tumba vacía. Quizás en sus cabezas rondaba la pregunta: “¿Quién se habrá llevado el cuerpo del Señor? ¿A dónde lo habrán puesto?” Ellas estarían ansiosas todavía por ver el cuerpo de Jesús y estaban aterradas por el ángel y por la idea de que quizás ya no volverían a ver a su Señor. Pero eso estaba muy lejos de la realidad.

II.- Las primeras apariciones de Jesús resucitado (9-14)

Leamos juntos el v.9. Jesús se apareció a María Magdalena y el detalle de esta aparición se puede leer en Jua. 20:14-18. Ella fue la primera persona en ver a Jesús resucitado. Las mujeres fueron las primeras en oír la maravillosa noticia de la resurrección de Jesús y una de ellas, María Magdalena, fue la primera en verlo. ¿Por qué Jesús les dio este gran privilegio a estas mujeres? Porque ellas fueron las primeras en buscarlo y siempre se mantuvieron fieles a Él, aun en medio de la crucifixión. Jesús recompensó el amor y la devoción de ellas convirtiéndolas en las primeras testigos de la resurrección. Cuando buscamos y servimos al Señor con todo nuestro corazón, Él premia nuestra fidelidad mostrándonos Su gloria. Así que seamos siervos fieles de Jesús.

Leamos juntos ahora los vv. 10-11. La aparición de Jesús a María Magdalena la fortaleció para cumplir la misión que les había dado el ángel. Ella fue y dio aviso a los once que Jesús vivía y que ella lo había visto. Los discípulos se encontraban tristes y llorando. Ellos pensaron que habían perdido para siempre a su Señor y su propósito de vida. Se encontraban abrumados por la repentina y violenta muerte de Jesús y seguramente tenían mucho miedo de sufrir un destino similar. Estaban tan ensimismados en su tristeza, dolor y sentido de pérdida que no podían recibir con gozo la noticia de la resurrección de Jesús. Simplemente no la creyeron. A veces estamos abrumados por nuestros propios sentimientos y se nos hace difícil creer lo que Dios nos habla a través de la Biblia o de sus siervos. Simplemente nos negamos a creer. Pero no seamos incrédulos, recibamos siempre con gozo la Palabra y las promesas del Señor. 

Leamos juntos los vv.12-13. Como los discípulos no creyeron al testimonio de María Magdalena, Jesús se les apareció a dos de sus discípulos que iban de camino al campo. El detalle de esta aparición aparece en Luc. 24:13-32. Al principio ellos no supieron que hablaban con Jesús porque no le reconocieron, quizás la apariencia de Jesús era otra o simplemente ellos no esperaban encontrarse con el Señor y por eso no le reconocían. Lo cierto es que finalmente le reconocieron y fueron y lo hicieron saber a los once también, pero tampoco creyeron. Aunque habían recibido el testimonio de tres testigos, que según la Ley de Moisés eran suficientes para tener cualquier cosa por cierta, ellos todavía no podían creer. ¿Por qué? Bueno, la resurrección de los muertos es un hecho increíble y además ellos estaban cegados por sus sentimientos.

Leamos juntos ahora el v.14. Como los discípulos insistían en su incredulidad, Jesús decidió aparecérseles a ellos mismos, mientras estaban sentados a la mesa, para que no hubiese duda de que Él había resucitado. Y al aparecerles les reprochó su incredulidad por no creer el testimonio de los testigos que Él había enviado. Esto fortaleció a los alicaídos discípulos y les dio la valentía para convertirse en fervientes testigos de la resurrección. El testimonio de ellos y la expansión de la iglesia de Cristo por todo el mundo son la mayor evidencia de la resurrección de Jesús.

Si Jesús no hubiese resucitado, nosotros nunca habríamos oído nada acerca de Él. La actitud de las mujeres era que habían ido a ofrecer el último tributo a un cuerpo muerto. La actitud de los discípulos era que todo había acabado en tragedia. Así que la mejor prueba de la Resurrección es el cambio de actitud y de vida de las mujeres y de los discípulos. Ninguna otra cosa podría haber cambiado a aquellos hombres y mujeres tristes y desesperados en personas llenas de gozo y valentía, dispuestas a morir para dar testimonio de la muerte y resurrección de Jesús. La Resurrección es el hecho central de toda la fe cristiana. Y el llamado de la iglesia es a ser testigos de la resurrección.

¿Crees tú en la resurrección de Cristo? ¿Has experimentado el poder transformador del Cristo resucitado en tu vida? Si la respuesta es negativa, te invito a que te acerques y mires a la cruz y a la tumba vacía y toda sombra de duda será despejada. Si la respuesta es positiva, te invito a testificar acerca del poder de la resurrección porque justamente esta fue la comisión de Jesús para sus discípulos en Mar. 16:15: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura.” ¡Vayamos y testifiquemos acerca de la muerte y resurrección de Cristo! Pero no solamente con palabras, sino con nuestras vidas transformadas, mostrando cada día en nuestra conducta y estilo de vida el poder transformador del Espíritu que resucitó a Cristo de los muertos. ¡Que el Espíritu Santo transforme nuestras vidas y nos convierta en poderosos testigos de la resurrección de Jesús! ¡Proclamemos a toda voz y con nuestras vidas, Jesús ha resucitado!

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