Efesios 2:1-3

2:1 Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados,
2:2 en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia,
2:3 entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás.

MUERTOS EN NUESTROS DELITOS Y PECADOS


Buenos días. La semana pasada aprendimos la oración del apóstol Pablo por sus lectores. Él oraba para que fuesen alumbrados los ojos de su entendimiento para que pudiesen conocer mejor a Dios y el poder de su fuerza operando en ellos. Este es el tópico con el que debemos orar los unos por los otros: Que Dios nos dé espíritu de sabiduría y entendimiento para conocerlo mejor cada día; y que alumbre los ojos de nuestro entendimiento para que sepamos cuál es la esperanza a que Él nos ha llamado, cuáles las riquezas que esperan por nosotros en el Reino de Dios, y cuál la supereminente grandeza de Su poder para con nosotros los que creemos, según la operación del poder de su fuerza, la cual operó en Cristo, resucitándole de los muertos y sentándole a su diestra en los lugares celestiales. Amén. 

Hoy seguiremos nuestro ascenso en esta majestuosa montaña de Efesios. Pero daremos una mirada a un oscuro valle. En el pasaje bíblico de hoy aprenderemos acerca de la condición espiritual de los que están sin Cristo. El apóstol Pablo nos lleva a las profundidades de la miseria humana sin Cristo. El hombre natural, sin Cristo, está muerto en sus delitos y pecados y vive según la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, y haciendo la voluntad de la carne y de sus propios pensamientos. Yo oro para que nosotros veamos la realidad de nuestra naturaleza pecaminosa y corramos a Jesús para que Dios nos dé vida juntamente con Cristo. Amén.

I.- Andábamos muertos en nuestros delitos y pecados (1)

Miren el v.1. Aunque la versión Reina-Valera comienza este versículo diciendo que “Él os dio vida a vosotros”, en realidad esta frase parece no haber estado en la carta original de Pablo, pues no aparece en los mejores manuscritos que conocemos hoy en día. En estos tres primeros versículos del capítulo dos, el apóstol Pablo presenta un cuadro sombrío de la condición de la humanidad antes de Cristo. La acción de Dios de darnos vida cuando estábamos en esta condición aparece hasta el v.5, así que, parece, que la versión Reina-Valera quiere acortar el suspenso y la desesperanza, afirmando la acción divina en el v.1. Sin embargo, reservaré la consideración de esto para el v.5, en el mensaje de la próxima semana. Y hoy solo hablaré, como pareciese que el apóstol Pablo quiso hacer, de la penosa condición de la humanidad sin Cristo.   

¿Cuál era nuestra condición antes de conocer a Jesús? Miren el v.1b. Estábamos muertos en nuestros delitos y pecados. ¡Estábamos muertos! Antes de conocer a Jesús como nuestro Señor y Salvador estamos muertos espiritualmente. Respiramos, andamos, parece que vivimos, pero en realidad estamos muertos espiritualmente. No vivimos verdaderamente. Antes de conocer a Jesús somos “The Walking Dead”, “Muertos Caminantes”. Quizás por eso esta serie sea tan popular.

La muerte espiritual vino a causa del pecado. Cuando Dios creó al hombre le dio un mandamiento: “Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás.” (Gn. 2:16-17). El hombre tenía la libertad de comer de todos los miles de árboles que había en el huerto del Edén. Podía pasar la vida entera comiendo toda clase de frutas sin aburrirse de ellas. Pero había un solo fruto que no podía comer, el del árbol del bien y del mal. Eso era lo único que el hombre tenía que evitar para obedecer a Dios. Pero, ¿qué hicieron Adán y Eva? Ellos desobedecieron a Dios. “Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto, y comió; y dio también a su marido, el cual comió así como ella.” (Gn. 3:6). Por su desobediencia entró el pecado al mundo y con él las muertes física y espiritual. 

La muerte significa separación. La primera muerte que se introdujo al mundo fue la separación espiritual del hombre y Dios. El hombre se convirtió en pecador por su desobediencia, y como Dios es Santo, el pecado no puede estar cerca de Él. Así que el hombre quedó separado de Dios. Por el pecado también entraron la enfermedad y el dolor al mundo, y comenzó el proceso degenerativo del cuerpo que conduce a la muerte física. Todos nosotros hemos heredado la naturaleza pecaminosa de Adán, su tendencia a la desobediencia y la corrupción corporal también. Así que todos nosotros nacemos muertos espiritualmente y muriendo físicamente.

¿Cómo andábamos cuando estábamos muertos espirituales? En nuestros delitos y pecados. Las palabras griegas que se usan aquí representan las dos formas generales del pecado. El pecado de comisión (delitos) y el pecado de omisión (pecados). La palabra griega para delito aquí es paráptoma que significa literalmente “salirse hacia un lado del camino”. Empleado éticamente, denota infracción, desviación, de la rectitud y verdad. Es salirse del recto camino de la Palabra de Dios. Violar el mandamiento de Dios. Hacer lo que le desagrada a Dios. La Biblia dice: “No cometerás adulterio.” (Ex. 20:14). Así que cuando nos acostamos con una persona con la que no estamos casados, estamos violando este mandamiento. Estamos muertos en nuestros delitos.

La palabra griega para pecado aquí es hamartía que significa literalmente “errar el blanco”, como cuando estamos tirando flechas a un blanco y le erramos. Esto abarca a la gente que quizás no viola flagrantemente los mandamientos de Dios (no miente, no roba, no mata, no adultera, no codicia los bienes de otros), e intenta vivir una vida “buena” desde el concepto de nuestra sociedad. No le hace daño a nadie. Trata de ayudar a otros. Pero aunque hace todo esto, se queda corto del estándar de Dios. Naturalmente ninguno de nosotros es lo suficientemente bueno para llegar a ser lo que Dios espera de la humanidad. Cometemos continuamente errores y pecados, aunque sea de pensamientos o palabras. Debemos conocer y aplicar toda la Biblia perfectamente para alcanzar el nivel que Dios espera de nosotros. Y esto es imposible para nosotros. 

Así que estar muertos en nuestros delitos y pecados define perfectamente la vida que llevamos sin Cristo. Estas palabras juntas aquí cubren lo positivo y lo negativo, lo activo y lo pasivo, en los aspectos del mal humano, es decir, nuestros pecados de comisión y de omisión. Delante de Dios somos tanto rebeldes como fracasados. Como resultado, estamos ‘muertos’ o ‘alejados de la vida de Dios’. Pues, como hemos aprendido, la vida verdadera, ‘la vida eterna’, es la comunión con el Dios viviente; y la muerte espiritual es la separación de Él, muerte que el pecado trae inevitablemente aparejado, y en el que andamos sin Cristo.

La afirmación bíblica acerca del estado de ‘muerte’ de los no cristianos hace surgir interrogantes en muchos porque no parece coincidir con la vida diaria. Muchas personas que no hacen ninguna profesión cristiana, y más aún, repudian abiertamente a Jesucristo, parecen ser más vitales que las demás. Unos, tienen el cuerpo vigoroso de un atleta; otros, la mente ágil de un científico; y otros, la personalidad vivaz de una estrella de cine. ¿Debemos decir que tales personas sin Cristo están muertas? Sí, lamentablemente lo están. Porque en la esfera que más importa (que no es el cuerpo, ni la mente, ni la personalidad, sino el alma), esas personas no tienen vida. 

Y podemos verlo. La gente sin Cristo está ciega a la gloria de Dios manifiesta en Jesús, y sorda a la voz del Espíritu Santo. No tienen amor a Dios, ni conciencia sensible de su realidad personal. No responden a Dios, son como cadáveres. Así que, sin duda, una vida sin Dios (no importa cuán adecuada en sentido físico, o cuán alerta en lo mental) es una muerte viviente, y aquellos que la viven están muertos aunque estén vivos. Comprender esta paradoja es tomar conciencia de la tragedia básica de la existencia humana caída. La gente que fue creada por Dios y para Dios ahora está viviendo sin Dios. Y esa era también nuestra condición hasta que aceptamos a Jesús como nuestro Salvador y Dios nos vida en Cristo.

II.- Andábamos como hijos de desobediencia e hijos de ira (2-3)

Miren los vv. 2-3. Como el apóstol Pablo está escribiendo a los creyentes, les dice que ellos andaban así “en otro tiempo”, esto quiere decir, antes de aceptar a Jesús como su Señor y Salvador. Lamentablemente, muchos hoy en día todavía están en esta condición porque no han aceptado a Jesús como su Salvador. Así que para explicar estos versículos voy a hablar en tiempo presente de este estilo de vida.

Primero, siguiendo la corriente de este mundo. Miren nuevamente el v.2b. Como les expliqué antes, este mundo está bajo pecado por la desobediencia de Adán y Eva. Todos heredamos naturalmente su inclinación al pecado. Así que la corriente de este mundo es seguir esa naturaleza pecaminosa. “Este mundo” se refiere a la sociedad sin Dios o secularizada. Nuestra sociedad quiere estar cada vez más separada de Dios, de la iglesia y de los valores cristianos. Nuestra sociedad posmoderna es una sociedad donde rige una visión secular (de repudio a Dios), amoral (de repudio a los valores absolutos), y materialista (de glorificación de la sociedad de consumo).

Los valores de nuestra sociedad son promovidos a través de los medios de comunicación. Vemos cómo a través de ellos se promueven el repudio a Dios y se impulsa una “nueva espiritualidad” sincrética de religiones orientales. Vemos cómo a través de los medios de comunicación masivos se promueve la sexualidad desenfrenada. Promocionándose el adulterio, la fornicación, la homosexualidad, y otras distorsiones de la sexualidad, que es un precioso regalo que Dios nos dio para disfrutar en la santidad del matrimonio. Vemos cómo en nuestra sociedad se desalienta el matrimonio y crecen los divorcios, porque “si no eres feliz, allí no es”. Y en su lugar se le recomienda a la gente a vivir juntos sin casarse para conocerse mejor y para separarse más fácilmente cuando ya no sean felices juntos. Pero, por otro lado, se promueve el matrimonio homosexual porque ellos también deben tener el mismo derecho de formar una familia.

Si meditamos bien, muchos de nosotros teníamos este mismo pensamiento antes de conocer a Jesús. O peor aún, muchos tienen este tipo de pensamiento o tienen dudas al respecto todavía. Esto es porque seguíamos o seguimos la corriente de este mundo. Somos influenciados por nuestra sociedad pecaminosa para desarrollar este tipo de pensamiento que es contrario a lo que Dios nos enseña en la Biblia. De hecho, la corriente de este mundo es conforme al príncipe de la potestad del aire.

Segundo, conforme al príncipe de la potestad del aire. Miren nuevamente el v.2c. En esta epístola, el apóstol Pablo usa expresiones que no aparecen en el resto de sus escritos como “los lugares celestiales” o “regiones celestes”, y este “príncipe de la potestad del aire”. Al parecer sus destinatarios estaban influenciados por el pensamiento griego de que los espíritus vuelan en el aire. Pitágoras decía: “Todo el aire está lleno de espíritus.” Y Filón decía: “Hay espíritus volando por todas partes en el aire.” El aire es el ámbito más bajo de los cielos, el cielo atmosférico, y los griegos pensaban que allí habitaban los espíritus malvados, lejos de los cielos más altos, el cielo de Dios, donde habitaban los ángeles. Y todo esto comprendía los lugares celestiales.

Entonces, el príncipe de la potestad del aire no es más que otra designación para nuestro enemigo, Satanás o el diablo. Quien ha estado engañando a la humanidad desde el principio para que desobedezca a Dios. Eva cambió su perspectiva del fruto por el engaño de Satanás que le dijo: “No moriréis; sino que sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal.” (Gn. 3:4-5). Y Satanás sigue haciendo lo mismo en nuestros días. Sigue sembrando dudas en el corazón de las personas acerca del amor de Dios y de su buen propósito para ellos. 

Satanás sigue engañándonos en nuestros días de muchas diferentes maneras. Primero, intenta convencernos de que Dios no existe. Si creemos que Dios existe, entonces trata de convencernos de que la Biblia no es la Palabra de Dios o que tiene errores. O que no necesitamos ser tan fanáticos para creer en Dios. No es necesario estudiar la Biblia. No es necesario ir a la iglesia todos los domingos. No importa si faltamos un domingo. No importa si no tenemos estudio bíblico una semana. No importa si no comemos Pan Diario un día. Dios no está pasando asistencia. El pastor se roba las ofrendas o los diezmos. No importa si deseas a la mujer de tu prójimo si no se consuma nada. O no importa si tienes una aventurilla por ahí, Dios es amor y te va a perdonar, anda y hazlo; además, él o ella se te está regalando, no es tampoco que tú le estás buscando. 

Y así somos bombardeados cada día con miles de mentiras o medias verdades del diablo cuyo propósito es que cedamos a nuestros deseos o pensamientos y desobedezcamos a Dios. Pero queda de nuestra parte si escuchamos las mentiras del diablo o acudimos a la Biblia para ver cuál es la voluntad de Dios con respecto a esto. No podemos seguir la corriente de este mundo ni las maquinaciones del príncipe de la potestad del aire porque él tiene influencia sólo sobre los hijos de desobediencia como dice allí el v.2c. Así que si prestamos oído a su voz o caemos en sus tentaciones, nos estamos convirtiendo en hijos de desobediencia, porque no obedecemos la Palabra de Dios, tal y como lo hicieron nuestros padres Adán y Eva.

Tercero, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos. Miren nuevamente el v.3. Fíjense que el apóstol Pablo hace distinción entre dos grupos de personas en este pasaje bíblico. En los vv. 1-2 habla de vosotros y en el v.3 de nosotros. “Vosotros” se refiere a los creyentes gentiles y “nosotros” a los creyentes judíos, entre los cuales él se incluye. De los creyentes gentiles dice que ellos andaban conforme a la corriente del mundo sin Dios, influenciados por el príncipe de la potestad del aire y como hijos de desobediencia. Y de los creyentes judíos, que se suponían que servían a Jehová, dice que andaban en los deseos de su carne, haciendo la voluntad de la carne y de sus propios pensamientos, lo mismo que los demás.

¿Qué quiere decir esto? Que toda la humanidad estaba bajo pecado. Aun los judíos que habían sido escogidos por Dios y se les había dado la Palabra, estaban viviendo conforme a los deseos de la carne y no de la Palabra de Dios. Los deseos de la carne no se refieren a las necesidades fisiológicas, sino a los deseos de la naturaleza pecaminosa. Las necesidades fisiológicas como la comida, el sueño y el sexo, no son pecaminosas en sí. Se convierten en pecaminosas cuando se satisfacen sin control. Si satisfacemos descontroladamente el deseo por la comida se convierte en el pecado de la gula o la glotonería. La satisfacción excesiva del sueño o del descanso se convierte en el pecado de la pereza. Y la satisfacción descontrolada de los apetitos sexuales puede llevar a la fornicación, adulterio, homosexualidad, orgías, entre otros terribles pecados.

Pero los deseos carnales, la voluntad de la carne y de los pensamientos, incluyen los malos deseos tanto de la mente como del cuerpo, como por ejemplo el pecado de orgullo intelectual, la ambición inapropiada, el rechazo de la verdad y la mentalidad maliciosa o vengativa. El deseo carnal, como comenta apropiadamente F. F. Bruce, “puede manifestarse tanto de manera socialmente respetable como en las vergonzosas prácticas del paganismo del primer siglo”. Puede ser socialmente aceptado o puede ser todavía repulsivo, pero todo esto viene de nuestra naturaleza pecaminosa. Y aun conociendo la Palabra de Dios, si andamos continuamente en estos deseos, entonces todavía andamos muertos y, como dice aquí el apóstol Pablo, somos hijos de ira, es decir, estamos bajo condenación. 

Este cuadro macabro que nos muestra el apóstol Pablo en este pasaje bíblico nos permite ver que la humanidad está irremediablemente perdida sin Cristo. Si Jesús no es nuestro Señor y Salvador, aunque intentemos ser “buenos”, aunque no le hagamos daño a nadie, aunque seamos generosos con los que padecen necesidad, estamos muertos espiritualmente. La única manera de que podamos ser vivificados, es que aceptemos a Jesús como nuestro Señor y Salvador como la versión Reina-Valera nos introduce brevemente en el v.1 y como aprenderemos con más detalle la próxima semana.    

Yo oro para que hoy cada uno de nosotros hayamos podido ver nuestra penosa condición sin Cristo. Y que aquellos que vivimos así en otro tiempo, podamos regocijarnos por lo que el Señor ha hecho en nuestras vidas hasta ahora. Y aquellos que aún no han aceptado a Jesús como su Señor y Salvador, puedan hacerlo hoy y puedan recibir la vida eterna. ¡Aceptemos a Jesús como nuestro Salvador y pasemos de muerte a vida! Amén.

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